Un homenaje a Don Domingo Luis Díaz, histórico vecino de Vuelta de Obligado
Para sus 84 años, su familia compartió un escrito de Eduardo María Lanús, que relata la historia de este entrañable vecino de Vuelta de Obligado, quien llegó a ser capataz de hacienda del Castillo de Rafael Obligado.
Por Eduardo María Lanús
Llegó a “El Castillo de Obligado” el 6 de octubre de 1971. Yo en ese entonces tenía 11 años y él era un hombre de 34. Javier y Rafael Obligado lo fueron a buscar porque les habían dicho que era la persona indicada para acomodar unos caballos y enseñarles a jugar al polo.
Logró acomodar bien a los caballos en cuestión, y se quedó en la estancia de puestero, primero en el puesto “La Fortuna”, donde vivió con su mujer Mabel y dos hijos muy chicos. Estando allí nació su tercer hijo.
En 1975 cuando se retiró don Joaquín Cepeda, el viejo capataz de la estancia, lo cambiaron de puesto y pasó a vivir en “El Hacha”, que está a la orilla de la calle, y a Cérbulo Enrique, su anterior ocupante, lo llevaron a vivir a la estancia. Mingo pasó de ser puestero a ser Capataz de Haciendo. Estando en ese puesto, nació su hija menor.
Hoy ya jubilado, vive en la Vuelta de Obligado, pero sus hijos varones siguen trabajando en “El Castillo”, la estancia donde se criaron. Predicó con el ejemplo valores como la honradez, la responsabilidad, la fidelidad y el apego al trabajo. Por dar un ejemplo, si la hora de salir a trabajar eran las 3 de la tarde, Mingo llegaba desde el puesto al galpón a las 2.30, y con el caballo ensillado agarrado del cabestro esperaba las órdenes tanto de don Cepeda primero, como de don Rafael Obligado después.
Buen amigo, de esos que no se encuentran todos los días. Viéndolo aprendí a tusar, a afilar una tijera o un cuchillo, a tirar derecha una línea de palos alambrando. También me enseñó a tirar el lazo. Ahí me costó mucho, aunque en ninguna de estas cosas llegué a ser ni el 10% de lo él fue.
Muy seguro para enlazar de a caballo, se manejaba muy bien para cruzar en la canoa y después en la isla, entre los cañadones bravos, y eso no es para cualquiera. De los mejores domadores que hubo en la zona, muy buenas bocas sacaba y siempre tiraba de arriba. No sé los metros de alambrado que habrá en “El castillo” que fueron hechos por él y los peones.
Inspirado en este paisano, escribí varios versos, como por ejemplo “Un temporal”, “La tropilla” y “El alazán”, entre otros cuantos. En un verso que le escribí a un hombre que vive en Arrecifes, donde pinto algunos recuerdos de mi infancia, hay una estrofa que dice:
Jorge Rufá, el petisero
que en mis recuerdos lo hallo
variando ocho o diez caballos
de los llamados poleros
a su padre, el viejo islero,
cruzando cañadones.
O cuando atrás de los piones
de chico al campo salía
me acuerdo de Mingo Díaz,
siempre andando en redomones.
El 25 de agosto cumplió 84 años. Cada vez que habló con él me dice que su casa es como si fuera mía y sé que lo dice de corazón. Para no extenderme, porque vivencias con él tengo infinidad por contar, sólo digo públicamente que lo llevo en el corazón, que lo quiero muchísimo, que no nos vemos nunca porque estamos lejos, pero que mi amistad para con él está igual que siempre. Que dentro de un mes van a hacer 50 años que lo conozco, y que me ha dejado muy buenos recuerdos sobre toda mi infancia y adolescencia. ¡Querido Mingo, este es mi humilde homenaje a tu trayectoria y a tu vida ejemplar!
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