Roles, Instituciones y Cargas
Hace mucho tiempo ya que las instituciones públicas, casi todas, expresan que se deben un debate. Debate que deben dar u ofrecer las personas que las integran interpretando la voluntad real de las personas que nuclean las instituciones. Esta tarea, de proyección y autoevaluación, las más de las veces se realiza con la ausencia de una “voz popular” para interpretar a causa de la ostensible crisis de participación ciudadana que las mismas instituciones padecen, creándose así un círculo vicioso en el cual las instituciones no tienen a quién escuchar y funcionan con la voz y el voto de unos pocos que, en general, no siempre logran acertar la política y la acción que su existir impone, y las más de las veces porque el ciudadano que podría valerse de esa institución, para sí o solidariamente –las proyecciones del individuo son múltiples-, o no la usa o se desinteresa. Así tenemos una verdadera crisis de representación: dirigentes empujados por el desinterés y calificados por este, ciudadanos sin voz ni voto por la no participación, desinterpretación de la misión y objetivos de la institución por la falta de referencias. Una precisión interesante es que no necesariamente las instituciones deben hacer exactamente lo que la voluntad popular pida, como tampoco necesariamente deben hacer lo que sus dirigentes crean. Se dirá: - …para ello está el objeto de la institución. Hágase ello y punto..., lamentablemente tal positivismo exegético tampoco brinda resultados justos, aunque sin duda habrá que atender para qué fue creada la institución que se trate. Las instituciones se transforman tanto como la gente y la adecuación es un imperativo que no se puede resignar so pena de caer en la obsolescencia recalcitrante. Otro flagelo para las instituciones públicas no gubernamentales es su politización partidaria, que esteriliza la razón misma de existencia por el carácter de rehén político que pasa a tener y por tanto sus fines y objetivos ya no pueden ser simplemente aceptados e impone una crítica previa que resulta con un único descalificado: la propia institución. Al final de este intrincado panorama, además, está la cuestión del sostenimiento económico: con qué fondos se puede funcionar (generación y obtención) y cómo realizar útilmente el gasto, lo que nos lleva nuevamente al comienzo: ¿qué debemos hacer? ¿cuál es la finalidad verdadera que debe realizar la institución? Ahora bien, le propongo que soslayemos todo lo anterior y veamos como funciona un caso concreto que ha tenido relevancia en los medios nacionales: la Biblioteca Nacional. En una nota titulada “Una reserva de memoria, en crisis” (La Nación, Suplemento Cultura, Pág. 16 14/01/2007) el copete de la misma instala: “Política Cultural, en debate: cuál es el rol de la biblioteca más importante del país”, y el resumen debajo el título define: “Según los especialistas, la Biblioteca Nacional no cumple con su función universal: conservar el acervo bibliográfico del país”. Como leerá, La Nación ya zanjó el debate. Sin embargo, no es tan fácil. Simplificar es un riesgo de los textos que debe asumir un lector que no se excluya del imperativo de pensar, salvo claro está, que así lo quiera y sepa. Pero simplificar aun así sigue siendo deformar, sea una realidad o una idea. Resulta un poco hiriente a la intelectualidad misma, que los “intelectuales” se subordinen a la hora de definir el rol de la Biblioteca Nacional al Manifiesto de la UNESCO a favor de las bibliotecas públicas y repitan que su función es o debe ser: “reunir, conservar, y difundir todo el patrimonio bibliográfico del país y adquirir las obras extranjeras representativas” o condensen (para evitar semánticas) que debe ser un “reservorio bibliográfico”. Tampoco parece muy clara la posición que se le enfrenta desde su mismo seno (su Director, según sugiere la nota, participa de esta idea): la biblioteca como difusor cultural o de eventos culturales. Por supuesto que las opiniones se expresan con algún matiz, pero no parecen, éstas, superar la presunción de que sólo se trata de una disputa teórica para ver como se reparte el presupuesto (o botín, según pueda interpretarse desde tal o cual vereda) que tuvo a su disposición el Director de la Biblioteca Nacional en el año 2006. Algunos datos…actualmente la Biblioteca Nacional recibe a 600 asistentes diarios (en los 90 eran 3000…habría que ver la fuente… pero..), cuenta con 800.000 ejemplares, tuvo un presupuesto de $20.000.000 el año pasado, de ella opinan: intelectuales, directores, investigadores, etc… y para definir a qué se tienen que dedicar recurren a un Manifiesto de la UNESCO que data de 1994…(!?).- En San Pedro tenemos a la Biblioteca Popular Rafael Obligado que recibe a más de 100 escolares por día, tiene 1600 socios (nótese que no puedo decir presupuesto), fue creada en 1872 (… cómo habrán hecho sin la UNESCO?), tiene más de 50.000 volúmenes, no tiene problemas político partidarios, pero no significa que no padezca la crisis de representación que las instituciones en general sufren. No obstante, a diferencia de la Biblioteca Nacional, donde la escala de los niveles de definición escapa al común de la ciudadanía, nosotros sí nos podemos dar el debate que nos debemos como ciudadanos de San Pedro y potenciales usufructuarios de los bienes culturales de la ciudad. Se empieza por uno. Y participando uno puede definir acciones concretas donde no media ninguna instancia que nos tuerza. Formando parte. Opinando críticamente, que es proponer soluciones superando el simple diagnóstico. Las instituciones se vacían cuando no las usamos, dejan de tener sentido o bien lo tienen para muy pocos, haciendo peligrar su verdadera potencialidad operativa sobre la realidad. Por eso, la Biblioteca Popular quiere conocer la opinión de la ciudadanía toda. Escriban por carta (con la leyenda “Opinión” en el sobre – Mitre 460) o por e-mail (a opinodelabiblioteca@hotmail.com) y expresen lo que piensan y quieren o simplemente esperan de una Biblioteca Popular. No es una obligación, es una carga, es decir, un imperativo del propio interés.- Facundo Vellón, DNI: 18.193.245