En los últimos años hemos asistido a una creciente manifestación de diferentes fenómenos que afectan a los individuos en una sociedad, entre ellos es preciso destacar a la violencia de género no sólo como fenómeno emergente sino además como un problema social que atraviesa a todos los estratos sociales, haciéndose fuertemente visible en la actual realidad.
La ONU en 1995 la define como “todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada”.
Si profundizamos en teorías y discusiones podemos evidenciar que en general para explicar la conducta del maltratador se ha remitido a una serie de psicopatologías como el carácter agresivo, una infancia marcada por malos tratos o una falta de control de la ira, estos aspectos tienden a reducir la responsabilidad de la persona que comete el acto, enmarcando las conductas en causas externas.
Las teorías basadas en la dinámica familiar asumen que la violencia es el resultado de una interacción inadecuada en la familia. Por su parte las teorías sociales y culturales hacen hincapié en la existencia de valores culturales que legitiman el control del hombre sobre la mujer.
Cabe aclarar que biológicamente ni las mujeres nacen víctimas, ni los varones están predeterminados para actuar como agresores. Sí es cierto que los estereotipos sobre como unos y otras deben comportarse y la estructura social que apoya la desigualdad entre ambos géneros, han contribuido a que se generen patrones de violencia.
Esto se puede visualizar claramente en el sistema social en el cual se enmarcan dichas relaciones en nuestra sociedad: el patriarcado, definido como un “sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas instaurado por los varones, quienes como grupo social , en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva, apropiándose de su fuerza productiva, reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”.
Es así que la cultura ha legitimado la creencia de la posición superior del varón, lo cual ha facilitado que las mujeres se sientan inferiores. La asimetría de poder de un género sobre otro ampara las diferencias y configura el diseño apropiado de proceder en las relaciones, es decir que los hombres ofrecen protección a las mujeres a cambio de la obediencia y el sometimiento.
Es importante destacar que si bien existen rasgos comunes en todos los hombres que maltratan a sus parejas o exparejas, no existe un perfil único del maltratador sino que la violencia es un recurso que la sociedad pone a disposición de todos los hombres para su uso en “caso de necesidad”. El elemento común es su condición de varón.
Al tratarse de un fenómeno cultural muchas mujeres están socializadas en la aceptación de patrones de conducta abusivos sin ser conscientes de ello.
Se considera importante abordar la verdadera causa del problema: su naturaleza ideológica y evitar justificar el maltrato negando el daño que se sufre apelando a ideales de mantenimiento de la familia y atribuyéndose el fracaso en el papel de mujer.
Florencia Ferro, Técnica en Minoridad y Familia
(MP 13357)
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