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    Un vecino de Santa Lucía denuncia discriminación por ser judío

    Es encargado de una granja de Santa Lucía desde hace dos años y desde hace un mes y medio recibe mensajes de texto en su celular con amenazas hacia él y su familia. Ahora su patrón le pide que abandone su trabajo, un hecho que él también relaciona con los problemas sufridos en el pasado por ser judío. La historia se remonta a 1999, cuando Groesmann denunció a través de una cámara oculta a sus anteriores empleadores por decirle que tenía “la sangre podrida” y llamarlo “judío de mierda”. Después sufrió un atentado que lo dejó en un Hospital.

    07 de junio de 2006 - 03:00
    Un vecino de Santa Lucía denuncia discriminación por ser judío

    Parece increíble y traída de otra época de la historia del mundo, pero para Daniel Groesmann, el protagonismo de los hechos que se cuentan en esta nota es apenas una parte de una triste historia personal.
    Lo cuenta con resignación y angustia, aclara, porque sabe que no es un detalle menor, que no es persecución ni obsesión lo que lo moviliza, sino la impotencia de sentirse continuamente discriminado por el sólo hecho de pertenecer a la comunidad israelita, en un país que todavía contiene a muchos “nazis”.
    Groesmann tiene 40 años y hace cuatro que vive en la zona de Santa Lucía. Un amigo suyo lo recomendó y así consiguió trabajo. Después conoció a una mujer que hoy es su pareja, y desde hace dos años ocupa el puesto de encargado en una granja, por sus conocimientos de porcinicultura. Hace un mes y medio sin embargo, comenzaron los problemas. Primero fueron amenazas que le llegaron a su celular. Son mensajes de texto provenientes de un teléfono de Buenos Aires. “Dicen que me van a cortar la cabeza, que me van a matar”, explicó Daniel.
    En el destacamento de Santa Lucía, radicó la denuncia penal por amenazas, pero los problemas continuaron porque su patrón, le pidió que abandone la casa en la que vive y su trabajo. Pero Groesmann dice que también en este caso es víctima de un hecho discriminatorio y por eso contrató a una abogada sampedrina, la Dra. Lilián Parsi, para que lo represente.
    “El cambió de un momento a otro, me pide que le entreguemos la casa en siete días.
    Todo empezó con chistes de judío, me decía que nosotros debemos ser los únicos judíos pobres que conoce. Mis bisabuelos sufrieron en el gheto de Varsovia, pero a mí me hacen cosas peores en este país”, explicó. Según dice, la excusa de su patrón sería una alergia que Groesmann sufre y que le dificultaría realizar su tarea.

    Desde 1999
    La historia de hostigamientos y discriminación de Groesmann comenzó en 1999, cuando él trabajaba en una empresa de colectivos de Capital Federal denominada Los Constituyentes, exactamente en la línea 111 que recorría entonces el tramo de José León Suárez a la Aduana.
    Allí se desempeñó por cinco años, hasta que la firma cambió de dueños. Los nuevos propietarios lo despidieron y desde entonces se inició una serie de situaciones graves que tuvieron trascendencia incluso en los medios nacionales.
    “Yo me presenté en la oficina para avisar que no iba a trabajar porque tenía problemas renales, orinaba sangre. Lo raro fue que me atendieron ellos y no el jefe de personal. Me contestaron que no podía ser que me pasara eso porque total yo tenía “la sangre podrida como todos los judíos”. “No te vas a ofender porque te digamos judío de mierda”, me dijo el otro. Yo pertenecía entonces a la comunidad israelita, fui a la DAIA a hacer la denuncia”, relató.
    Después, decidió llevar más adelante las denuncias y se puso en contacto con un productor y un periodista de Telefé. “Hicimos una cámara oculta, y los filmé diciéndome cosas, pero hubo una intervención del Juzgado de San Isidro y se quedaron con la cinta y no le dieron tiempo al canal para que lo sacaran al aire”, comentó.
    Como también intervinieron organismos como el INADI, el Instituto Nacional contra la discriminación, Groesmann fue despedido en el acto de la empresa. “Yo alquilaba, tenía dos nenitas, mi casa, un auto, pero perdí todo”, dice el damnificado. Su esposa se radicó con su familia en Martínez, y él, apoyado por la comunidad israelita se mudó a Castelar.
    Pero las amenazas continuaron y se agravaron. “Me amenazaban con que me iban a matar a las nenas, y un día me quemaron todo. Estaba solo, me masacraron. Me encapucharon, me quemaron los brazos con cuchillo caliente, con cigarrillos, quedé internado. En realidad, me dejaron vivo porque me pedían que levante la denuncia contra la empresa o me mataban a mis hijas, pero igual los denuncié”, dice a varios años de eso.
    Un reconocido abogado que contrató en ese momento, le recomendó “arreglar” el juicio para preservar la seguridad de sus hijas y por eso asegura que cobró una mínima suma de dinero y se marchó a rehacer su vida. Así terminó en Santa Lucía.
    “Siempre sigue habiendo nazis, por eso no sé adonde ir. Acá trabajé mucho, hice pistas de engorde para cerdos, un plan sanitario, pero no me sirvió para nada”, aclara.
    Aunque su historia parezca increíble, Groesmann dice que “a mucha gente le pasó lo mismo”, y que incluso otros compañeros judíos que trabajaban con él en la misma línea de colectivos, fueron desempleados sin motivos.
    “No me quiero ir de San Pedro, pero acá no tengo familia, ni comunidad israelita para que me defienda. Tampoco me sirve seguir denunciando en el INADI o la DAIA, porque son organismos políticos y al final no hacen nada. Te ayudan, pero yo quiero trabajar y vivir tranquilo, no quiero subsidios de pobreza”.

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