San Pedro conmocionada por el asesinato de un policía local a manos de uno de los delincuentes más famosos del país
Nelson Lillo, de 27 años, murió tras recibir un disparo de parte de Roberto “el Zurdo” Branto Ayala, cuando intentó evitar el asalto a un camión de una distribuidora de galletitas de Baradero afuera del supermercado chino de Rivadavia y Oliveira Cézar. En el enfrentamiento también fue abatido el delincuente Pablo Morel (40).
Desde el jueves al mediodía, la ciudad está en estado de shock. La conmoción es generalizada. Un asalto a mano armada que derivó en un enfrentamiento a los tiros entre delincuentes y policías, con la muerte de un agente de la Policía Local de 27 años y de un delincuente, hecho ocurrido en un supermercado ubicado prácticamente en el centro, mantiene desde entonces en vilo a una comunidad que asiste impávida a un grado de violencia inusitado.
Pasaron cuatro años del asalto a la joyería Taibo en el que fue abatido el efectivo Juan Gabriel Reyna. En julio, ese crimen había quedado impune en un juicio donde no se pudo comprobar quién lo mató. La semana pasada, otro policía murió “en cumplimiento del deber”. Esta vez sí se sabe quién lo mató: fue uno de los delincuentes más peligrosos de la historia delictiva zonal y de reconocido prontuario a nivel nacional.
La Justicia avanza en la investigación en procura de dar con el resto de los integrantes de una banda de delincuentes con asiento en Baradero en la que sobresalen apellidos “ilustres” de ladrones, secuestradores y asesinos.
Un muerto, un detenido herido, un prófugo que huyó con parte del botín y una red de sospechosos de haber facilitado información para el golpe y protección para el que escapó de la escena y fue apresado más de 48 horas después del hecho forman parte de la investigación que conduce el Fiscal Marcelo Manso (ver páginas 4 y 5).
Desde el jueves al mediodía, esto es lo que La Opinión pudo reconstruir de lo que sucedió entre el momento en que la esquina de Rivadavia y Oliveira Cézar se transformó en epicentro del suceso hasta ayer, cuando el detenido por el caso fue trasladado a una unidad penal de Servicio Penitenciario Federal, tal como él mismo había solicitado.
Balacera al mediodía
A las 11.00 de la mañana del jueves, los empleados de la Secretaría de Desarrollo Humano que trabajan en las oficinas cuyas ventanas dan a calle Rivadavia al 500, casi en la intersección con Oliveira Cézar, vieron a una moto con un conductor y un acompañante, con casco, que esperaban quién sabe qué en esa esquina. En frente, el supermercado de capitales chino denominado “Primero” tenía su puerta, ubicada en la ochava, abierta a sus clientes y proveedores, que entraban y salían. Por calle Oliveira Cézar, el acceso a la mesa de entradas de Desarrollo Humano estaba abierto y, como siempre, con gente que esperaba ser atendida.
Allí, una oficiala de la Policía Local estaba de custodia. A unos treinta metros, la Comisaría de la Mujer tenía a su personal atento a la tarea cotidiana. Entre ambas dependencias, el refugio “Rayito de Sol” para mujeres víctimas de violencia tenía sus puertas abiertas.
Alrededor de las 11.30, un camión de la empresa Río Tala, distribuidora de galletitas de la ciudad de Baradero, arribó al supermercado. Un chofer y su acompañante estacionaron por Rivadavia. El primero se bajó y cruzó al negocio. En Desarrollo Humano escucharon un estallido y miraron por la ventana: los que estaban en la moto desde hacía alrededor de una hora le habían roto la ventanilla al acompañante y lo apuntaban con un arma.
En ese momento, una camioneta Toyota Hilux de las que adquirió el Municipio con dinero del Fondo de Seguridad provincial y que fue asignada a la Policía Local –aunque ploteada como patrullero, no estaría homologada ni blindada– pasaba por el lugar.
En su interior iban la oficiala subinspectora Laura Lencina, interinamente a cargo de la fuerza de proximidad desde que Adrián Fernández pidió “licencia por vacaciones” para no volver, y el agente de la Policía Local Nelson Lillo.
El joven efectivo corrió hasta la moto y forcejeó con uno de los delincuentes, que le disparó un certero balazo en la axila, por la zona en la que no cubre el chaleco antibalas.
Nelson Lillo no había sacado su arma reglamentaria, que quedó en su cintura, dentro de la cartuchera, cuando él cayó al piso, mortalmente herido, detrás del camión.
Su compañera, sin chaleco y con el arma en la mano, se enfrentó a los tiros con los delincuentes. Uno de ellos, identificado como Pablo Morel, de 40 años, fue abatido mientras estaba arriba de la moto. Era el conductor. Tenía un arma en la cintura que no alcanzó a sacar. Era una pistola del calibre 380, que a primera vista es similar a una 9 mm reglamentaria. Le llaman 9 Browning, 9 Kurtz o 9 corto. Fue alcanzado por al menos dos balazos del arma reglamentaria de Laura Lencina y cayó junto con la moto. El otro ladrón sí disparó. En total fueron alrededor de 20 balas las que intercambiaron. En su huida, a los tiros, el delincuente se sacó el casco. Dejó un reguero de sangre a su carrera. Estaba herido. Corrió en contramano por Rivadavia y dobló por Eugenio Arnaldo en dirección a Salta. A mitad de cuadra intentó detener a un Ford Focus blanco en cuya carrocería dejó múltiples manchas hemáticas. Al llegar a Salta, un motociclista sin casco lo “rescató” y huyeron de la escena.
En las oficinas de Desarrollo Humano, los empleados y quienes habían ido a hacer un trámite estaban tirados en el piso. En el refugio para víctimas de violencia de género también había personas y hasta alguien vio a una uniformada. La balacera fue un instante. Cuando los disparos dejaron de escucharse, todos salieron.
En el piso yacían los dos abatidos. El policía Nelson Lillo estaba boca abajo, detrás del camión. El delincuente Pablo Morel, boca arriba, algunos metros más allá, camino a Arnaldo, sobre la moto. Laura Lencina llamó a la Comisaría. Discutía con un hombre que vestía chomba naranja, antes de arrojarse sobre el cuerpo de su compañero, en busca de signos vitales.
Empleados municipales que estaban en Desarrollo Humano, entre ellos el titular del Sindicato, Juan Cruz Acosta, colaboraron para levantar el cuerpo de Nelson Lillo y llevarlo hasta el patrullero en el que Lencina lo trasladó al Hospital.
Cuando llegó al nosocomio, ya estaba muerto. El disparo había sido certero. El jefe del Servicio de Emergencias, José Herbas, consideró que el autor del balazo “sabía dónde le apuntaba”, ya que Nelson “tenía chaleco” antibalas.
Una gran cantidad de gente se había agolpado en la escena. “Nadie ayudaba”, se quejó uno de los municipales que colaboró en el traslado del cuerpo. “Todos miraban, nadie hacía nada”, destacó otro colaborador. La propia Lencina tuvo que pasar el número de la Comisaría, porque nadie atinaba a hacer nada, ni siquiera a llamar al 107 del SAME.
Entre esa multitud había vecinos, empleados municipales, clientes del supermercado, asistidos por Desarrollo Humano, periodistas, policías, curiosos de toda índole, concejales y funcionarios que llegaron tras los disparos.
El chofer y responsable del camión les decía a las periodistas de El Diario y APA que le habían robado “más de 100 mil pesos”, aunque luego la empresa declaró 55.000, según reveló el fiscal Marcelo Manso.
A los pocos metros, Pablo Morel yacía tirado en la calle, a la espera de la ambulancia. A su alrededor, la policía intentaba evitar que lo lincharan. Javier Chipolini, empleado municipal que tiene un hijo en la Policía Local, le tiró dos veces con su casco y quedó registrado en un video que se volvió viral. “Pido disculpas, fue un momento de impotencia, fue re triste ver ese momento y que nadie hiciera nadie”, dijo el sábado en Sin Galera tras relatar que minutos antes había levantado el cuerpo de Lillo desde cuya boca “brotó la sangre”.
En el Hospital, los compañeros de Nelson Lillo lloraban. Uno de los más queridos en la fuerza había sido abatido por un delincuente.
Más de 50 horas en busca de un prófugo
Las autoridades policiales se abocaron a la tarea investigativa, en la que tuvo lugar preponderante la Prefectura, con el prefecto Alejandro Hereñú a cargo desde hacía dos días. De la misma manera, el Fiscal Marcelo Manso y su equipo se abocaron a la instrucción de la causa.
Ese jueves había un prófugo y el nombre que tenía la Justicia era el de Nazareno Branto Correa, de 32 años, un joven amigo y compañero de raides delictivos del abatido Pablo Morel. El Juzgado de Garantías ordenó su captura.
La sorpresa ganaba a la comunidad: el delincuente que buscaban había salido de la cárcel en agosto del año pasado, luego de cumplir 10 años y medio de condena por el asesinato del agente del Servicio Penitenciario Juan Carlos Dumbsky, cuando asaltaba un minimercado en Baradero.
Además del recuerdo de aquel resonante hecho, todos destacaron que el joven que buscaban era miembro de una célebre familia de delincuentes: hermano de Sergio Branto (35), quien a los 21 años fue detenido junto a su padre, Roberto “Tito” Branto Ayala, “el Zurdo”, que el 1 de enero había cumplido 56 años y cuya trayectoria delictiva incluye robos a bancos y secuestros extorsivos. Finalmente, a partir de que un experimentado policía que estaba de licencia por vacaciones pero se sumó a colaborar con la investigación reconoció que aquel que las cámaras de seguridad de los vecinos de la zona registraron corriendo no podía tener 32 años, la sospecha recayó sobre él.
El sábado a las 18.30, más de 55 horas después del asalto, en un callejón rural próximo al vivero de la familia Gobatto, Roberto Branto Ayala fue detenido. Estaba herido en el abdomen y en un brazo, tenía 19.900 pesos, tabletas de ibuprofeno y otros elementos en una bolsa de plástico. Unas zapatillas rojas sin rastros de tierra o barro cubrían sus pies. Estaba solo y, según la versión oficial, esperaba que lo pasaran a buscar para huir. El lunes se negó a declarar ante el Fiscal Manso (ver páginas 5 y 6) y esperaba su traslado a un Penal.
Cuando lo detuvieron, una gran cantidad de personas, muchos de ellos efectivos de la Policía Local, se acercaron al Hospital y hasta lo “acompañaron” hacia un centro de diagnóstico por imágenes donde le practicaron una serie de estudios para corroborar lo que luego informó el Secretario de Salud, Guillermo Sancho: Branto Ayala tenía dos heridas superficiales y la bala que entró y salió de su cuerpo no afectó órganos vitales.
En la calle, la gente todavía comenta su nombre, repasa su extenso prontuario (ver página 5), recuerda a Nelson, se pregunta por qué los detenidos salen a la calle y vuelven a delinquir, se miran entre sí con temor, piden a las autoridades que tomen cartas en el asunto porque quieren volver a vivir tranquilos, esperan que la investigación dé con el tercer implicado, que sería un joven de Río Tala, y exigen respuestas. “Ya no se puede vivir así”, repiten. Desde hace mucho, demasiado tiempo.