Tortura, golpes y amenazas durante un robo en Villa Igoíllo
Ocurrió la noche del martes 4 de febrero en ese barrio. Un matrimonio y su hijo de 18 años fueron reducidos en el interior de su casa, golpeados y torturados de manera salvaje por dos delincuentes armados. La causa quedó en manos de la Fiscala Ates.
No hay palabras para describir el calvario que atravesó una reconocida familia de San Pedro, que fue sometida de la manera más salvaje durante unos cuarenta minutos. Todo por unos 8 mil pesos, un par de computadoras y un equipo amplificador de guitarra.
Un comerciante sampedrino junto a su esposa y su hijo menor, regresaron a su casa tras una extensa jornada de trabajo. Descansaban frente al televisor cuando todo comenzó.
La víctima relató los hechos a La Opinión, aunque prefirió mantenerse en el anonimato por el temor que invadió a toda la familia luego de sucedido el hecho. Más aún cuando algunos días más tarde intentaron ingresar a robar al comercio de su propiedad, en el centro de la ciudad.
“Sinceramente yo quedé encandilado porque estábamos a oscuras mirando la televisión y de repente vi dos sombras que se metieron en mi casa y que gritaban ‘dame la plata hijo de puta’. Yo los enfrenté por defender a mi familia”, explicó el hombre de 45 años y detalló el momento previo: “Mi hijo estaba con los amigos sentados en la vereda, afuera de mi casa, tocando la guitarra. Entró para comer y no cerró con llave la puerta y quedó abierta, cerrada pero sin llave”. De allí en más todo se convirtió en un verdadero infierno.
“Dónde está la plata”
Mientras uno de los delincuentes, con un arma en cada mano, apuntaba a las cabezas de la mujer de 43 años y su hijo, que permanecían sentados y atemorizados, el propietario de la vivienda forcejeó con el segundo delincuente, también armado. Allí recibió el primer golpe, cayó al suelo y el ladrón colocó una de sus rodillas sobre en la zona costal de la víctima que, sumado a una serie de golpes, le provocó una fisura de la cual aún se recupera.
Él, el padre y esposo, fue quien llevó la peor parte. “Los golpes no pararon, apenas alcanzaba a tomar aire y me pegaban de nuevo; cuando nos redujeron nos ataron con los cables de la computadora”, explicó a este semanario y aseguró: “A mi esposa no la maltrataron en ese momento, pero a mi hijo y a mí nos dejaron las manos violetas por la presión con la que nos ataron”.
La familia fue llevada hasta la habitación mientras los delincuentes continuaban exigiendo el dinero a punta de pistola. El adolescente fue arrojado boca abajo sobre la cama, mientras que su padre permaneció arrodillado y su esposa fue arrojada en el piso.
“Mi miedo, cuando nos llevaron a la habitación, era que no le hicieran nada a mi esposa o al pibe”, expresó el hombre al tiempo que detalló: “Me seguían pidiendo guita, ya les habíamos dado la plata que teníamos en la billetera, que era todo lo que teníamos; cuando todo pasó tuve que pedir plata prestada para comer porque me sacaron lo que me quedaba”.
“Si eso no es tortura, que me expliquen qué lo es”
Así se expresó el padre del joven de 18 años, cuando indignado y dolido por lo sucedido, continuó el relato del robo. “Mientras me seguían pegando y mi mujer seguía tirada en el piso, uno de estos hijos de puta me dijo que si no le decía dónde estaba el resto de la guita, me mataban al pibe”, contó desesperado.
Con el recuerdo vívido de ese momento, continuó: “Lo dieron vuelta, me levantaron la cabeza para que mire y lev pusieron una almohada en la cabeza; ‘mirá, mirá como se muere tu hijo por no querer darnos la guita’, me decía y le sacaban la almohada, mi hijo quedaba morado por no poder respirar; lo hicieron varias veces, yo les pedía por favor pero no entendían que jamás dejaría a mis hijos atravesar una situación así por guita, si tenía más, se las daba. No me puedo olvidar de ese momento”.
“Si lo que pasó mi hijo no es una tortura, que la Justicia me explique qué es una tortura”, manifestó indignado el comerciante.
Golpes, golpes y más golpes
El propietario de la vivienda fue quien llevó la peor parte. “Me pegaron la primera vez cuando me llevaban a la habitación, fue al pasar, mientras uno me llevaba el otro me pegó con una de las armas; después nos gatillaron varias veces en la cabeza, pero nunca dispararon”, relató el hombre.
“Todo el tiempo eran patadas en las costillas, piñas en el estómago” y hasta sacaron un cajón de un mueble y los golpearon varias veces en la cabeza, aseguró.
Las víctimas siempre permanecieron atadas y apuntadas con armas de fuego por los delincuentes que actuaron con el rostro cubierto.
El auto
Cuando los asaltantes percibieron que no escaparían del lugar con más dinero del que habían obtenido hasta entonces, además de algunos objetos de valor, comenzaron a exigir un vehículo para abandonar la vivienda del barrio Villa Igoíllo. Las luces siempre estuvieron encendidas, aunque los delincuentes se encargaron de cerrar cortinas y persianas para que nadie se percatara de lo que pasaba en el interior.
“Danos el auto, dónde está el auto”, comenzaron a exigir los malvivientes para irse del lugar. El hijo mayor del matrimonio había salido horas antes de la casa, con el rodado familiar, por lo que la única opción eran dos motocicletas estacionadas en un pasillo lateral de la propiedad.
Los delincuentes no pudieron poner en marcha ni conducir las motos, lo que provocó más furia en ellos, que descargaron contra el propietario de la casa, a quien le dieron una nueva paliza dentro de la habitación y, esta vez sí, se fueron.
La mujer logró desatarse y relató esto a su marido. “Me pude soltar, voy a ver si se fueron”, ante la negativa de su esposo, que temía que regresaran. Ella tomó coraje, recorrió la casa, notó que no estaban, y cerró por dentro toda la vivienda. Corrió hacia la habitación nuevamente, desató a su esposo y a su hijo, y allí permanecieron hasta la llegada de la policía y los médicos.
“Lo que pasó, se terminó acá. Queremos que investigue la Justicia, sí, porque estamos destruidos y yo particularmente humillado, por no poder defender a mi familia en ese momento. Lo que pedimos es que alguien haga algo, porque estas cosas no pueden seguir pasando”, se quejó el hombre y remató: “Toda mi vida viví en San Pedro, pero los último diez o quince años hacen que no quiera estar más acá”.