Un testimonio y una reflexión
El testimonio
Quisiera hacer una reflexión, partiendo del recuerdo que tengo de tres de esos jóvenes sampedrinos que en el 74’, 76’ o 77’ dieron su vida por la Patria. Me refiero al Grillo Ruggia, Esteban Cuenca y Graciela Rovini.
Los conocí cuando eran adolescentes, con 14 o 15 años. Estudiantes secundarios. Excepto a Graciela, que junto con su madre y hermana fueron fundadores de la Parroquia San Pablo, en el 67’, tanto a Ruggia como a Cuenca los recuerdo recorriendo el barrio Obrero en el 70’, tomando mate en ranchitos humildes o haciendo reuniones con los jóvenes del barrio.
Es el símbolo que vengo a rescatar, en nombre de la memoria histórica. ¡Eran adolescentes! Pero estaban preocupados por una llaga social, ignorada olímpicamente por la sociedad, que miraba para otro lado: detrás del Hospital, aquellas 40 casas a medio construir desde el 55’, habían sido ocupadas de a poco por gente que no tenía dónde vivir, y también se había formado un rancherío alrededor. Casi 200 familias, con una única canilla de agua en el medio del barrio. Ahí nomás, atrás del Hospital…
Esa situación fue la que sensibilizó a estos adolescentes, poniéndolos en contacto con una cruda realidad, despertando su conciencia social y su compromiso por transformar esa injusta realidad. Compromiso que cada uno de ellos, al igual que tantos otros, continuó viviendo por diferentes caminos, pero todos fieles a esa vocación militante de insertar lo personal en lo social, de ser actores y no meros espectadores de la Historia.
Estoy seguro que desde el lugar que en ella se ganaron ofrendando sus vidas, estarán sonrientes viendo cómo tantos jóvenes y adolescentes de hoy día retoman sus banderas de justicia, libertad e igualdad, el sueño de una Patria para Todos.
La reflexión
El sábado pasado, en el programa de Abel González participó Salomón Leder Kremer, hablando de la memoria y los derechos humanos. Quisiera rescatar la profundidad de lo que expuso en dos aspectos.
En primer lugar, una correcta evaluación de derechos humanos parte desde los Pueblos originarios, pisoteados y raleados como legítimos dueños de estas tierras y aniquilados por la barbarie del Conquistador, que usó la Cruz y la Espada como instrumentos de codicia, ambiciones y salvajes instintos.
Y en segundo lugar, referido al período genocida cuyo inicio se conmemoraba, Leder Kremer dejó bien en claro que los autores intelectuales de aquel golpe son tan responsables y culpados como los propios militares. Y esto no es moco de pavo. Porque lo contrario sería curar un cáncer con una aspirina. Los militares, brutos y soberbios como siempre, se creyeron salvadores de la Patria, amparados en una doctrina de seguridad, con la bendición eclesiástica de su más alto Jerarca, el Cardenal Caggiano, de nefasta memoria. En nombre de la civilización occidental y cristiana. Pero como no podía faltar, el trípode se completó con grupos económicos poderosos, al servicio de sus matrices extranjeras, resultando Martínez de Hoz el nexo perfecto para esa combinación cívico-eclesiástica-militar. Ellos mutuamente se usaron, y el único que se jodió fue el pueblo.
No se trata de revolver mierda, pero sí de destapar cloacas, y limpiar las fosas. Sin pasar a limpio, no hay posibilidad de continuar escribiendo la historia. No la historia oficial, llena de falsedades y prejuicios, sino la historia real, analizando no sólo los personajes sino también la trama en que se movieron, que es por donde descubrimos el sentido de lo que hicieron o dejaron de hacer. Eso es lo que importa, porque con diferentes actores, la historia se repite. Y esto sirve en la medida en que aprendamos a no cometer los mismos errores del pasado.
Cuando se busca la verdad, no se miden las consecuencias. Ella está por encima de conveniencias, cálculos o elucubraciones. Y es la única forma de administrar justicia, leer la realidad actual y construir un futuro mejor.
Eduardo Flores, desde Limeira, Brasil
L.E. 4.685.785