Al conmemorarse el vigésimo noveno aniversario del fallecimiento del Dr. Arturo Umberto Illia, es necesario para nosotros realizar un recuerdo que trascienda cualquier ideología política ya que hay comportamientos, conductas, acciones y hechos que superan las barreras de las apasionadas discusiones para realzar cuestiones que merecen ser rescatadas del olvido en el transcurso de nuestras vidas cotidianas.
El 18 de Enero de 1983 fallecía el Dr. Arturo Umberto Illia, quien fuera presidente de los argentinos en tiempos difíciles en donde el peronismo se encontraba proscripto y su llegada al gobierno fue por un escaso caudal de votos, aunque su gestión estuvo marcada por una profunda senda en el camino del progreso, el crecimiento y el desarrollo, parecido a lo que hoy llamaríamos “tasas chinas”.
Sin embargo, incomprendido por gran parte de este pueblo Argentino (que tantas veces actúa acertadamente y otras tantas facilita el debacle colectivo), fue derrocado por sostener los imperativos éticos y morales que emana la Constitución Nacional, las libertades civiles, como también la innegable decencia a la hora de manejar los destinos públicos de la Nación.
Aunque no escribimos está humilde semblanza para defender sus acciones de gobierno, que según el punto de vista de cada uno pueden ser acertadas o no, sino para elogiar el espíritu cabalmente democrático, humilde y de gran moral de un hombre que supo cambiar la historia de un país.
Este “viejito” de pelos blancos, con pinta de bueno pero que guardaba su fuerte carácter para las ocasiones que lo requerían, flaquito y extremadamente generoso introdujo la reserva moral y ética a la Nación.
Empezando esa vocación de servicio a través de su profesión de médico en donde el entonces presidente Hipólito Yrigoyen le señaló como su destino, el pueblo cordobés de Cruz del Eje, donde desarrolló su labor visitando y curando enfermos sin distinción alguna, obteniendo el título de “apóstol de los pobres” ya que atendía como pagaba los medicamentos de los más necesitados que acudían a él.
Aquel hombre que renunció a su jubilación como Presidente, cuando había terminado su mandato por parte de la Dictadura de Onganía, no tenía más fortuna que lo que llevaba encima, además de que continúo ejerciendo su profesión hasta el último de sus días. Ese hombre que tenía una sola casa regalada por los vecinos de Cruz del Eje, que, por los relatos de testigos que hoy en día nos llegan, tomaba café en los bolichones, saludaba primero a quien cruzara en sus paseos matinales habituales y que utilizaba el transporte público como cualquier ciudadano común.
Sin dudas, llena de orgullo el recordar al Dr. Illia, en momentos que la política parece tan manoseada, en donde las libertades parecen cada día más ser invadidas, como la falsedad y la corrupción parecen monedas corrientes ya que no abundan los ejemplos que construyan a la Juventud en los valores de la moral, la ética y el respeto a la Constitución para así seguir acrecentando el fortalecimiento de una democracia que a través de la participación de cada uno de nosotros pueda ir construyendo esa república de igualdad, crecimiento y desarrollo con la que nuestros próceres soñaron, entre ellos Arturo, el presidente honesto, humilde. Un gran hombre. Un gran argentino.
Bolla, Luciano – De Ruba, Leonel – Maes, Luciano – Mozzi, Valentino – Naso, Victoria – Pelletier, Guido – Sánchez, Alejandro – Sánchez Negrete, Ramiro – siguen las firmas.
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