Un combo de desidia que costó nueve vidas
San Pedro y Baradero asistieron consternadas a la noticia de una tragedia sin precedentes, que le costó la vida a nueve jóvenes de entre 16 y 33 años. Negligencia, poco respeto por la vida propia y la de los otros, rutas intransitables, falta de control y una sociedad acostumbrada al “yo hago lo que quiero”, conformaron un cóctel mortal que obliga a la reflexión.
Mientras la Fiscala Gabriela Ates espera los resultados de las pericias, la falta de testigos oculares dificulta la reconstrucción de un accidente cuyo análisis trasciende la llamada “mecánica del hecho”. Nueve personas murieron en el km 11 de la Ruta 1001 durante la madrugada del viernes pasado. Tenían entre 16 y 33 años. Siete eran de Baradero y dos de San Pedro.
El luto en ambas ciudades no pudo dejar de lado la necesaria reflexión en torno al combo perfecto de causas evitables que confluyeron en la atroz consecuencia de un choque frontal entre un Renault 12 que circulaba en sentido a San Pedro sin luces y con una moto de tiro, y un Fiat Siena que iba a Baradero tras una noche de boliche, que terminó incendiado con tres de sus cuatro ocupantes carbonizados.
La 1001 es una de las peores rutas de la provincia de Buenos Aires. Un cartel indica que hay que circular a 30 kilómetros por hora por el mal estado en que se encuentra. Hace un mes los vecinos habían cortado el acceso y señalado la necesidad de un bacheo profundo, amén del control efectivo sobre los camiones areneros.
El mismo control que el Foro de Seguridad recordó en estos días debería hacerse sobre los vehículos que entran y salen de la ciudad tanto por esa vía como por la Ruta 191. El que prometió el Secretario Jantús, del Ministerio de Seguridad, cuando vino en noviembre pasado.
Tal vez la promesa del funcionario del Ministro Granados hubiese permitido detener a un auto que venía sin luces y con una moto de tiro. Aunque pensar si hubiese pasado esto o aquello no devuelve vidas.
Apenas conocido el accidente, los primeros en llegar, como siempre, fueron los Bomberos. Luego las ambulancias y la Policía, con Paolini a la cabeza. Más tarde la Justicia, con la Fiscala Ates en territorio. Se vio al Secretario de Salud Javier Sualdea y a muchos funcionarios y concejales… de Baradero.
Sabían, desde el principio, que los cuatro fallecidos del Fiat Siena eran oriundos de la ciudad que gobierna Aldo Carossi, quien decretó duelo de inmediato, luego de que la Jefa de Policía Comunal de su distrito le comunicara la situación.
José Manuel Rey, de 19 años, conducía el vehículo; Nahuel Velasco, futbolista –“era un crack”, dijeron sus vecinos–, también tenía 19 años y ocupaba el asiento del acompañante; detrás venían Evelyn Gómez y Daniela Ortuño Díaz, dos amigas inseparables, de apenas 16 años.
El primero de los nombres del Renault 12 en conocerse fue el de su conductor: Alfredo Pérez, 33 años, sampedrino. En su poder encontraron una “sustancia blanca”, según informó la Fiscala, que el lunes fue confirmada como cocaína. Su hermana Marisa reconoció su problema de adicción. Entre sus amigos aseguraron que, al respecto, “era un pibe difícil”.
Su acompañante era Brian Canali, otro sampedrino, de 20 años, cuya familia ya había sufrido en 2008 la muerte de su hermano Lucas, en un confuso episodio en un campo, donde recibió un disparo de arma de fuego. Brian sobrevivió el accidente pero no superó la segunda intervención quirúrgica y falleció alrededor del mediodía. En él estaba depositada la única esperanza de saber cómo sucedió todo.
No hubo testigos y de los ocupantes de un automóvil que pasó en dirección a San Pedro proveniente de una fábrica ubicada sobre la Ruta 9, quienes habrían visto el Siena en el momento en que se incendiaba por completo, nadie sabe mucho, con excepción de ciertas voces que hablan de oídas sobre su relato.
A las 14.00 de ese viernes, la hermana de Elías Edelmiro Ledesma estacionó su moto en la puerta de La Opinión, acompañada por una amiga. Querían saber qué datos había sobre los fallecidos que eran oriundos de Baradero.
Ninguno de los nombres les cuadraba, pero algo sospechaban. Sabían que el joven de 22 años había salido desde su ciudad de origen rumbo a San Pedro junto a un amigo, Gerardo Manuel Navarro, de 18 años. Una hora y media más tarde, este semanario daba a conocer esos nombres como el de las víctimas que restaba reconocer, junto a Diego Fabián Santillán, de 32 años, quien conducía la moto Honda que iba enganchada del R12 con una soga.
Se enteraron en la Comisaría, donde los policías y un puñado de voluntarios, junto a funcionarios del Gobierno de Baradero, daban contención a los familiares de las víctimas.
Si Sualdea y Picchioni asistían en el Hospital, y Cecilia Berretta ordenaba el tránsito por dentro de Río Tala, por donde los conductores transitaban como si fuesen por la autopista en medio de la tragedia, no son muchos más los nombres que pueden aportarse por parte del poder político local ante la tragedia. Guacone se comunicó por teléfono con algunas autoridades para saber cómo estaba todo.
Baradero no sólo decretó duelo antes que San Pedro –el Gobierno local lo hizo luego de que Carossi lo dijera en el aire de La Radio–, sino que además sintió el dolor en su seno comunitario, algo que no sucedió aquí, a pesar de las dos muertes y de que la tragedia tuvo lugar en la misma ruta que sampedrinos transitan a diario para trabajar o estudiar.
Vaya como ejemplo el velatorio de las víctimas en el Concejo Deliberante baraderense, en pleno centro de la ciudad, con toda la población conmocionada, y la actividad nocturna suspendida en señal de duelo.
Ello también es parte del combo perfecto, en el que hubo autoridades provinciales a quienes la ruta destrozada sólo les significó un punto rojo en un mapa de sus despachos; otros que vinieron a prometer controles y se fueron sin recordar que aquí viven 60 mil personas que a diario sufren sus olvidos; funcionarios municipales más acostumbrados a la pleitesía que al reclamo enérgico; empresarios cuya excusa para violar las leyes que provocan destrozos de caminos que ponen en riesgo la vida es la “rentabilidad”; conductores que circulan en autos que no están en condiciones; “valientes” que sostienen “es mi vida” ante el reclamo por el cumplimiento de la legislación vigente sin pensar en que a su lado viajan otros o que en sus casas los esperan sus hijos, sus padres, hermanos, amigos; la “cultura” de la diversión que celebra el consumo de alcohol y otros estupefacientes, y que señala que a pesar de lo que dice la Ley de Nocturnidad, hay que salir, a la edad que sea; una cultura que además presiona a los padres, y hasta pareciera que los convenció…
El tiempo de reflexión necesario le ocupa a todos y cada uno de los miembros de una sociedad que tiene dificultades para pensarse como conjunto y donde siempre lo que sucede le pasa a otro.