Tiara Lozano fue asesinada a golpes entre una y tres horas antes de llegar al Hospital
El crimen de la menor que murió apaleada el viernes sacudió todos los resortes de la falta de protección y prevención de la violencia infantil. Tiara, la beba de un año y cuatro meses llegó sin vida al Hospital y la autopsia confirmó lesiones letales en su cuerpo. Su padrastro, el futbolista Mariano Casas, está detenido en San Nicolás imputado por homicidio, aunque negó los hechos en su declaración. Una vez más, como con Agustín, Brisa y tantos otros, la mirada indiferente se cobró la vida de una niña.
Tiara Lozano tenía apenas un año y cuatro meses. La noche del viernes la encontró en su casa, el hogar que su abuelo materno entregó a su madre para vivir junto a su pareja, quien se convirtió en su padrastro y a quien la pequeña llegó a decirle “papá”.
Esperaba la llegada de Mónica, su abuela, y su esposo Miguel -quien la adoptó como nieta propia- ya que pasaría el fin de semana con ellos. Dylan y Keyla, hermanitos de Tiara por parte de su madre, estaban en el escenario del crimen. El viernes, los tres habían quedado a cargo de Mariano Ezequiel “el Pulguita” Casas, de 24 años, que convivía desde hacía aproximadamente tres meses con Moira Lozano, la madre de los pequeños.
Tiara ya había sido asistida en otras oportunidades tanto en el Hospital de San Pedro como en el Hospital de niños Garrahan por los notorios moretones que presentaba en su frágil cuerpito. Es que, suponían, podía tratarse de una “infección sanguínea” y los golpes, los visibles golpes, podían ser consecuencia de los “juegos propios de su edad”: “Los chicos juegan, y se golpean”. Nuevas lesiones aparecieron en los últimos días, previos al fatídico viernes.
Moira dejó su casa minutos antes de las 18.00. Se dirigió a su trabajo, en un comercio gastronómico ubicado en el centro de la ciudad. Casas, que era obrero de la construcción y conocido jugador de fútbol, permaneció en la vivienda de Hermano Indio y Saavedra al cuidado de Tiara y sus dos hermanos. La cena, té con galletitas, no dejó rastros visibles. Después los niños debían dormir y Moira regresaría alrededor de las 22.30. Nadie pudo ver, o nadie quiso escuchar, lo que pasaba bajo ese techo cuando “mamá” no estaba.
“La nena no respira…”
El accionar de la justicia fue tan inmediato como el llamado de los médicos. Una niña, de poco más de un año, había ingresado a la guardia de Pediatría del Hospital, sin vida, con claros signos de violencia. Los médicos no sólo trataron de contener a la familia por la muerte de la menor al darles la triste noticia –hasta ese momento presuntamente ahogada con comida- sino que avisaron a la policía. Moira y Mariano (Casas) estallaron en llanto, incluso el ahora único detenido e imputado por la muerte de la niña habría intentado agredir a uno de los médicos “por no hacer lo necesario para salvar la vida de la pequeña”, en medio de los desconsolados gritos de la madre que ya no volvería a ver a su hija jugar, reírse, o escucharla decir “mamá”.
Los testimonios determinaron que la joven de 20 años estaba trabajando en el comercio de su padre, atendiendo a los clientes que llegaban a retirar su pedido, cuando se acercaba el horario de salida. “Fue entre las 22.30 y 22.40” la llegada de Casas al comercio de 25 de Mayo y Ayacucho, con la pequeña en sus brazos, envuelta en una frazada. Casas y Lozano (Moira) llegaron hasta la guardia de pediatría en el auto del abuelo. Para ello “el Pulguita” -apodo con el que es conocido en el ambiente del fútbol- debió correr hasta el comercio casi veinte cuadras con Tiara en brazos. Casas nunca se movió de al lado de la familia. Acompañó a Moira a la Fiscalía y estuvo con sus suegros en el hospital. Contuvo y fue contenido, narrando siempre la misma versión de los hechos: “Les dí de comer, los bañé y los acosté a dormir (a Tiara, Dylan y Keyla). Cuando la fui a ver a la cuna, no respiraba”, habría dicho a los familiares, que hasta entrada la mañana del sábado, nada sospechaban.
La orden llegó alrededor de las 10.00 del sábado y fue contundente: había que detener al padrastro. Es que la operación de autopsia reveló que Tiara no murió ahogada, sino debido a la brutal golpiza que sufrió. Su pequeña cadera estaba fracturada, el hígado y su estómago reventados. Casas fue el último que la vio con vida, debía declarar y dar explicaciones. La conmoción en ambas familias fue tal que incluso los dividió. Los abuelos maternos esperaban dentro de la comisaría, junto a Moira –que además cursa un embarazo de poco más de seis meses-, y la familia Casas lo hacía afuera, en las puertas de las oficinas de Protección Ciudadana, frente a la dependencia policial.
El resto de las pericias estaban hechas. Durante la madrugada, Policía Científica trabajó en la casa de Saavedra y Hermano Indio. No se encontraron rastros de comida, ni platos sucios. Tampoco señales aparentes de violencia. En la cuna no había olor ni rastros de vómito –con el que podría haberse “ahogado” la niña- por lo que la hipótesis que se barajó en primera instancia fue desestimada. La familia Casas también explicaba a los investigadores que la niña tenía un “problema sanguíneo” y por ello estaba siendo atendida en el Garrahan.
La llegada de Graciela Barrios, abuela paterna de Tiara, a la fiscalía fue desgarradora. Arribó junto a sus hijas, envueltas en llanto y al grito de “ese, ese que estuvo sentado acá, ese es el asesino, lo tienen que agarrar”. Casas ya estaba detenido. Habían escuchado por radio que la pequeña murió por las lesiones, no ahogada, y no dudaron que podía ser el joven de 24 años el responsable. Es que sospechaban maltratos desde hacía tiempo y una de sus hijas –tía de la menor- reveló una denuncia previa radicada ante la Uceff, luego de varias intervenciones médicas, ya que “veían muy descuidada” a la pequeña. Notaban los moretones y temían por su salud.
La causa está en manos del Fiscal Marcelo Manso, titular de la Ufi Nº 5, quien continúa indagando a posibles testigos que aporten mayor claridad a la investigación. Pese a que las cámaras de seguridad de la ciudad no ayudaron -por estar en algunos casos fuera de servicio-, el recorrido de Casas con Tiara en brazos fue corroborado por un testigo que intentó trasladarlo en su automóvil, aunque el joven se habría negado y continuado con su camino sobre calle Saavedra. Además, informes periciales sobre el cuerpo de la víctima que se llevarán a cabo en la ciudad de La Plata, revelarán el horario exacto en el que murió la pequeña, que sería entre una y tres horas antes de la llegada al hospital, quizá el dato más sorprendente de la causa.
Casas fue trasladado a la Comisaría Segunda de Somisa, en San Nicolás, hasta que la justicia decida si dictan la prisión preventiva. Los médicos que atendieron a Tiara también serían citados por el titular de la Ufi Nº 5.
Casas insiste con su inocencia
Luego de que Moira Lozano asegurara que “vivía con un monstruo, sin saberlo”, desvinculándose del accionar de su pareja, Casas pidió por su liberación asegurando su inocencia. Desde la familia cuentan que “el Pulguita amaba a la nena, como a sus otros tres hijos” y que los trataba “por igual”. Expresado por la familia del joven, y ratificado por la familia de Moira Lozano, Casas “compró mucha ropa para la nena con su último sueldo”. El imputado, no sólo habría insistido con su inocencia, sino que desde su celda habría pedido que “no le hagan nada” a su pareja. La pregunta que todos se hacen durante la investigación es “¿por qué se quedó?”, por qué acompañó a la familia en el hospital, por qué fue hasta la Fiscalía, por qué se presentó en la Comisaría cuando lo citaron y por qué no se resistió a la detención. Todas preguntas que podrán, o no, contestar los investigadores.
Mirar para otro lado
Cuántos niños y niñas como Tiara, Brisa Juárez, o Agustín López, -incluso aquellos quienes no llegaron a tener un nombre, como la beba hallada en Gobernador Castro en junio pasado, sin vida, dentro de una letrina- deberán morir hasta que exista un Estado presente y una ciudadanía comprometida que pueda evitar estos trágicos finales.
Nuevamente el ojo de la tormenta está puesto sobre la Unidad Central de Fortalecimiento Familiar (Uceff) y el Servicio Local de Protección y Promoción de los Derechos del Niño y Adolescente que, confirmada la muerte de la menor y la detención del padrastro, tomaron intervención dos días después debido a las repercusiones mediáticas. Más grave aún fue conocer una denuncia previa realizada ante este organismo por parte de la familia del padre biológico que no tuvo seguimiento.
La decisión de intervenir llegó antes por parte del Director del Hospital que por el propio organismo competente. La psicóloga infantil Paola Vaccari, del área de pediatría del nosocomio, se puso a disposición de la familia antes que los propios responsables de la tarea por la que se les paga. Todas estas presiones llevaron a la intervención del Servicio Local y de Uceff, tras comprobar que nadie se había acercado ni para ocuparse de la sala velatoria.
Si bien los vecinos de Hermano Indio y Saavedra se mostraron consternados y sorprendidos –ya que no conocía a la joven pareja-, ninguno de los familiares de Moira y Marino Casas pudieron llevar a advertir o revertir la violencia que reinaba dentro de esas cuatro paredes.
Los organismos para denunciar no son muchos y animarse a hacerlo, no es sencillo por la desidia con la que se manejan desde hace años y enfrentan “la traba” de depender de “un oficio judicial”, respuesta habitual a personas que intentan revelar hechos de violencia familiar o infantil. Incluso la propia titular de la Ufi Nº 7, Gabriela Ates, pidió intervención al Intendente Pablo Guacone y el Presidente del Concejo Deliberante Mario Barbieri, por el funcionamiento de Uceff, que habría retomado las guardias de 24 horas, recién este mes tras una nota en la que la Secretaria de Desarrollo Humano Verónica Mosteiro se dio por enterada. La ausencia del Estado a través de sus organismos y la mirada “hacia otro lado” de familiares, amigos o vecinos; la indiferencia de todos, termina siendo letal para tantos niños cuyas tragedias se recuerdan con nombre: Carolina Ayelén, Agustín, Brisa, o Tiara.