Respuesta a la carta de Rubén “el macho” Courtade (Segunda parte)
Obediencia debida: dice usted “El Escriba hizo lo que su patrón quería leer. Si usted tiene hijos, algún día va a hacer lo mismo”. Más allá del ejercicio profético acerca de mi futuro y el error de coherencia en la oración (sería “hizo lo que su patrón quería que hiciera” o “escribió lo que su patrón quería leer”) se desprende de la frase una justificación de la “obediencia debida”, concepto maravillosamente trabajado por Hanna Arendt en “La banalidad el mal”. Allí la autora alemana analiza los argumentos esgrimidos por el coronel nazi Eichmann para justificar los crímenes cometidos a los judíos. “Sólo actuaba, cumplía ordenes. No pensaba lo que hacía ni tenía poder de decisión, si no mataba me mataban a mi”, decía el funcionario de la muerte. El mismo argumento tomarían más tarde montones de militares que en América Latina se dedicaron al mismo trabajo. Cito de memoria al Jean Paul Sartre de “El ser y la nada”: “El hombre es aquello que hace con lo que otros hicieron de él”, es decir, hasta Eichmann condicionado por su propio contexto tenía otra opción. Si no, observe este ejemplo: En Alemania acaba de ocurrir un hecho increíblemente sano, valiente, democrático. No dentro de alguna organización civil o en algún grupo pacifista. No, en el propio ejército alemán. Se le acaba de quitar a un cuartel el nombre de un general vetusto, Günther Rüdel, un obediente de Hitler, por el de Anton Schmid, un suboficial desobediente y valiente hasta los tuétanos que en pleno reinado del terror nazi ayudó a perseguidos judíos a salvar sus vidas. Descubierto, fue fusilado por orden de su general, sin más trámite, por haber transgredido las órdenes superiores. Su caso fue citado en el juicio a Eichmann, en 1961, en Jerusalén, justamente para contradecir la defensa de “obediencia debida” del verdugo. Fueron dos minutos en qué un sobreviviente judío contó la valentía del héroe. Dice Arendt: “En esos dos minutos, que fueron como un repentino rayo de luz en medio de una impenetrable oscuridad, se esbozó un único pensamiento claro, irrefutable, indudable: qué diferente sería la historia hoy en esta sala judicial, en Israel, en Alemania, en toda Europa, tal vez en todos los países del mundo, si existieran más de estas historias para poder relatarlas”.
Anton Schmid no pertenecía a ninguna organización, a ningún partido político, a ninguna religión, era un artesano obligado a ir a la guerra. Era sólo un civil a quien le habían impuesto un uniforme. Sin embargo no hizo lo que su jefe quería que haga, porque como dice Sartre, el hombre nace libre, responsable y sin excusas. Déjeme preferir a los hombres que actuaron por convicción más que por conveniencia, déjeme admirar a aquellos que entregaron su propia vida para que fuera un poquito mejor la de los otros. Me quedo con Schmid antes que con Eichman, me quedo con Rodolfo Walsh antes que Morales Solá. Déjeme creer que otro mundo es posible, que habrá un tiempo dónde la dignidad humana será la regla, y la coherencia entre la palabra y el gesto cosa cotidiana.
Papel Prensa: de entrada nomás en su nota me acusa de ignorar la historia de la familia Graiver, y más tarde de tener poco apego a los libros. Le cuento que la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la UBA me exigió mucho más que eso y me permitió una formación académica que lo contradice. “Los cerrojos a la prensa” de Julio Ramos, “La Noble Ernestina” de Pablo Llonto, “El crimen de Graiver” y “David Graiver, banquero de los Montoneros” de Juan Gasparini, “Silencio por Sangre” de Daniel Cecchini, y hasta “Caso Timerman. Punto final”, del genocida Ramón Camps, son algunos de los libros sobre el tema que le recomiendo. Sin embargo, más allá del modo supuestamente fraudulento e ilegal en el que fue vendida la empresa en la noche dictatorial (denuncia que deberá investigar la Justicia) estoy convencido de que es una buena idea la decisión de declarar de “interés público” la producción del insumo básico de los diarios, el papel, garantizándolo a un precio y unas condiciones igualitarias para todos los medios. ¿No le parece cuanto menos “anormal” que los dueños de los diarios más grandes sean a su vez los principales accionistas de la planta que fabrica el papel? ¿No le parece injusto que Clarín y La Nación decidan quién tiene derecho a publicar un diario y quién no, siempre teniendo en cuenta sus intereses particulares? ¿No le tienta la idea de saber que hasta el más pequeño de los medios gráficos del interior pudiera tener la posibilidad de comprar el papel al mismo precio que los hegemónicos de la Capital? Los medios tienen brutal influencia en la formación de las conciencias de sus lectores, colonizan las subjetividades, crean el “sentido común” dónde circulan las creencias socialmente establecidas, y lo hacen con valores de derecha. Es lo que José Pablo Feinmann en “La filosofía y el barro de la historia” llama “Imperio Bélico Comunicacional”. Y como sostiene Nicolás Casullo en “Las cuestiones” los medios hegemónicos son neoliberales en lo económico, racistas y xenófobos en lo cultural, discriminan por igual a negros, morochos, feos, piqueteros, paraguas, bolitas, pobres, villeros, etc. Exigen “mano dura” antes que educación e inclusión en lo social y pretenden que “la política” reduzca su influencia a cuestiones administrativas dejando lo importante en manos del “dios mercado”, que es lo mismo que defender el interés particular de los grandes empresarios, o sea, el de ellos mismos. Disputarle el sentido a los medios poderosos es una tarea que ahora parece posible gracias a las bondades de la Nueva Ley de Medios y al proyecto “Papel Prensa”.
Concepciones de la historia: tampoco entendió el concepto de “historia” que intenté abordar. Me aclara que la “pena de muerte y las tumbas NN no son ningún invento” cayendo en el error de homologar “invento” con “mentira”, cuando yo me apropié del léxico del historiador italiano Franco Rella quién recomienda plantear la “invención” de la historia, ya que toda historia es recién tal con el relato que la cuenta. Invención de la historia no como “mentira” sino porque ninguna historia deja de ser una construcción narrativa. En palabras de Nietzche: “no existen los hechos, sólo las interpretaciones”. No existe una verdad histórica, científica, objetiva, pura; existen una multiplicidad de actores con diversas posiciones e intereses que intentan alcanzar el “poder del registro” para imponer SU verdad particular como LA verdad universal. Para conocer diferentes concepciones acerca de la historia puede echarle un vistazo a Hegel, Marx, Nietzche, Foucault y Benjamin (“Tesis sobre la filosofía de la historia” es altamente recomendable), entre varios. Esta lucha ideológica por imponer “la verdad” es clara hoy en las diferentes lecturas que se hacen de los ‘70. Es interesante analizar los lanzamientos editoriales que golpean al Gobierno por derecha, después de lograr cierto prestigio en lo realizado en política de derechos humanos. Libros como “Operación Traviata” de Ceferino Reato (con prólogo de MS, no podía ser de otra manera), “Cristina” de Silvina Walger y “El Escarmiento” de Juan B. Yofré intentan reintalar la teoría de los dos demonios que equipara los crimenes estatales de la dictadura con los de la guerrilla, y oponen cierta disputa en la lucha por hegemonizar el sentido.
Hasta aquí llega mi turno. Le agradezco haber “perdido” parte de su tiempo en leer y contestar mis cartas. Si provoqué alguna ofensa, no me disculpo públicamente, ni pienso en retractarme. Sólo espero haber logrado la visualización clara de nuestras diferencias.
Juan Cruz Blanco juancruzb30@hotmail.com