A 50 años del asesinato de Rucci, el líder de la CGT que vivió una historia de amor en San Pedro
El 25 de septiembre de 1973 fue asesinado cuando salía de la casa que compartía con su familia en el barrio porteño de Flores. Durante prácticamente toda la década del 60, Rucci pasó mucho tiempo en San Pedro, donde tenía un amor, Yolanda Isabel Almada. La historia del romance que La Opinión reconstruyó en 2008.
Este lunes se cumplen 50 años de uno de los episodios violentos más resonantes de la historia reciente en la Argentina: el asesinato del entonces secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, a manos de un comando que la agrupación Montoneros no se atribuyó oficialmente sino hasta 1975.
En 2008, La Opinión reveló el vínculo amoroso que unió a Rucci con San Pedro y que durante algunos años lo tuvo presente en la ciudad cada vez que podía. Fue en la década del 60, mientras la figura del secretario de Prensa de la UOM crecía en el sindicalismo nacional. Yolanda Isabel Almada es el nombre de la sampedrina protagonista.
Hija de don Sixto Almada, reconocido vecino de lo que hoy se denomina barrio América pero que en aquellos años todavía era todo “Las Canaletas”, el primer asentamiento precario de San Pedro, surgido alrededor del puerto ubicado en esa zona, Yolanda había nacido en 1939. El 1 de noviembre va a cumplir 84 años.
La reconstrucción de la historia de amor que vivió con Rucci dice que fue su amiga, su amante y confidente; que su belleza, inteligencia y temperamento enamoraron a un hombre fundamental de la historia sindical y política del país luego de que se conocieran en una asamblea.

Yolanda se fue a Buenos Aires a los 19 años y empezó a trabajar en la metalúrgica Topeco, donde fue delegada gremial de la UOM, al igual que la esposa de Rodoldo Daer, otro exsecretario de la CGT. “Dicen que quedó fascinado cuando la vio”, contó un familiar de ella sobre el encuentro con Rucci.
El sindicalista estaba casado. Aun así, se embarcó en un romance con Yolanda, que para 1963 ya no trabajaba en Topeco y lo acompañaba en sus recorridas por todo el país. Cada vez que podían, descansaban en San Pedro, donde ella volvió a instalarse hasta el fin de la relación.
Frente a lo que hoy es el camping Safari estaba la casa de los Almada. En un Renault Torino custodiado por dos Ford Falcon con personal de seguridad siempre armado viajaba Rucci. Dos de los custodios vigilaban desde los techos. Otro grupo lo esperaba en La Serena, desde donde llamaban por teléfono al almacén de Zapata, único que tenía línea en la zona, para comunicarse con él.
Llegaban con juguetes para los chicos, compartían asados en familia, a veces iban al Butti a tomar un café, iban a la cancha a ver los partidos de América o a los bailes que el club Banfield organizaba cerca de la estación de trenes. La presencia del sindicalista en San Pedro se hizo más habitual cuando le tocó ser interventor de la seccional San Nicolás de la UOM.
Rucci no hablaba mucho de política, pero leía todos los diarios y revistas, lo que llamaba la atención del cuñado de Yolanda, el ahora presidente del PJ local, Nelson Vlaeminck, con quien alguna vez intercambió pareceres sobre la realidad nacional de aquellos años, la necesidad del regreso de Perón y lo que el sindicalista llamaba “la infiltración del peronismo”.

Los turbulentos años de la dictadura de Onganía complicaron la vida cotidiana de Rucci y su vínculo con la sampedrina, lo que entrada la década del 70 los llevó a distanciarse hasta la ruptura definitiva. Yolanda rehizo su vida lejos del sindicalista y de la política. Se convirtió en una empresaria exitosa y su relación con San Pedro es débil. Según dicen, le trae recuerdos que prefiere olvidar y ya hace tiempo que no viene.
De su historia de amor con el líder sindical nunca habló públicamente. “Lo que pasó, pasó entre la persona que ya no está y yo, y quedará entre nosotros”, le dijo a La Opinión en 2008. Yolanda lo había visitado poco antes del asesinato porque, según contó para aquella publicación su hermana Leonor, “aunque estaban separados, mantenían una buena relación”.
La muerte violenta de José Ignacio Rucci
Hacía dos días que Perón había sido elegido presidente por tercera vez. “Empezaba una nueva Argentina, un país estable, el fin de la violencia, la convivencia democráctica, una nueva etapa, con Perón en la presidencia después de 18 años de exilio”, dijo el historiador Marcelo Larraquy, especialista en Montoneros y los 70 en su intervención de este lunes en Radio con Vos.
El crimen del líder de la Confederación General del Trabajo (CGT) “ambió completamente el panorama político, por lo inesperado y por lo que ocurrió después”, aseguró el autor de libros que reconstruyen la violencia política en el país, como Galimberti, Fuimos Soldados, Marcados a Fuego, López Rega, entre otros.
Fue al mediodía. En un domicilio ubicado en Avellaneda 2053, en el barrio porteño de Flores. Rucci vivía casi en la clandestinidad porque, como él mismo decía, era “un blanco móvil” y estaba “condenado a muerte”. Esperaron a que saliera de ese domicilio y lo balearon.
Lo mataron por la espalda, aunque él, conciente de la posibilidad, había dicho que quería “verles la cara a los asesinos”. Tenía enemigos dentro y fuera del peronismo, dentro y fuera del sindicalismo. El 14 de febrero habían matado a un custodio en un tiroteo en el que Rucci y su hijo de 14 años resultaron ilesos.
Rucci fue uno de los referentes de la resistencia peronista que luchó por el regreso de Perón al país tras su derrocamiento en 1955, al punto de que le sostuvo el paraguas al expresidente el 17 de noviembre de 1972, en su primera vuelta a la Argentina desde el exilio.
Montoneros no se atribuyó el asesinato. “No lo podemos decir, pero fuimos nosotros”, dicen que dijo Mario Firmenich puertas adentro de El Descamisado, que publicó un texto con la muerte de Rucci en la que advertía que, si el sindicalismo persistía en lo que llamaban “actitud burócrata”, habría otras muertes similares.

Eran días turbulentos. Hacía dos semanas que habían derrocado a Salvador Allende en Chile. Los hechos de junio en Ezeiza estaban muy frescos dentro del peronismo. Para Montoneros, Rucci era uno de los responsables de esa masacre y la operación para asesinarlo estaba en marcha.
“Lo que hacen es ir a la CGT y con un auto estacionado, con una persona metida dentro del baúl, anotaban todas las patentes de todos los autos que iban y venían”, mencionó Marcelo Larraquy, algo que relató en su libro Los 70, Una historia violenta. Lo mismo hicieron en un colegio de Haedo, donde cursaba la hija de Rucci, Claudia. Allí vieron el Torino, acaso el mismo en el que el sindicalista solía venir a San Pedro.
En ese marco, detectaron que en ese domicilio de calle Avellaneda también dormía el sindicalista. El 24 a la noche supieron que Rucci se quedaría a dormir. Al otro día, desde una casa lindera donde se apostaron, le dispararon tras lanzar una bomba de distracción. Escaparon por los fondos. Habían matado a José Ignacio Rucci. Habían profundizado la disputa interna en el peronismo y la violencia política en la Argentina.
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