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    Un amor que mata

    25 de abril de 2012 - 16:43
    Un amor que mata

    Una vez le pregunté a un chico: “¿Por qué los hacés?” Al verlo tan perdido y con un aspecto que de verdad daba lástima. El me respondió: ¨”Lo hago porque tengo problemas”.
    Apenas se le podía entender lo que decía, parecía como si su lengua estuviese muy congelada. Me sorprendió su respuesta y volví a hacerle otra pregunta: “¿Y eso puede sacarte o solucionarte todos los problemas?”.
    Quería escuchar la respuesta porque de verdad me interesaba escucharla, la verdad es que quería saber si esa era la verdadera solución a todos los problemas. De ser así yo también solucionaría mis problemas de la misma manera.
    Me miró un instante y sonrió. Luego contestó: “No me soluciona ni me saca los problemas, sólo me ayuda a olvidarlos”.
    “¿Para siempre?”, le pregunté rápidamente. La pregunta me salió directamente del alma. Él contestó como si fuera algo normal: “¡No, no para siempre! Solamente es mientras dura el efecto, una vez que se le va el efecto todo vuelve a ser como antes”. Sonrió y agregó: “A veces cuando el efecto se va tengo un problemita más en la lista con la diferencia que cuando aparece el problema después del efecto no me acuerdo cómo es que surgió ese problema”.
    Cuando terminó de hablar agregó una ligera carcajada pero parecía una carcajada forzada. Con la mirada fija en el piso, le dije: “Es extraño, ¿sabés?”; y él me preguntó: “¿Por qué?”. Lo miré luego con una expresión de ternura y le dije: “¡Es extraño arruinarse la vida entera por querer olvidar los problemas y sólo lograr más problemas; sabés, eso con el tiempo se hace adicción y en vez de ser algo para olvidar por un rato los problemas se vuelve algo que si no tiene tu cuerpo, tu cabeza se vuelve loca. Pero no creas que haciéndolo todos los días vas a estar bien. Tenés que saber que mientras le das calma a tu cabeza, tu cerebro está muriendo lentamente”
    Me contestó: “Sí eso ya lo sé. Ya es una adicción en mi vida y necesito hacerlo, tengo que hacerlo”.
    Bajó de golpe la voz y me dijo: “Sabés, yo quisiera poder dejarla pero es como si estuviera muy enamorado de ‘ella’. No puedo vivir sin ‘ella’, todas las noches sueño con ‘ella’ y ansío impaciente el día siguiente para poder estar con ‘ella’ nuevamente”. Suspiró profundo y dijo: “Si no la tengo, me muero”. Yo lo miraba muy triste porque veía en su mirada una expresión de tristeza que clamaba ayuda para poder alejarse de “ella”.
    Le pregunté: “¿Vos crees que si te lo propones a dejarla lo vas a lograr? ¿Te gustaría dejarla para siempre?” Me contestó a mí pero sus ojos miraban hacia la nada y me dijo: “Yo quisiera poder dejarla para siempre… pero cada vez que intento dejarla y olvidarla… cuando estoy a punto de lograrlo, ‘ella’ aparece, me seduce y logra quedarse conmigo, es por eso que me resigné y ahora no puedo vivir sin ella, te juro que no puedo”.
    Con una voz quebrada e insegura le dije: “Sabés, cuando tenemos problemas siempre hay personas que quieren ayudar”. Me contestó rápido y sonriendo pero con una gran tristeza: “Nadie quiere ayudarte cuando el problema es la DROGA”, me dio un beso y me dijo gracias y se fue.
    Nunca supe por qué me dio las gracias. Me quedé mirándolo mientras se alejaba, apenada y pensando ¡Qué triste! Tan joven y si supiera que se está matando.
    Suspiré profundo, entré a mi casa y me puse a escribir.
    Pasaron años después de esa charla con el muchacho hasta hace poco, que me enteré que estaba internado en un hospital psiquiátrico y que lo único que dice es: “Yo la amo, la necesito, aunque mi familia no la acepte yo vivo por ‘ella’ y necesito tenerla”. Conforme pasan los días, él se ve un poco más calmado.
    Se me dio por preguntar: “¿Cómo llegó al extremo de terminar en ese lugar?” Lo que me contestaron me dio escalofríos y a la vez me dio mucha tristeza. Me dijeron que él terminó ahí porque un día drogado golpeó a su madre y casi mata a su hermana.
    Hoy, por supuesto, pide perdón y asegura que no se acuerda de nada; dice que ama a su madre y a su hermana y que jamás las lastimaría.
    Me quedé pensando un rato. ¡Cuántos habrá como él o terminarán como él! Me invadió una tristeza muy pesada en el alma. También me dijeron: “Sabés que él está decidido a que cuando termine su tratamiento, cueste lo que cueste, va a pedirle perdón a su mamá y a su hermana y va a empezar una nueva vida y ‘ella’ esta vez no lo va a conquistar”. Sonreí muy alegremente deseando que lo último que me dijeron se cumpliera pronto.
    Me dije a mi misma: “Bueno, todos tenemos problemas, todos cometemos errores y necesitamos ayuda”. El mundo entero no es perfecto.
    Este cuento se lo dedico a todos esos chicos que tienen un amor que mata y lo saben, y en especial a Marcos R. que es un buen muchacho e inteligente si se lo propone puede tener un futuro brillante quiero que sepa que lo quiero y estoy muy contenta de tener un amigo como él. Le deseo que pueda conseguir lo que quiera para poder ser feliz.
    Iris Velo

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