Río Tala conmocionada y dividida tras la muerte de dos adolescentes en la ruta 9
Emanuel Hernández y Pablo Fernández perdieron la vida el sábado antes de la medianoche en la ruta 9, cuando iban en una moto sin luces, junto a otros vehículos similares, rumbo a Baradero. Tras una persecución policial en la que testigos aseguran que hubo disparos de arma de fuego, cruzaron el cantero central para cambiar de carril y no fueron divisados por una camioneta que circulaba por la autopista y los embistió. La Opinión reconstruyó el hecho con las voces de quienes esa noche estaban con los fallecidos.
Río Tala está conmocionada tras la muerte de dos jóvenes de 15 y 16 años que fallecieron el sábado, antes de la medianoche, tras una persecución policial en ruta 9, atropellados por una camioneta luego de que, en su huida de la policía, cruzaron de carril por el cantero central, sin luces, y fueron embestidos por una familia que no alcanzó a divisar lo que sucedía.
Río Tala está conmocionada y dividida: la situación parece emergente de una sucesión de hechos, que tiene connotaciones distintas según el lado de “la grieta” que se abrió sobre el tema en el que esté el que lo cuente. Por un lado, los familiares y amigos de los fallecidos, que recriminan a la policía “perseguir a los chicos por cualquier cosa”; por el otro, quienes señalan que entre los protagonistas de esta historia trágica hay quienes formarían parte de una “bandita” que tiene a maltraer al pueblo.
En medio de las versiones encontradas y las opiniones divergentes –quien lea los comentarios en Facebook en cada noticia que este medio publicó desde el domingo podrá entender el tenor del enfrentamiento– hay dos chicos muertos. Emanuel Hernández y Pablo Fernández. Uno nacido en Río Tala y el otro oriundo de Luján. El primero, sobrino del delegado municipal. El segundo, empleado de una empresa que construye galpones. Ambos adolescentes en un pueblo donde las oportunidades son escasas.
La crónica policial tiene sus versiones y serán contrastadas por el fiscal Marcelo Manso, que el lunes comenzó a tomar declaraciones a los efectivos que esa noche estaban en turno. El relato oficial señala que el patrullero procuraba identificar a esos motociclistas tras ser alertados al 911 por un hecho delictivo que primero parecía ser un robo pero luego se convirtió en “ruidos molestos y disturbios”. Esa noche, el pueblo celebraba los 100 años de su club social.
El parte que emtió la Comisaría el domingo decía que habían tomado intervención a raíz de un accidente, como si nada hubiera sucedido antes. Confirmó que la moto tenía pedido de captura desde diciembre de 2018 por haber sido robada en Baradero.
Aunque en el pueblo circula una versión acerca de que los fallecidos habrían sido alcanzados por balas de la policía –se dijo que uno de ellos tenía un orificio de entrada y salida en espalda y pecho–, la autopsia la desmintió.
“La autopsia es concluyente, no hay ninguna herida de bala. Por ahora sólo se investigan las circunstancias”, informaron desde Fiscalía el lunes, cuando ya tomaban declaraciones en el marco de la investigación.
El relato de los testigos
Según el relato de los chicos, al que tuvo acceso La Opinión y que será expuesto en Fiscalía, pararon a cargar nafta en la estación de servicio ubicada en ruta 9, carril Buenos Aires – Rosario, y siguieron marcha con destino a Baradero. “Cuando subieron al puente, los empezaron a perseguir. Ahí empezaron los tiros”, aseguró el padre de uno de los adolescentes que estaba en el grupo.
Iban a un encuentro de motos, eran alrededor de 14 jóvenes, de entre 13 y 17 años, en cuatro motos y un auto. Chicos y chicas. En una de las motos iban Emmanuel Hernández y Pablo Fernández. En otra, un joven cuyo padre incendió el rodado cuando él llegó a su casa. En una tercera, otro adolescente, que huyó junto con él. En una cuarta, un muchacho con su novia embarazada, que cuando comenzó la persecución se fue por la autopista, en contramano, hasta un conocido establecimiento rural talense para luego, más tarde, ir hacia la casa de uno de sus amigos a avisar que algo había sucedido.
Uno de los jóvenes contó que iban adelante del auto. El padre de otro refirió que iban detrás. Las versiones se van conociendo de a poco, en la medida en que los protagonistas se animan a reconstruir con precisión lo que sucedió. El lunes a la noche, tras una marcha en la que unas cincuenta personas, familares y amigos de los fallecidos, caminaron por la plaza del pueblo para expresar su reclamo de justicia y recriminar el accionar policial, se reunieron para pasar en limpio lo que ocurrió.
El relato coincide en señalar que los jóvenes “se asustaron cuando empezaron los tiros”. Por eso cruzaron de carril, en un sector de la ruta frente a un salón de fiestas, donde hay un paso irregular en el cantero central, de esos que utilizan los que no quiere hacer unos pocos kilómetros más para hacer uso de los puentes dispuestos para tal fin.
Consideran que la persecución podría haber estado “armada para asustar a los pibes”, que “siempre joden con las motos” y “se les fue la mano”. En ese sentido, señalaron: “Les ponían el patrullero cerca, como para chocarlos, imaginense si se caían, se mataban todos”.
Según la reconstrucción de los testigos, adelante iba el que quemó su vehículo, que logró cruzar. Detrás de él, la otra moto patinó en el barro y cuando la aceleraron salió hacia la calzada, donde se encontró con una camioneta Renault Duster en la que viajaba un matrimonion de Pérez Millán, que los embistió.
El relato de los protagonistas señala que había cuatro patrulleros, que en principio eran dos, uno del destacamento de la localidad. El resto, señalaron, eran de la Patrulla Rual y de la Policía Vial.
Cuando La Opinión llegó a su casa, el joven cuyo padre incendió la moto estaban estudiando. Descalzo, tenía una venda verde en el pie derecho. Su familia mostró una foto en la que se veía la herida, que sería de bala. “Plomo les tiraban”, dijeron.
El muchacho contó que nunca se había asustado tanto en su vida. “Me puse todo duro y aceleré. Se escuchaban los tiros”, dijo. “El tiro pegó en el motor, rebotó y le pegó a él”, dijo su padre, quien aseguró que en el Centro de Salud de Río Tala, donde lo asistieron, dejaron asentado que había sido herido en un “enfrentamiento”. “¿Qué enfrentamiento, si estos pibes no andan armados, de qué hablan?”, se quejó
Ese padre, antes de encontrarse con su hijo, fue a la zona del accidente, porque le habían avisado. Llegó pensando que entre los fallecidos estaba él.”Lo tenía enfrente y creía que era el pibe mío, quedé en shock”, recordó. Luego le dijeron quiénes eran las víctimas fatales. Regresó a su casa, donde estaba su hijo y un grupo de amigos, la mayoría protagonistas de lo que había sucedido.
Sobre la moto incendiada, dijo que “de la bronca” la prendió fuego, porque le tenía prohibido a su hijo que saliera a la ruta. Contó que en otra oportunidad, cuando le desobedeció, le arrastró otra moto que tenía “por todo el pueblo”, atada al auto.
En la escena del choque, la situación era caótica.
Uno de los chicos, de 13 años, hermano de uno de los fallecidos, les contó a sus amigos que escuchaba los gritos y quiso ir a socorrer a su familiar cuando recibió una patada en las costillas por parte de un efectivo policial. Se reincorporó y corrió igual hacia la zona de donde provenían lo que describieron como verdaderos alaridos.
“Lo encontré yo, todo quebrado, al pibe de Fernández. Más adelante, tirado entre los pastos, estaba mi hermano”, contó Ariel, el mayor de los hermanos de Emmanuel Hernández. “Yo llegué cinco minutos después del accidente, porque me avisaron que él se iba a Baradero y yo salí a buscarlo, en auto», relató y refirió que “la policía no hacía nada, la ambulancia fue y se volvió, no los tocó a los chicos. Levanté la cabeza de mi hermano y le agarré la mano. Ya estaba muerto”.
La marcha en la plaza del pueblo
“Quiero que salga limpio el nombre de mi hijo, porque dijeron que había salido a robar y no es así. Tengo 11 hijos y nunca entró ninguno a la comisaría”, dijo Osvaldo Hernández a La Opinión el lunes, cuando caía la tarde en Río Tala y unas 50 personas se reunieron en la plaza del pueblo, con pancartas y banderas, para manifestarse y pedir justicia.
La marcha la encabezó la madre de Emanuel Hernández. Esa mañana había enterrado a su hijo. Lloraba y les decía a los policías que “siempre lo molestaban”. Pasaba por los bancos de la plaza y decía que ahí faltaba él, que ya no montaría “su caballito”, que ya no tomaría mates con sus amigos bajo esos árboles, que ya no sería blanco de los señalamientos de la policía. “¿Qué le hicieron a mi chiquito?”, se preguntó ante el destacamento, donde un patrullero del GAD con dos efectivos custodiaba el lugar. A pocas cuadras había otros móviles, por las dudas.
La marcha fue pacífica. Nadie más que la madre de Emanuel Hernández dijo palabra alguna. Adentro del destacamento había policías. En el pueblo aseguraban que, entre ellos, estaban quienes habían participado esa noche de la persecución. Otros creían que habían sido trasladados.
Emanuel Hernández fue velado en Río Tala. El cuerpo de Pablo Fernández se fue a Luján, con su familia. En el pueblo quedaron las versiones, las disputas, la división respecto de si eran buenos o malos pibes, como si cualquiera de esas posibilidades pudiera justificar la muerte de dos adolescentes en una localidad donde la vida es dura y el futuro incierto para la mayoría de quienes crecen allí.