Suicidios y salud mental: datos para preocuparse, ocuparse y tomar conciencia
Los índices de personas que intentaron quitarse la vida arrojan porcentuales que no se condicen con quienes consuman su intención. El dato más triste se da en niños de 0 a 14 años que en algún momento piensan en dejar de vivir. Los casos son más frecuentes en mujeres. Aquí algunas estadísticas que ayudan a pensar.
Es un debate que hoy puja en los códigos de ética de todos los medios de prensa. No publicar los casos de personas que deciden terminar con su vida es una norma para todos los periodistas a excepción de que se trate de figuras públicas. Ese protocolo hoy se ha puesto en discusión porque aún en los países con mayor bienestar se estudian las consecuencias de ignorar los derechos que tienen las personas a decidir sobre sus propias vidas y las consecuencias que se padecen cuando el abordaje de la salud mental es deficiente porque es un área poco considerada a la hora de renovar legislación que fue pensada para los tiempos de “locos” y lejos de la proliferación de las adicciones.
Organizaciones como “EmpeSares” y grupos que se desprenden en espacios como “Renacer” ya plantean la necesidad de hablar en nombre propio de los dolores irreparables, de pronunciar los nombres de los hijos, hermanos, tíos, padres o amigos que se van o pasaron mucho tiempo pensando en como “irse”.
La Opinión trabaja desde hace meses en la recopilación de datos estadísticos que elabora el Hospital. No llegan allí todos los casos de intentos de suicidio pero la variación estadística y la altísima demanda en el departamento de salud mental obligan a concientizar a la población sobre la necesidad de contar con más y mejores recursos profesionales además de lugares adecuados de internación y recuperación.
Es bastante habitual que sea la policía quien debe encargarse del traslado de una persona que entra en un brote psicótico o una crisis por consumo de estupefacientes. Es frecuente que si no se trata de alguien que ha cometido delitos, sea el propio nosocomio quien debe velar en habitaciones que no están preparadas para la recuperación de ese tipo de pacientes y no cuenta con personal entrenado para tratarlos, quien debe hacerse cargo tras el pedido de los familiares que cansados de peregrinar no encuentran el modo de encarar un tratamiento ambulatorio.
Las depresiones, esa maldita angustia que asoma en niños, adolescentes, adultos y abuelos no siempre es detectada a tiempo. Se las califica de caprichitos, berrinches, timidez, debilidad, holgazanería, pesimismo, falta de energía o sensibilidad y así quien no se anima a pedir ayuda profesional transita a veces esa fina cornisa que separa la tierra firme del precipicio. Quienes conviven con una persona que transita una depresión se despiertan y se duermen con temor, están preocupados.
El informe que plasma el “por qué La Opinión no publica todos los suicidios que hay” cuenta hoy con números de una base de datos que, si bien puede contener errores, perfila un panorama diferente al que se agita cada vez que se habla de “la cantidad”.
Entre 2001 y 2022, el año con mayor número de suicidios fue 2011 cuando 12 personas decidieron terminar con su vida pero cuando se monitorea el número de personas que lo intentaron y fueron rescatadas para derivarlas al hospital el número sorprende frente a otros períodos; aquel año registraron 86 intentos frente a 174 que fueron salvados en 2018, 168 en 2022 y 148 en 2021.
En nuestra condición de periodistas y no de profesionales de la salud mental, vislumbramos picos verdaderamente impactantes en el quiebre de la voluntad de seguir viviendo. Tal como dijimos en 2011 un 14 por ciento de quienes lo intentaron consumaron su decisión y en 2018 fueron 11 pero sobre 174, haciendo descender el índice a un seis por ciento. Por ello, las recientes afirmaciones de autoridades sanitarias respecto a la disminución de fallecimientos no se condice con la cantidad de intentos. En 2022 fueron 168 de los cuales 3 se consumaron.
La cifra de intentos del último año casi cuatriplica la registrada en 1992 con 45, de los cuales se consumaron 2, pero el índice de aquel año era del 4%, el doble que el año que acaba de finalizar.
Los números son números, los datos son datos pero el abordaje requiere también de segmentación por edades y género. En 2022 fueron 108 las mujeres que quisieron quitarse la vida; de ellas 53 —sí, 53— tienen entre 15 y 24 años. Otras 23 pertenecen a la franja de 25 a 34, que es la franja etaria con más paridad para con el otro género: 21 varones quedaron registrados y se recuperaron en el hospital. Está claro que los 168 pacientes requirieron luego de seguimiento, asistencia, tratamiento y en algunos casos medicación. Hubo dos intentos también de mujeres mayores de 75 y aunque parezca mentira hubo 8 niñas de entre 0 y 14 años que en algún momento pensaron en dejar de vivir.
En 2021 los intentos fueron 148 y se repite el porcentual de mujeres con un 66 por ciento: en total fueron 97 de las cuales 6 eran niñas menores de 14, y 41 de entre 15 y 24 años.
No es conveniente detallar la mecánica utilizada pero sí advertir que un 68 por ciento busca en la medicación la salida que en casi todos los casos logra revertirse con una intervención hospitalaria.
En cuanto a los suicidios consumados en el último año —cuando fue vox populi que había un record— hay que decir que se trata de tres hombres, de los cuales dos tenían entre 25 y 34 años y uno menor de 24.
El repaso por las cifras abarca casi dos décadas en las que lo más notorio es el crecimiento de la demanda en el área de salud mental a la que también deberá sumarse en algún momento la presencia permanente de profesionales e internaciones “de tránsito” para poder asistir a los pacientes.
Nota: Esta redacción reitera que hasta que las organizaciones de periodistas no se expidan respecto al protocolo a seguir frente a los reportes y actuaciones policiales en caso de suicidios, continuará con su política actual. Mientras tanto se pone a disposición para quienes deseen contribuir a un debate que excede los límites de la República Argentina.
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