Una década de guerra gaucha
Recorrer el archivo siempre impresiona por su precisión en fechas y hechos. Encontrar reflexiones y análisis de situación, en muchos casos, deriva en nuevas perspectivas o relevantes fluctuaciones que en el mejor de los casos pueden ser la madurez que otorga el paso del tiempo. Esta crónica parece una excepción a ese cauce, porque una década después –ganada y perdida–, nos encuentra en el mismo piquete, en el mismo lugar, en la persistencia y el empecinamiento que sólo le son propios a las sociedades que prefieren retroceder. El miércoles 28 de mayo de 2008 y tras más de 70 días de protestas chacareras en las rutas, La Opinión –como siempre– opinaba:
Quién es el enemigo
A esa pregunta clave, que tiene como único destino la incertidumbre, le siguen otras cuyo valor es imprescindible tener en cuenta.
Desde que se inició lo que parecía un simple reclamo sectorial que empujó fuera del Gobierno al ministro de Economía Martín Lousteau, quedó en evidencia un dato incontrastable de la realidad: un gobierno que siempre necesitó de enemigos para sostener su discurso, se encontró con un frente desorganizado y desconocido, los productores. Carentes de estructuras y razonamientos lineales, se lanzaron a las rutas a manifestarse sin contar con un plan preestablecido, algo que no entra en la lógica del gobierno. Del mismo prejuicioso modo en el que desprecia los cacerolazos porque viven con el fantasma del helicóptero de la Alianza, subestimaron a esta horda de gringos que en nada se parecen a quienes se sientan en la mesa de las negociaciones en nombre de los grandes exportadores o los ya bien disciplinados dueños de la industria. Con la repetición del razonamiento que utilizan para la resolución de otros conflictos vociferando por izquierda y arreglando por derecha, como ha sucedido desde el primer día en la gestión de Néstor Kirchner, pensaron que los piquetes que se extendían como plagas con o sin medios de comunicación en “vivo y en directo”, tenían como protagonistas a un ejército de campesinos que respondían a las órdenes de la oligarquía que, en los días que corren, no es más que un eufemismo porque las penas desde hace rato son argentinas y las vaquitas y las tierras son ajenas.
Desconocer al enemigo no implica perder la guerra, pero obliga a cambiar de armas de manera permanente si se pretende aniquilarlo. Los Kirchner detestan intrínsecamente a las capas medias, a las que creen cómplices de la dictadura o avaros multimillonarios sin evaluar la inmensa geografía de un mapa que muestra claramente un país interior que existe, pero no “sale en la televisión”.
Ahora, mientras elaboran los pasos a seguir, nadie se anima a advertirles ni a los funcionarios ni a los medios nacionales que la desmadre es tan profunda que no existe modo de “disciplinar” a un movimiento que se ha unido por el espanto y no por la necesidad.
“Los gringos” le abrieron la puerta en Rosario a una catarata de ciudadanos que ven cómo día a día se esfuman sus posibilidades de sobrevivir en un modelo que mira con cariño a Venezuela y acaricia con devoción a la concentración de capitales más perversa que ya cuenta incluso con la anuencia del poder sindical y las ramas juveniles kirchneristas.
Había que ser bastante valiente para escribir y mucho más para publicar aquel pensamiento en tiempos en los que hasta los opositores buscaban cobijo debajo de las alas de los pingüinos. Hasta los intendentes y Cobos apuraban sus cargos en la transversalidad, como si de ello dependiera la lógica que hoy alimenta el reparto de la alianza de gobierno en Cambiemos. Con convicciones limitadas, dogmas y libretos, diez años después unas pocas almas y demasiados hombres y mujeres devenidos en dirigentes genuinos de la tierra, volvieron a darse cita en la intersección de las rutas 191 y 9 para aplaudirse y entregarse diplomas que no sirven para reparar la grieta.
La secuencia
En los tiempos de Cristina, Cobos y vos, Martín Losteau era el ministro de Economía; Guillermo Moreno, el secretario de Comercio; Alberto Fernández, Jefe de Gabinete de Ministros; Néstor Kirchner, titular de “un café literario”; Daniel Scioli, gobernador de la Provincia de Buenos Aires; Mario Barbieri era el intendente de San Pedro. El mes de marzo de 2008 vendría poco a poco a saciar la sed de enfrentamientos postergados desde 2001, cuando el país se precipitó al vacío y la farándula de la política se fue en helicóptero, tan rápido, con el grupo sushi que tenía a Antonito De la Rúa como guionista y a Chacho Alvarez como portaestandarte de una reivindicación tan fraudulenta como mezquina.
En 2018, en tiempos de Mauricio, Mariu y vos, un “equipo” rige los destinos de la economía; el secretario de Comercio es el empresario y titular de una cadena supermercadista, Miguel Braun; el Jefe de Gabinete es Marquitos Peña, a la sazón su primo; Cristina Fernández es senadora de la nación; María Eugenia Vidal, gobernadora de la Provincia; y el Intendente de San Pedro es Cecilio Salazar.
Está claro que la “revolución agraria” no ha ofrecido buenos rindes, salvo para aquellos que pasaron de la alpargata al tractor sin escalas, o viceversa. Una gran cantidad de los que se subían a los palcos montados sobre sencillos acoplados hoy visten atuendo de funcionarios.
El 19 de marzo de 2008, un acto en la instersección de la Ruta 9 y 191 se transformó en el punto de partida para avanzar a poca velocidad por la autopista hasta el kilómetro 158 y constatar que las
demoras en el tránsito serían una ocasión para experimentar qué sucedería a los pocos días con los cortes periódicos y luego permanentes que se sucedieron durante 129 días, a excepción de una tregua que se pactó entre los ruralistas y el gobierno entre abril y mayo.
Las bases desbordaban a sus representantes e integrantes de una Mesa de Enlace que medía centímetro a centímetro la relación de fuerzas y vaciló cuando flaqueaba la presencia de chacareros en los piquetes a los que Cristina Fernández de Kirchner bautizó como “los piquetes de la abundancia”. Para los arrendatarios, pequeños productores, los sobrevivientes de la fruticultura, fue una experiencia única como oportunidad de protesta. Para las multinacionales exportadoras, una advertencia; porque mientras intentaban burlar a los chacareros y tender lazos al gobierno, comprendieron que les sería difícil doblegarlos, sobre todo a los autoconvocados que, sin experiencia alguna, aprendían a incendiar gomas, cruzar cosechadoras y acoplados y arrodillarse en el asfalto ante la presencia de sacerdotes que en improvisadas misas servían como retén para que no se desate la acción de los miles de efectivos de seguridad que el gobierno desplegó en todos los rincones del país.
La presencia de dirigentes políticos comenzó a aumentar, pero en los primeros días sólo Margarita Stolbizer, María del Carmen Alarcón y Lilita Carrió oficiaron como punta de lanza en un escenario que poco tenía de redituable hasta que los medios nacionales comenzaron a poner el foco sobre los manifestantes y las caras conocidas comenzaron a capitalizar su presencia.
Semana Santa se constituyó en una bisagra. Un discurso en cadena nacional pronunciado por la presidenta catapultó el primer enfrentamiento, trazó la primera grieta profunda cuando desde el poder se promovió el enfrentamiento sin tomar nota de que no se trataba de la oligarquía contra el pueblo, sino de pueblo contra pueblo, por el modo en que había crecido la indignación de los que a esa altura ya habían entregado el esfuerzo de su vida a los pooles de siembra o hipotecado sus cosechas a manos de los fijadores de precios en las cadenas de supermercados. No había margen para semejante error, o en todo caso peligrosa estrategia de confrontación que desencadenaría una reacción inesperada. En San Pedro, hasta de las escuelas salían alumnos y docentes para apoyar a los generadores de la producción local durante una marcha de tractores un 4 de junio.
El intendente Barbieri esperó hasta último momento para comprometer su adhesión y correr el riesgo de quedar abandonado a su suerte. El Concejo Deliberante no tuvo más opción que recibir los petitorios y entender que si no se sumaba con su mayoría oficialista a los reclamos, quedarían amarrados a la escasa porción de ciudadanos que, a menos que estuviesen atravesados por la convicción de una incipiente lucha de clases, comenzaban a percibir el desabastecimiento y a comprender que la cadena de comercialización era perversa para los que crían los pollos, ordeñan las vacas o esperan que las noches de helada no terminen con las frutas que producen.
Las amenazas de ir sobre las cuentas bancarias y fiscales de los exportadores no hicieron más que despertar un entusiasmo inusitado en el sector más vulnerable de la cadena productiva. Para ellos era una buena noticia, ya que no eran ni amigos ni colaboradores de sus propios explotadores o verdugos. Lo mismo sucedió con los peones rurales, liderados por el “Momo” Venegas, quien prefirió colocarse en la vereda opuesta a la de Hugo Moyano, el líder de los camioneros que amenazó con disolver los piquetes a fuerza de barrabravas que llegaban en colectivos a las zonas de conflicto. La jugada le valió al representante de los peones una sólida e inexplicable alianza con el gobierno de Mauricio Macri, que incluyó una estatua de Perón como escala de campaña electoral y escenario para verlos juntos: Hugo, el Momo y Mauricio, el 8 de octubre de 2015 y con la marcha incluida.
Por eso el análisis supera a la crónica, porque la posibilidad de desandar los acontecimientos permite a la prensa tomar distancia para invitar a evaluar las consecuencias de aquellos más de 100 días en los que comenzó a tallarse con el cincel de la confrontación absurda que abortó la posibilidad de planes de crecimiento y superación para las necesidades de la población.
A mediados de mayo las organizaciones más afines al gobierno comenzaron con la acción de los “contrapiquetes”, pero no fueron suficientes para terminar de doblegar al campo, que ya estaba desgastado en las rutas y se aprestaba a una retirada con la que se pensaba una salida “elegante” para los integrantes de la Mesa de Enlace y un compromiso de bajar los decibeles a los autoconvocados; la realidad se impuso primero en una misa celebrada por el Obispo Cardelli en el campo de la Virgen de San Nicolás y luego, el 25 de Mayo, con un acto al que acudieron cientos de miles de ciudadanos abrazados a la bandera argentina en Rosario. Desde cada rincón del país viajaron las delegaciones y ese inesperado y póstumo respaldo desencadenó los errores más importantes en el plan que le estaba otorgando una victoria a quienes aun con tamaño desafío pretendían la aprobación de la resolución 125 en el Senado de la Nación.
Era tan desproporcionada la amenaza de represión con efectivos de Prefectura y Gendarmería frente a chacareros que los invitaban con mates y choripanes que, de no haberlo presenciado y
comprobado, no nos animaríamos a contarlo. La presencia de uniformados armados como para entrar en combate, los resonantes pasos de las botas sobre las rutas, los empujones con escudos y simulacros de desalojo eran una pálida postal frente a la acción de Gendarmería en las marchas en defensa del territorio mapuche a la que los argentimos asistimos en 2017. O sea, a la hora de comparar el olvido y la desememoria, nos llevan a creer que aquí “no había pasado nada”.
El broche de oro y tal vez, la necesidad de recuperar autoridad exacerbó la mirada del Fiscal Federal Juan Patricio Murray cuando ordenó la detención de los productores que transitaban por la ruta a la altura de la estación de servicio Shell y que una semana después se replicaría en Entre Ríos, cuando llevaron a la rastra a Alfredo De Angelis, en un operativo similar.
Fue el principio del fin y la única jugada audaz de Julio Cobos en su carrera política. Durante la madrugada del 17 de julio, su voto “no positivo”, sepultó la iniciativa que le asestó al gobierno el golpe más duro cuando apenas celebraba su luna de miel con una sociedad vejada en 2001 y respetuosa del proceso encarado por las administraciones, primero del interino Eduardo Duhalde y posteriormente con Néstor Kirchner.
Domingo para seguir cavando la grieta
El domingo 19 a las 10.30 de la mañana hubo reencuentros emotivos, presencias por convicciones, abrazos entre viejos amigos y aplausos para los que ya no están. Con 10 años más, los miembros de la
mesa de enlace Luciano Miguens, Hugo Biolcatti, Eduardo Buzzi, Carlos Garetto y Mario Llambías subieron al escenario montado en un acoplado para recordar la gesta que hoy también los enfrenta con los actuales integrantes de la organización que reúne a las entidades del campo y que no consideró apropiado el acto.
Hubo frases que opacaron muchos de los conceptos vertidos por los referentes, que en muchos casos buscan lugar en la interna y los cargos de Cambiemos, y aquellos que mantienen su posición histórica sectorial fuera de los vaivenes partidarios.
La presencia del ministro de Agroindustria de la Nación se resumió en las palabras de cierre que, sin anuncios y con una inyección de optimismo para reforzar el apoyo a la gestión de Mauricio Macri, pronunció Luis Miguel Echevere, el controvertido expresidente de la Sociedad Rural al que se le adjudicaba un bono de medio millón de pesos como bonificación especial. Su par de la provincia, Leonardo Sarquís, se pronunció del mismo modo, buscando generar confianza en María Eugenia Vidal, tras el reclamo que pronunció Biolcatti respecto al aumento del impuesto inmobiliario rural que fue efusivamente aplaudido por los presentes.
La más ovacionada fue Elisa “Lilita” Carrió, quien además de recordar su presencia desde el primer día junto a los ruralistas, calificó a Hugo Moyano y a parte de su familia como jefe de una organización criminal y con ello ganó nuevamente la agenda de los medios nacionales. Habló de la batalla por la República, su decisión se sumar su fuerza a Cambiemos, destacó la presencia del diputado Rafael “Toti” Flores y dedicó párrafos especiales a muchos de los presentes, entre los que mencionó la relación de su familia con la de Plácido Martínez Sobrado (presente entre el público).
El momento del intendente Salazar fue breve pero desató una polémica de proporciones cuando al cerrar recordó los porcentuales por los que se impuso en las elecciones de 2015 y 2017, para terminar con un desafortunado “los vamos a seguir derrotando –al kirchnerismo–, tienen que desaparecer de la faz de la tierra”. Sus expresiones fueron repudiadas por todo el arco kirchnerista, el propio Partido Justicialista que conduce Mauricio Preiti, la Mesa por la Memoria y la CGT regional San Pedro – Baradero. Parte del oficialismo hizo silencio en público y refunfuñó en privado.
Aunque la concurrencia no era nutrida, había cierta ilusión con la posibilidad de escuchar algún aporte o puente tendido para cerrar la grieta. No fue así, algunos sentimos que nuevamente burlaron a los chacareros estos dirigentes devenidos en funcionarios que ahora son los dueños de la pala que cava la fosa que profundiza la grieta.
En 10 años, alguien reelerá esta recorrida por los hechos y opiniones editoriales, porque está claro que una década no ha servido para el aprendizaje y la diversidad. Mientras unos trabajan, otros se acomodan y los menos dinamitan los pocos lazos que quedan entre los argentinos que piensan diferente e incluso razonan frente a un lumpen entrerriano sin dientes que con la brutal sinceridad del hombre de campo conmovió a todo un país aunque ahora, tratando de repetir aquellos momentos de popularidad, luzca una brillosa dentadura digna de artista y ostente una banca en el Senado de la Nación que necesita renovar en 2019.