La conflictividad social gana en violencia y los casos se multiplican
De manera grupal o individual los casos de violencia no cesan y marcan la pauta de una realidad. Desde mujeres golpeadas hasta peleas en riña o enfrentamientos de familias extienden los capítulos recientes de la crónica policial.
Los conflictos reiterados en una sociedad castigada pueden manifestarse a través de diversas maneras, que en definitiva muestran la complejidad del entorno social en el cual vivimos.
El caso de una empleada municipal agredida por otras dos mujeres o el enfrentamiento entre jóvenes en una fiesta son algunos ejemplos. También, en un rápido repaso de algunos casos resonantes de los últimos meses, podemos citar lo ocurrido en el Hospital “Ruffa” con la agente municipal agredida por otra, a quien le solicitó que "cierre la puerta" y que minutos después la "agarró de los pelos, la tiró al piso y empezó a patearla”.
No existe un motivo que nos permita hallar una explicación certera. Los profesionales cuentan con un abanico de alternativas, que pasan desde las relaciones personales hasta los enfrentamientos grupales.
A la empleada municipal no solo le dieron un golpe de puño sobre un ojo, sino que fue víctima de una instancia previa que tuvo su punto culminante con la agresión: la provocación hasta que las agresoras consumaron el hecho.
Existen y existieron casos más graves, algunos resueltos con armas blancas o de fuego, con elementos contundentes o con las manos, pero en todos los casos la violencia siempre estuvo presente.
En otros no se necesitan armas. ¿Cómo se explica la agresión a un médico del Hospital?
En la mayoría de los casos, que el final de cada episodio sea la agresión es porque el diálogo no aporta nada para una posible solución. Más aún si hay intereses en el medio, como la disputa de un territorio para la comercialización drogas, por ejemplo.
Otra muestra es la violencia de género, los hechos que más se repiten. Existen casos con distintas modalidades, desde amenazar con un revólver a su expareja e intentar apuñalarla, hasta derivar los enfrentamientos al resto de los integrantes de las familias. O ejercer violencia de género y privación ilegítima de la libertad, siempre como resultado de parejas que pasaron por relaciones conflictivas.
Los casos grupales asoman como más difíciles. Involucran a mucha gente y queda latente que en cualquier momento estos se reaviven. Pasó con el enfrentamiento en el barrio Bajo Puerto entre integrantes de dos familias, o el desatado en la localidad de Gobernador Castro, una disputa de larga data que concluyó con un disparo en una pierna a un joven de 31 años, efectuado por un reconocido comerciante de la localidad.
Nada es nuevo. Podríamos citar miles de hechos. Las relaciones humanas con asperezas han existido siempre y se presentan como interminables.
Pero, ante las características de una diversidad social pronunciada, no asoma una solución para disminuir estos casos.
Las complejidades abundan, todo como consecuencia de un deterioro marcado y constante de una sociedad donde las individualidades prevalecen, pasando a segundo plano un posible consenso que resuelva las situaciones planteadas.
La desigualdad económica crea un clima de frustración y con esta el resentimiento, fomentando la exclusión de amplios sectores de la población. Detrás de esto, instituciones deficientes como el Estado, reflejado en la falta de acceso a servicios básicos y de oportunidades, factores que someten más al ser humano a la miseria y la desesperanza.
Mientras la desigualdad se agigante, la educación sea tan solo un mero compromiso para algunos y no existan políticas integrales para abordar las causas, seguirá habiendo consecuencias y el respeto mutuo quedará cada vez alejado del ideal de toda sociedad.
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