Sin cobrar y con la angustia de no saber qué pasará mañana
Así están las enfermeras de la Clínica San Martín, que pese al paro cumplen con su horario laboral. En enero cobraron su último sueldo y a cuenta gotas. Esperan que, tras las gestiones de Salazar, les paguen sus salarios. Angustia, dolor y tristeza son los sentimientos de quienes trabajan desde hace años y que por estos días se refugian en la cocina del edificio, en busca de contención entre compañeros. Para el domingo convocaron a una nueva marcha y esperan el acompañamiento de toda la comunidad, que todavía no tomó dimensión de lo que el conflicto significa para la salud de la ciudad.
A poco más de una semana de haber iniciado un nuevo paro en reclamo por la falta de pago de los salarios de febrero y marzo, enfermeras de la clínica San Martín recibieron a La Opinión, con los largos pasillos por los que hace días no camina nadie más que trabajadores como mudos testigos.
Salen de a una de la cocina para dialogar con una periodista de este medio. En el interior de esa habitación reina el calor de una hornalla que en pocos minutos más calentará el aceite en el que freirán tortas fritas que acompañarán la ronda de anécdotas con la que cubren la angustia de sus horas.
“Nos sentimos mal, tristes. Como ves, esto está así, desolado, no hay nadie”, dice con la voz quebrada Yanina Nouet. Hace dos años ingresó a trabajar a la clínica, sin saber qué le esperaba en poco tiempo.
Un eco insistente: “Queremos trabajar”
La voz de las trabajadoras rebota en los pasillos vacíos. El eco repite una frase desesperante: “Queremos trabajar, porque somos laburantes y venimos a laburar”. Enfermeros y administrativos no reclaman más que eso: el salario que les corresponde por las tareas realizadas. “Esto lo bancamos solas entre nosotras, solo queremos trabajar y cobrar”, sostienen.
Con lágrimas en los ojos, Yanina cuenta que ahí, en la clínica San Martín, debutó como enfermera. “Para mí este lugar significa todo, porque yo me recibí y empecé a trabajar acá”, relata y repite: “Para mí este lugar es todo y no me quiero ir”.
“Es muy feo llegar a la clínica y encontrarla desolada”, asegura y revela que cuando encuentra las puertas del sanatorio cerradas piensa que no se abrirán nunca más. “Después entro, veo a las chicas, me tranquilizo y pienso que todo pasará”, sentencia. Sin embargo, su tono de voz denota que esta vez la tormenta está durando demasiado.
Cerca suyo, Jesica se muestra más fuerte. Quizá el hecho de ser la delegada y la representante de sus compañeras hace que deje su dolor de lado para transmitir tranquilidad. De todos modos, se anima a decir que el cierre de la clínica podría resultar “trágico”.
“Yo hace ocho años que trabajo acá y la verdad que nunca imaginé esto. A mí la clínica me abrió las puertas a los 20 años, acá tuve a mis hijos, tengo compañeras impresionantes. Es como una segunda casa”, expresa para luego rematar: “Imaginate cómo me puedo sentir pensando que todos los días pueden cerrarla”.
Toma aire para continuar con el relato y dar a conocer que en los últimos días “mucha gente se ha acercado a dar su palabra de aliento porque la sienten propia a la Clínica, han tenido a sus nietos, a sus hijos, se han operado, han pasado situaciones difíciles. Creo que para muchos la clínica significa una vida aparte”.
Por último, recuerda que, pese a que hubo paros generalizados en dos oportunidades y una vez las trabajadoras no cobraron por cinco meses, “nada se pareció a esto”.
Es que ahora no sólo no se cobra, sino que además ya no hay trabajos por hacer, no hay ni pacientes internados ni médicos de guardia para urgencias.
Pasar dos veces por la misma situación
La tercera que se acerca a contarle su historia a La Opinión tiene 32 años de servicio y es la segunda vez que le toca ver cómo su puesto de trabajo está en riesgo. Una vez, ya tocó fondo: prestó servicio durante 11 años en la Clínica Pellegrini. Los últimos 20 los transitó en los pasillos de la San Martín haciendo lo que más le gusta, atender a los pacientes y brindarles contención.
Se llama María Cristina Epelde y en su rostro se nota la angustia de no saber qué pasará mañana, la semana próxima, al minuto siguiente. Quebrada e invadida por el dolor revela que le duele y angustia “ver que nadie se ocupa” de la clínica de la que hoy dependen 54 trabajadores y sus familias.
“Esto venía desde hace mucho tiempo y lo dejaron venir abajo, o pensaron que alguien lo iba a solucionar de la nada”, indica para luego sentenciar: “Deberían haber tomado medidas importantes que nosotros veníamos reclamando, tales como cambiar el contador”.
En ese sentido cuenta que hace más de dos años que viene observando un futuro desalentador para el sanatorio. “Se los dije a mis compañeras y ellas insisten en que vamos a salir adelante, pero esto es como en tu casa, cuando gastas más de lo que ganás, llegan los embargos y no tenés cómo salir”.
“Tengo la esperanza de que esto se solucione, pero tiene que haber mucho por parte de los dueños, nosotros hacemos todo lo que podemos, pero a ellos pareciera que no les interesara”, concluyó.
Desde la cocina hasta la puerta de calle hay que cruzar un pequeño pasillo y luego tomar el largo que conduce a la salida. La Opinión recorrió sola ese trayecto. Detrás, hasta la recepción vacía, se podían escuchar las tensas respiraciones de quienes esperan un milagro.
“No al cierre”
Tras la marcha del viernes, volverán a las calles el domingo a las 10.30. El 1 de Mayo, Día del Trabajador. Irán desde la clínica a la plaza Belgrano. Una vez más, reclamarán no sólo por sus salarios, sino que además pedirán que las puertas del sanatorio continúen abiertas y que se garanticen los 54 puestos de trabajo.
“Esperemos que, entre todos: el pueblo, la gente, los empleados podamos abrir nuevamente esto y que realmente funcione. Pienso que algo va a surgir. Creo que sería la alegría más grande que tendríamos”, dijo María Epelde para invitar luego a la comunidad a que se sume a la marcha: “Tenemos que hacer mucha fuerza, los necesitamos”.