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    Un 28 de Diciembre

    28 de diciembre de 2005 - 03:00
    Un 28 de Diciembre

    Desde que Adán dejó de estar solo y apareó su existencia a la pareja con una mujer – por analogía y consistencia – el hombre refrenda el sagrado compromiso de construir, lejos de la soledad, la dupla que lo convertiría en jefe, conductor, protector, asesor, responsable y enamorado hasta los tuétanos de aquella inteligente criatura que lo miró, flecho y sin demasiados bemoles exclamó cerquita: ¡Adán, no tengo que ponerme! Y entonces, primero con los cueros de animales que casó, y luego con toda la creatividad de que disponía, sumido y penitente, devoto y ya dominado por la debilidad de sexo que lo iba amasijando y comprometiendo, se jugó y autodecretó que bien valía la pena unirse a semejante máquina – aunque la idea aún no la había inventado – y legalizó, contento y obediente la premisa del Señor: Uníos y Multiplicaros, y todo anduvo. Cosas más, cosas menos, pero sin salirse demasiado de los carriles enunciados – que los errores y penitencias corrieron desde entonces por su cuenta y riesgo – la raza humana se desarrolló en base a los compromisos primarios y a estructurar en suma luego los decálogos y reglamentos que ceñirían la suerte y bonanza de aquella dupla, que sin suegras ni cuñadas, chicos o expensas, enamorados hasta la médula, avenidos a amarse y protegerse, comenzaron la suerte que iban construyendo entre aciertos y metidas de pata, que al buen hacedor lo aburrieron cerquita y tuvieron que tirar del carro solos y como pudieron. Y la cosa no fue tan mal, pese a los pecados cometidos, errores de cosas no aprendidas, caprichos y necesidades con que se ilustraron, mientras se arrepujaban bajo las primarias pieles y cimentaron su amor, a sus proyectos expansivos y el resultado de los frutos de no cuidarse, valga la primer redundancia, o desconocimiento total de lo inevitable: después de los equívocos, vienen los perjuicios, o la secuencia de los hijos y todo lo demás, que aún estaban a tiempo y no hicieron caso, o aún no sabían. Y para llegar al cruce de los caminos, y dejar de echarle la culpa en demasía al hombre con la hoja de parra, meditar y justificar los sucesos que han sido elaborados en mucho más de miles de años por la inteligencia y necesidad de compartir de aquel primer ejemplar, constituirse en parte antes que juez será consigna, y si te equivocaste: sonaste. El matrimonio, que al fin de eso se trata la Filípica – base de nuestra sociedad, y primaria empresa sobre la que se sustenta la habilidad de capital, producción, intereses e inversiones, vales – y ¡Quiero retruco! Que en esto de defender a mi compañera no voy a andar titubeando. Y como que hace hoy justito dieciocho mil doscientos cincuenta días que Arturo Vespaciano en la Iglesia, y el negro Pintos en el Registro me unió con Haydeé Noemí por la Ley de Dios y de los hombres, juro que no me arrepiento y debe ser una de las cosas más dignas e inteligentes que he edificado en cumplimiento de la promesa de Adán, aunque me gustaría discutir aún hoy la suerte de comprometida herencia, que la Sucesión no está del todo clara, y hay más te debos que haber, por más firmas y sellos que avalen, que uno los acepta sin regañadientes, pero que algo debe faltar, después del total compromiso de CONTIGO PAN Y CEBOLLAS, Bodas de Oro. Cincuenta años apareados a la vida y la familia, cinco décadas de compartir alegrías y tristezas, diez lustros de ponerle cada hora sal y pimienta al manjar ostentado en nuestra mesa y que sirve de base al alimento primordial de nuestros hijos, nietos y lo aún por venir. Suerte elegida y compartida, aún hoy, cuando entre caricias y sonrisas, memorias prodigiosas y un balance casi perfecto con un haber harto usuario, reparemos comenzando por los brazos y el rostro a notar que nuestra piel está arrugada y un tanto marchita, y que nuestro pelo de gris se pasa apurado a blanco, rodeados por el amor de los que supimos conseguir. Perdón, no puedo seguir. Se me metió una basurita en el ojo. ¡Cincuenta años! ¡Pavada de inocentada! La que nos jugamos. Alzo mi copa, pese a los predominantes riesgos cardiovasculares, y brindo participándoles, – de ocasión tan íntima, que el medio también integra la familia – de la feliz coincidencia y hago votos para poder seguir compartiendo la ocurrencia del Señor de ponernos a edificar nuestro propio destino. ¡Qué la inocencia les valga! Que al fin, no se de que me sonrío, que con mi media naranja hemos hecho lo que pudimos, y que pudo ser más o mejor, pero que valió la pena cumplir con lo que el Padre Celeste y el Negro Pintos nos exaltaron. Pese a que entonces casi, casi solo una idea fija imperaba. Salud!

    Sergio H.

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    • Edición N° 717
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