Hacia 1933 en Ucrania integrante de la entonces URSS, sucedió una hambruna que provocó 10.000.000 de muertos. Sí diez millones como Usted lee. Hay sobre este tema una historia oscura y encriptada por los líderes de la nación colonialista y se ha sabido poco, casi nada de ello. Muchos sobrevivientes cuentan como, entre otras atrocidades, los padres ante la desesperación del hambre, se comían a sus propios hijos (¡!¿?). Un famoso escritor de nuestra época en un cuento (macabro) hace esa especie de parábola cuando describe conductas que -los padres- realizamos para evitarles todo tipo de situaciones incómodas o frustrantes a nuestros hijos. Es que, cuando montamos una especie de paraguas protector, también los menospreciamos, ninguneando sus posibilidades de resolver “per se” los problemas que los aquejan! Tema para la psicología, para el viejo cuento de Edipo y esas cosas…
Algo parecido habrá pensado Domingo Bronce este último fin de semana cuando debió enfrentarse a algunos padres que lo increpaban enfurecidos porque el inspector general, al percatarse que tenían 12 y 15 años quienes manejaban motos, se las secuestró y los multó… En vez de agradecerle porque los está cuidando – en serio- los padres salían a dar la cara por sus adolescentes infractores!!! Sólo recuerdo que, cuando Rudolph Giulani ordenó a Nueva York de la ola de inseguridad, impuso la doctrina de la tolerancia cero, que era nada más y nada menos que no tolerar la mínima infraccion, ni de tránsito ni de nada. Algunos trasnochados piensan que tiene que ver con el gatillo fácil y esas cosas corruptas que se pueden hacer detrás de un uniforme. Nada que ver.
Muchas veces queremos darle a nuestros adolescentes una vida fácil, de poco estudio, de escaso esfuerzo personal, de nada de sacrificio y ese es un gravísimo error. En eso debemos ser tolerantes cero: para que en la vida puedan ser hombres y mujeres de bien o sigamos relajando las normas y costumbres y quizá veremos cosas muy desgraciadas
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