SARNA
Año 2009. Elecciones anticipadas por el simple capricho de la ansiedad autoritaria de perpetuarse en el poder, cuando no existían amenazas que pusieran en peligro la gobernabilidad.
En plena marcha de esa carrera electoral, la sarna recorre las manos de un niño que se exhibe orgulloso ante las cámaras y micrófonos de un medio de comunicación. La sola idea de acercarse a quien está tomando fotos lo anima a pedir más y más, regalando sonrisas. Apoya su mano en la cámara para verse y la piel desgarrada deja en carne viva sus pequeñas manos, gira la cabeza y la parte baja de su oreja muestra la salvaje acción de los ácaros parasitarios que cavan sus canales bajo la delgada piel de ese envase que por poco ha logrado cumplir siete años. SIETE. Se queda mirando extrañado sus propias extremidades, tratando de recordar cuánto tiempo hace que no las refriega con agua y jabón, sin siquiera sospechar que la indignación corre a raudales por la sangre de quien esto escribe, mientras buscaba al generoso camión que traía a los habitantes de las islas los enseres necesarios para ingresar al “mercado laboral”.
Año 2009. Elecciones anticipadas, candidaturas testimoniales, acuerdos obscenos y miserables campañas.
Al otro lado del río, la señal de celular es escasa. Tres familias están desesperadas porque no llega el aviso para retirar la carga de otro de los tantos camiones de Desarrollo Social. El vehículo sólo esperará hasta las doce y las canoas no tienen motores tan poderosos que les permitan llegar a tiempo a la orilla. Los que estaban de este lado se llevan guantes, máscaras y otros implementos para apicultura pero sin las abejas, sin sus celdas y sin sus cajones. Hay que esperar otro silencioso camión. Otro hombre mayor se decepciona porque ha pedido elementos para pescar que no han llegado. La isla, otra vez, víctima de la burla estatal y la mezquindad privada que los ahorca entre alambres de púas con carteles que rezan “propiedad privada”, mostrando los vestigios que la quema indiscriminada de pastizales les dejó como recuerdo, transformando en una tierra inhóspita aquel vergel donde deambulaban las nutrias, los carpinchos y las víboras. Siguen tomando agua del río, aunque la bajante les ofrezca barro. No hay “ayudas urgentes” para brindarles filtros potabilizadores o placas que les permitan utilizar la energía solar para verse las caras cuando el sol se esconde.
Año 2009. Elecciones atadas al clientelismo y la denigración social. Las urgencias se miden en votos, cantidad de votos, muchos votos, como los que quiere obtener el Intendente, que va como candidato a Diputado asegurándose de que su delfín para el Concejo Deliberante ni se arrime a la cifra que sueña obtener. El poder a perpetuidad provoca esos egoísmos.
Elecciones 2009. Pletórica de cartelería que muestra mucho y no dice nada.
Solitario, a la vera del basural a cielo abierto, Gabriel Abate lee con las venas abiertas de tanta América Latina un texto que fue reciclado de la montaña de basura que todos los días sepulta a los hombres y mujeres que consideran que el camión de Ashira es su único proveedor diario. El resto de las bolsas llegará bianualmente, con cada elección, con paquetes limpios de fideos que no han rozado los platos ni las salsas de familias a las que desconocen pero agradecen por el pan diario. Eso sí, al borde de su rancho de chapas han quedado los vestigios de la última bastarda hipocresía electoral: los cimientos de una casa que en 2007 cavaron y erigieron los seguidores de una Diputada.
Elecciones 2009. Sofisticadas, perfeccionadas en imagen, atiborradas de pasacalles que se anudan a las ramas de los vetustos testigos que forman parte del arbolado público sin saber por qué cada dos años los mutilan, los hieren para colgar los mismos nombres.
En el Barrio San Francisco, un recolector de batatas desocupado no puede con su alma y deja escapar la ira que lo hace sentir “negro” frente a los “blancos” colonizadores ocasionales de su barrio. Hijo de un cosechero que crió a seis hijos también juntando camotes y que hoy ve cómo se escurre entre sus manos la posibilidad de brindar el mínimo alimento a su descendencia. Con poco más de 30 años, recurre a los punteros que en estos meses exhiben el poder delegado en forma de chapas, leche en caja y aceite “del bueno”, mientras escupe la rabia por haber recibido una lamparita de bajo consumo para reemplazar las dos comunes, de las cuales una estaba quemada y con la factura de la Coopser a pagar. Con dos días de trabajo a la semana intenta parecerse a esos hombres y mujeres que en calidad de oradores de escenario le cuentan cómo es su propia vida, sin hacer nada por cambiarla, porque el negocio productivo está justamente en generar pobreza.
Elecciones 2009. Anunciadas en Febrero cuando podían esperar hasta Octubre generando reglas claras para quienes siguen domiciliados en sus respectivos territorios.
Vacilantes a la hora de votar, porque saben que el modelo ya los dejó en minoría y por décadas, en sus respectivos y rutinarios lugares de trabajo, 28 sampedrinos sueñan que sus pequeñas empresas sobrevivientes a todos los vaivenes económicos, lograrán solidariamente trabajar juntas en un Parque Industrial. Tiene las manos ásperas porque son gerentes y operarios a la vez cada día de sus vidas. Tienen familia y descendencia que con mucha suerte intentará superar ese modo extremo que le ha quitado a sus padres la posibilidad de vivir sus vidas usando el tiempo para algo más que tornear y modelar los enseres que inventan y fabrican en un país donde se los trata siempre como enemigos o lo que es peor, se los subestima.
Elecciones 2009. Una oportunidad para cambiar las cosas sin cambiarlas, porque es tarde para lágrimas y temprano para quienes comienzan a acunar los sueños de un país más justo y con lugar para todos.
La sarna imparable que horada los túneles bajo la epidermis de la Patria necesita urgente una brigada de jóvenes antibióticos para exterminar el ácaro infame que pudre el tejido social y asesta puñaladas a la oportunidad de generar cambios profundos para comenzar a sembrar lo que, con suerte, podría cosecharse tras una década de labor ininterrumpida e intensa, apasionadamente intensa, y sin sarna.