“Trabaludos, pelónomos y usurpatodos”, el editorial de Lilí Berardi sobre las usurpaciones, sus causas y consecuencias
La edición impresa de La Opinión, cuyo tema principal de tapa es de las usurpaciones masivas que se produjeron en San Pedró en los últimos días, contiene una reflexión de la directora de este medio en la que, con humor y su habitual crudeza, hace un análisis imperdible acerca de lo que se sintió en la sociedad ante esa ola de tomas de terrenos. El "trabaludo", trabajador boludo; el "pelónomo", pelotudo autónomo; y los usurpatodo, alimentados "al calor del mayor negocio de las campañas políticas", son los protagonistas.
Por Lilí Berardi
La ola de usurpaciones que con mayor o menor grado de instigación se desató en el casco urbano tiene un patrón común: parejas de chicos muy jóvenes con uno, dos y hasta tres niños, cuyas edades no superan los 24 años. Hijos o sobrinos de habitantes de otras zonas que también fueron usurpadas o heredadas de familias excluidas arguyen que entran “porque el terreno está sucio, abandonado, lleno de ratas” y dicen que han escuchado hablar del hantavirus.
No son buenos ni malos, simplemente han constituido familias al calor del mayor negocio de las campañas políticas. No son neoliberales ni nacionales y populares, son pragmáticos. El Estado no hará por ellos lo que necesitan y, por lo tanto, lo hacen ellos. Ocupan, usurpan, exigen, piden alimentos, salud y, si se puede, educación para sus hijos. No mucho más que eso porque trabajo no hay y hasta es probable que tampoco quieran porque con planes, asignaciones y favores de los “campañeros” (con A, no “compañeros”) versión 2019 tiran unos añitos más.
Incluso hay que destacar que son buenos agrimensores y urbanistas, mucho mejores que algunos de los que tienen esa responsabilidad paga por el Estado. Abren la calle “para que el día de mañana no se arme un pasillo con la delincuencia” y subdividen propiedades de acuerdo a cantidad de familias y no de metros cuadrados permitidos por la legislación vigente. No usan estacas, teodolitos ni cinta métrica.
Alambre, soga, cable, piolín o hilo es suficiente y si alguno no puede quedarse a cuidar lo suyo, demarcan y dejan algún objeto propio: por ejemplo, un asiento de bebé como el que ilustra esta nota, ya que nadie se atrevería a robarle a un recién nacido la parcela, emplazado en uno de los predios; esa misma noche de la toma, una joven tuvo que ir a dar a luz al Hospital y dejó esa sillita junto una mesa plástica como única muestra del que será su hogar. ¿Está claro? Allí, el primer paso.
Luego está el pelónomo, dueño del terreno propio o heredado que usurparon. Ese ser “maligno” que tiene propiedades para especular y no las limpia o no paga sus impuestos. “Merecedor” de todo tipo de castigo porque como el Estado no controla que cumpla ni lo intima, van los usurpadores a hacer justicia por mano propia y a ocuparse de lo que no se ocupó el funcionariado. Nada de multas o expropiación por incumplimiento. Toma directa y ocupación, ya que luego será el mismo Estado el que compre las tierras a precio vil al pelónomo y facilite la escritura al usurpador.
Una cadena de favores casi perfecta. Un plan que puede tener fisuras pero que al pelónomo chanta y especulador le sirve y al otro pobre que no pudo ni pagar las tasas, lo perjudica porque justo allí, en ese predio que heredó de sus abuelos y que ocupa una manzana, tenía planeado, apenas juntase unos pesos, dividirla en dos para vender la mitad y la otra dársela al nieto. Como dije, cadena de favores sobre la que se debatirá en redes sociales y sin consecuencias según quien sea el propietario pelónomo o el trabaludo (por si no lo recuerdan: pelotudo autónomo o trabajador boludo).
Ya transformado en víctima de los usurpatodo, cobrará un protagonismo que no soñó ni deseó mientras otros posibles ocupas husmean que otro territorio está vacío, como sucedió con el sector trasero de la explanta depuradora frente al Hotel Spa que podría estar valuado en unos 60.000 dólares el lote. Allí la comuna dijo en algún momento que haría una escuela y después planeó una cesión a un sindicato que quiere hacer “un salón de convenciones”.
Increíble pero real, ya que con el valor de esas manzanas loteadas la gestión podría comprar unas cuántas hectáreas para planes de autoconstrucción en la que además de agarrar la pala, cada quien debe ser su propio albañil. Ni soñarlo: prefieren prometer planes de viviendas sociales que nunca llegan y luego hacer una fiesta de inauguración para que los beneficiarios aplaudan y agradezcan que con la plata de los pelónomos y trabaludos puedan hacer campaña cada dos años.
“Vos sos la antipolítica”, suelen reprocharme quienes acceden al poder, sobre todo aquellos que con un natural desparpajo juvenil hacen alarde diciendo que “el texto es largo para leerlo todo” cuando apenas ven una carilla de un expediente. ¿Está claro? Otro tema.
El trabaludo que trabajaba en una fábrica textil en 2011 tenía derecho a un aumento de sueldo. Su patrón pelónomo dijo que no podía afrontar el incremento y les ofreció una manzana que había adquirido a pagar en cuotas y descontarla de esa parte del sueldo que no podía pagar. Los que aceptaron la propuesta fueron 11 trabaludos/as que buscaron asesoramiento para escriturar.
Lo lograron, pusieron la propiedad a nombre de todos porque no estaba subdividida. Pagaron por su título de propiedad, buscaron un agrimensor y por ser tan pero tan trabaludos se turnaban para hacer trámites, porque seguían trabajando y las escribanías, los bancos, la Municipalidad y las agencias de recaudación atienden de mañana. No sólo tenían que parcelar para once familias sino también abrir una calle.
Eso les fue informado en las oficinas municipales, donde también les recomendaron concurrir al Concejo Deliberante porque por la superficie que tenía el terreno no lo iban a poder subdividir. Los trabaludos estaban ilusionados, fueron a la Coopser a enterarse de la fortuna que sale una bajada de luz para su barrio, pagaron las tasas, los impuestos y hasta buscaron a alguien que les mantenga el pasto cortado “con caballos”, porque, eso sí, el agua “pasa por la vereda de enfrente y es fácil cruzarla”.
Los once trabaludos y sus familias pensaron en una cooperativa. Los ayudó un abogado con contactos políticos y también pagaron para que los trámites los haga un privado. O sea que de trabaludos se transformaron casi en pelónomos, porque tenían que gestionar, administrar, calcular, recaudar y juntar cuotitas para pagar los gastos. Hasta que la plata empezó a escasear porque la mayoría abona un alquiler o comparte gastos con su grupo conviviente. Entonces…
Entonces el trabaludo lee o escucha que el concejal que lo atendió cobra tres sueldos y medio que tanto él como los pelónomos le pagan a ese mismo que lo atendió para decirle que “eso del terreno no va a salir” porque tienen que hacer una excepción a la Ordenanza San Pedro 2000 y eso no está permitido. El trabaludo, que no tiene tiempo ni para llevar a sus hijos a la escuela, espera a que los ediles se reúnan un jueves cada 15 días para ver finalmente si van a votar por la ilusión de permitirles hacerse su casa con su plata o la de algún crédito que tomará. Sí: ellos votan si sigue o no la ilusión.
Espera muchos jueves, porque ya está en el 2015 y se van los que estaban para que entren los que siguen. El trabaludo ya dejó ese empleo que tenía, pagó su parte de terreno, tiene la escritura en la mano, anda preocupado porque el hijo que iba al jardín cuando compró ya va por tercer grado de la primaria y quiere ver si se ahorra unos mangos, pero le aumenta la luz, el gas y la comida porque le dicen que alguien tiene que pagar la fiesta. Y el trabaludo dice “¿yo?”. Y la respuesta es “sí, sí: vos tenés que pagar la fiesta”.
Los once trabaludos empiezan a tener diferencias, se hunde la cooperativa, se acaba la posibilidad de mantener el terreno que ahora tiene el pavimento que antes no tenía y que va a tener las “obras que no se ven”. Entonces llega la campaña y se le acercan los “campañeros” (con A) y de un lado y del otro le dicen que no tiene que perder las esperanzas porque si vuelve “la chorra” se lo regala y si gana “el gato” va a tener para pagarlo cuando todo cambie.
En fin, el trabaludo está cansado porque pasaron ya tres elecciones y sigue pagando renta para su techo. Ya dejó “los lujos”, no va al hotel sindical en Las Toninas, da de baja el cable para comprar una alarma o cámara de seguridad, vende el Renault 18 porque no tiene para la nafta y usa el celular para informarse. Es tan pero tan trabaludo que un día sale del trabajo, mira la pantalla de su Movistar sin chip y ve que las imágenes de un video de transmisión en vivo que guarda el Facebook de Sin Galera se corresponden con las de su terreno. El terreno del trabaludo que volvía cansado a su casa y, de urgencia, ahí nomás comparte por WhatsApp con el grupo de propietarios la noticia.
El trabaludo se autoflagela y se pregunta por qué se le ocurrió ir por derecha, cumplir con todas las obligaciones y multiplica. Sí, multiplica 6 x 12 por 8000. Cinco años, por doce meses, por ocho mil que paga de alquiler en un barrio que le queda a 60 cuadras del trabajo y 40 de la escuela de los chicos. Se baja de la moto porque la cifra le da 576.000 pesos, 15.157 dólares a cotización de hoy y unos 115.200 si toma la valuación promedio a 5 pesos que tenía en 2012.
El trabaludo escucha además que el Concejo Deliberante no trató el tema porque el proyecto era de la oposición o del oficialismo; no sabe, pero en cualquiera de los dos casos, para él es lo mismo. Por último, va a un programa de radio a preguntar cómo es la cosa, porque nadie se le acercó ni sabe que él es el dueño precisamente del terreno que tomó el usurpatodo y, a poco de comenzar a hablar, llama un usurpatodo que le reprocha “por qué no cortó los yuyos” del terreno y que a él no lo van “a mover de ahí”.
Así se cierra el círculo, ¿está claro? El trabaludo piensa que si vende el terreno, con pavimento y alguna otra mejora, le deberían dar 115.200 dólares dividido 11 y cuando ve el resultado observa que su parte debería ser de 10.472 dólares, unos 397.000 pesos a valor de hoy. El trabaludo entra en éxtasis o monta en cólera. Sabrá usted qué es mejor para el pobre trabaludo, que pese a todo su razonamiento debe llegar a su casa, cenar lo que se pueda, dedicar 15 o 20 minutos a los chicos y sumarse a la marcha contra el tarifazo porque él no es de uno ni de otro pero no puede pagar más. Cuando llega a la Peatonal, se encuentra con un señor con una chaqueta roja que le espeta “acá compañero se está de un lado o del otro de la revolución, no hay lugar para los que están en el medio”.
El trabaludo mira al pelónomo de su patrón que también había venido con la cacerola porque tampoco puede pagar la luz y se tocan el bolsillo para ver si tienen para invitarse mutuamente a una Coca o una Quilmes. A punto de entrar al bar divisan al edil que tenía que autorizar la subdivisión del terreno que uno había vendido y el otro había comprado, descansando de ese constante trajinar de dirigente en la mesa que da a la ventana para que el votante lo vea y recuerde su cara.
El mismo que el fin de semana subía fotos al Instagram gozando de asado al borde de la pileta con otro par, representante del pueblo. Tienen pensado un timbreo o una choriceada en los terrenos usurpados porque ya vienen las Primarias y las Generales. Sacarán la cuenta de cuántos hijos sobrevendrán de los usurpatodo y cuánto tardarán en empezar a votar así ya les empiezan a pedir que le agradezcan lo mucho que hace por todos ellos y se saquen una selfie. Total el pelónomo y el trabaludo se reproducen menos, votan siempre por indignación y con su voluntad ya no deciden nada porque la mayoría se cocina en otro lado.
El trabaludo y el pelónomo acuden a la Justicia, pero justo, justo está la feria y la fiscala que cumple su turno vive a 80 kilómetros, además llega el fin de semana y la jueza de Garantías no ordenará desalojos. El usurpatodo aguanta debajo del nylon una ola de calor de 40 grados con cuatro pibes y la mujer embarazada, por si se viene la tormenta y llueve. El trabaludo soporta sin aire acondicionado; el pelónomo lo prende, pero le salta la térmica y no consigue electricista. ¿Por qué?
¡Porque en este país nadie quiere trabajar!