Reencuentro de tripulantes del AVIR: “Es inminente, es inminente, tenés que girar”
Fue un acontecimiento histórico de relevancia. 37 años después de la guerra de Malvinas, los extripulantes volvieron a verse y subieron al buque que cruzó la zona de exclusión impuesta por el Reino Unido para cumplir la misión de rescate de un helicóptero. Algunos tenían 16 años, otros 20, otros eran marinos de carrera. Todos compartieron esos meses a bordo y uno de ellos se encargó de contactarlos. Es el único reconocido por la Justicia como veterano de Malvinas. Pasó casi desapercibido para la población y las autoridades porque nadie tomó dimensión de la importancia de documentar esta presencia.
Tenía los pies apoyados en la base del puesto de combate. Mientras giraba una doble manivela y se acomodaba la visera, apuntó el cañón. Estaba jugando a la guerra; después se puso a llorar.
Es que el Cabo Principal Castro Nolasco exhibía su destreza 37 años después a bordo del “Aviso” A.R.A. Irigoyen con una buena cantidad de canas bajo su gorra de Malvinas.
No entra en discusión si estaba dentro o fuera de la zona de operaciones o si su demanda al Estado llega de manera tardía a la justicia. Entra el joven que en 1982 compartió con muchos otros los días de navegación y aunque sea “de lejos, se sintió parte”.
El domingo al mediodía, Wilde Alder Morano, saca pecho y se para frente al micrófono para hacerle frente a la situación. Dice su edad, se quiebra; llora. Tenía 20 en 1982. “Me encontré con algunos que no veía desde 1983”, alcanza a referir el hombre de la sala de máquinas.
A punto de bajar la escalera, Aldo Antonio Ríos, barbilla, pelo largo al viento. El enfermero de la tripulación mira al Capitán Jorge Alberto Marín que está a su misma altura y rango. Viajó desde lejos para el reencuentro. “No sé, el Capitán, nunca se enfermó”.
El otro que se restriega los ojos vino de Salta, nació en Catamarca y dice que es “el último encontrado” de la lista. Agradece a la Marina: “Nos enseñaron a ser honestos, responsables, eficientes y tener respeto por todo”. Con 22 años alimentaba la caldera de ese buque que durante meses fue su hogar.
Para el sector radio y comunicaciones está Jorge, entre el VHF, la onda corta o la teletipo en esa estrecha sala de la parte superior de la embarcación. “Se movía lindo el buque”, dice respecto al ajetreo de entonces comparado con la suave amarra que mece al barco sobre un manso recorrido del Paraná a la altura de San Pedro.
ACETO, JUAN CARLOS; ACEVEDO, OSCAR; ALBA, OSCAR RAMON; ALBIZU, JUAN MIGUEL; ALMEIDA E. CELEDONIO; ARAUJO, HECTOR; ARCANDO, JUAN CARLOS; ARIAS, MAXIMO MANUEL; AQUINO, MIGUEL ANGEL; BACCIO, JORGE; BALDUGA, DAVID; BLANCO, HUGO; BENITES, FELICIANO; BUSTOS, MARIO; CABRERA, ANIBAL RICARDO; CAÑARIS, DOMINGO; CARRIO, LEONARDO ADRIAN; CARRIZO, JUAN; CASTRO, JORGE DARIO; CASTRO, NOLASCO; CHACON, ARMANDO RAMON; CHIRINO, JULIO ERNESTO; CRUZ, JORGE OMAR; CC62. CONTRERAS, RODOLFO; CC62. DOMINGUEZ, LUIS ALBERTO; CC62. DORELO, ORFILIO MARTIN; DURE, ANIBAL HORACIO; FERREYRA, JOSE RAMON; GAUNA, GUSTAVO DANIEL; GIAVEDONI, GUILLERMO; GONZALEZ, HILARIO; CC62. HAURE, EDUARDO GUIDO; JUAREZ, JOSE ANGEL; KHOROZIAN, DANIEL; LABANCA, CARLOS SALVADOR; LARA, ANSELMO; LEDDA, LUIS ALBERTO; LOBO, RENE; MACHUCA, JUAN PEDRO; MIRANDA, CEBERIANO; MORANO, WILDE ALDER; PACHECO DA ROSA, RAMON EMILIO; PAREDES, PEDRO BERNARDO; PEREZ, EDUARDO; PORTALES R. ERNESTO; PUCHETA, MARTIN ROLANDO; RAMIREZ, RICARDO; RIOS, ALDO ANTONIO; ROGGERO, CARLOS HUGO; RUIZ JUAN CARLOS; SANTILLAN, CARLOS; SANTILLAN, VICTOR EDUARDO; SARAPURA, IVAN; SARUBBI, PEDRO ANTONIO; SEIJAS, JUAN CARLOS; TAPIA, FERNANDO RUBEN; TOSCANINI, ANDRES; TUFANO, JORGE; VARELA, GUSTAVO; VAZQUEZ, ADRIAN; VILLAMAYOR, FABIO. En mayúsculas y en voz alta, los nombres de la dotación. Algunos fallecieron, otros decidieron llegar el domingo 18 de agosto a dejar esos nombres en una placa junto a decenas de fotos que ahora forman parte de la colección del Buque Museo.
Un domingo de emociones
Carlos Roggero es el único miembro de la tripulación que logró que la Justicia lo reconzca como primer Veterano de Guerra a bordo del AVIR. Su batalla judicial culminó en julio de 2013 y desde entonces se transformó en vocero y promotor del reconocimiento de la embarcación pasada a retiro que fue cedida por la Armada para ser utilizada como buque museo. No es el único, pero es el que más fundamenta con los documentos que se adjuntaron a su causa la presencia de la nave en la zona de operaciones del Atlántico Sur.
El libro de navegación indica en su página 45 que el día 22 de mayo de 1982 la tripulación rescató a 23,9 millas (fuera de las 12 impuestas por el Reino Unido) un helicóptero a 30 metros de profundidad con su armamento bélico activado. Se trata de la aeronave Westland Lynx HAS.23 que había caído al mar y que pertenecía al Destructor ARA “Hércules”. Por ello, Roggero entiende que debe ser recuperado y declarado partícipe de las actuaciones de la Guerra de Malvinas.
Cuando La Opinión llegó al lugar, sin siquiera saber lo que ocurría a bordo, el Capitán Jorge Alberto Marín pedía un minuto de silencio. Entre los presentes distinguió a una mujer que, envuelta en un mar de lágrimas, inclinó su cabeza y le dio rienda suelta a la emoción. Era la esposa del Capitán Jorge Alberto Marín.
Desde ese ruidoso silencio logró modular la voz quebrada para explicar por qué lloraba: “Es por todos, el comandante y todo el personal del buque Irigoyen que estuvo en la guerra de Malvinas y muchos de estos hombres no tienen el reconocimiento de haber sido condecorados. Yo lo viví personalmente, porque lo viví sola en Mar del Plata con mis cuatro hijos y mi marido navegando permanentemente, y agradezco que el buque haya venido acá”, explicó sin que medien razonamientos sobre el rol que cada uno cumplió o el peligro que corrió por entonces.
El silencio terminó. Su esposo tomó la palabra y recorrió su carrera a bordo de la embarcación.
“Lo mío es todo agradecimiento, el esfuerzo que han hecho para compartir todos juntos y recordar cosas que sucedieron hace 37 años”, comenzó. “A algunos de ustedes creo que los debo haber visto por última vez en el 82 cuando yo dejé el comando en Ushuaia”, agregó para describir las oportunidades en las que se había encontrado con Roggero y destacar su búsqueda.
“Gente que se había perdido el contacto, este es el resultado, hoy juntarnos acá de camaradas, de extripulantes de este buque en el que yo he hecho toda mi carrera naval es increíble; increíble. Esta reunión es la muestra más palpable de los que formamos un equipo, pero un equipo allá en el año 82 cuando no estaba tan de moda formar equipos; un equipo increíble que sigue funcionando con la misma unión, con el mismo sacrificio. El día de hoy va a ser para mi un día imborrable, por la sorpresa, por todo lo que pasa, lo que significa estar aquí juntos”, dijo para describir luego el recorrido histórico de la embarcación botada en 1944, la misma que llegó a Argentina un 9 de julio de 1961 y a la que él ingresó en 1967 porque allí podía aplicar con su curso de salvamento y buceo de profundidad como jefe de navegación y comunicaciones.
De allí en más, descubrir la placa fue un trámite. La tripulación estaba ansiosa por llegar a la proa de la embarcación para la imagen y el saludo del “Viva la Patria” que resonó una y otra vez entre abrazos y anécdotas. Era un grupo de grandes que fueron chicos en tiempos de guerra y que esperaban la presencia de la población o de la prensa para hacer saber de su momento histórico de reencuentro.
Los confundidos de siempre, la discusión permanente
No era momento para disquisiciones pero hay que reconocer que las hay y las hubo. Los reconocimientos y condecoraciones se confunden con recompensas o demandas económicas. Y Malvinas no fue ni será la excepción.
No son las mismas las circunstancias de Mateo Sbert, muerto en combate; la de Magliotti en el General Belgrano; la de Novaro o Saucedo en el campo de batalla que la de los reservistas o los que estuvieron en la zona de exclusión. Lo que sí los une es el tiempo en el que se sintieron protagonistas de una epopeya a la que los gobiernos primero y la sociedad después les dieron la espalda. No es misión de La Opinión poner claridad sobre esa grieta sino meramente relatar la dimensión del acontecimiento histórico que se produjo el domingo en San Pedro, por el solo hecho de reunir a integrantes de una misma tripulación a bordo del barco que no distinguió entre conscriptos y marinos, jerarquías, orígenes y pertenencia social a la hora de este reencuentro organizado 37 años después.
Roggero, 16 años, personal de servicio
Quien se ocupó de buscar a los integrantes de la dotación del Irigoyen abordó por primera vez a ese barco con 16 años. “Yo era personal de servicio, camarero”, contó el lunes cuando La Opinión volvió por más detalles.
Subió en Mar del Plata y navegó rumbo a la Isla de los Estados sin saber que muchos años después, luego de ver un documental, concluiría en que aquella travesía tenía como objetivo llevar material bélico a la zona. Precisamente a Puerto Parry, un apostadero naval en el que según su relato dejaron una tonelada y media de materiales, equipos de comunicaciones y bolsas con botas. Llegaron a fines de febrero de 1982.
“Sin saber de esa misión seguimos navegando, entramos en reparaciones en Puerto Belgrano, el barco estaba deteriorado”, pero allí “se adiestró a todo el personal en prácticas de tiro” y se le adjudicó como camarero el rol de “municionador de la antiaérea en combate”.
Roggero recuerda que pesaba 65 kilos, su esposa María José graba todo y presta especial atención cuando dice que en Puerto Belgrano les entregaron “las placas internacionales que le dan a las personas que van a la guerra, que tienen el grupo sanguíneo y matrícula de revista”. Son las que se exhiben en una foto que ahora está en la muestra.
La conclusión no espera: “Al darnos esa placa y un rosario significaba que algo malo estaba pasando”. El 2 de abril supieron allí que la guerra había comenzado y el 19 de mayo les comunicaron que debían acudir en rescate de un helicóptero perteneciente al ARA Hércules y por ende el material bélico que transportaba y había que desactivar.
“Estaba hundido. No tenía ni balizamiento; duró un día el rescate”, recordó y destacó nuevamente la importancia de las 23.7 millas en las que cualquier buque podía ser atacado por el Reino Unido a lo que sumó la valentía y el riesgo de los buzos. El 1° de mayo ya se habían anoticiado del hundimiento del General Belgrano.
“Nosotros dormíamos vestidos, con los salvavidas puestos y la bolsa de elementos para ocupar las balsas al lado de la cama con las pastillas para convertir el agua salada en dulce, chocolate, silbato y una muda de ropa seca”.Mientras eso afirma Carlos Labanca, quien lo acompaña en esta entrevista, clava la mirada y dice que él no se acuerda de todo porque “estaba debajo de todo, no salía mucho de ahí”, su puesto era en la sala de máquinas en turnos de cuatro a seis horas rotativos. Carlos lo contactó hace tres meses, Labanca se quiebra y emociona.
Por último Roggero reflexiona: “Es una búsqueda de identidad, en mi caso a través de la Justicia. Es una vergüenza que después de tantos años haya salido a la luz; el Estado debe reconocer este barco”.
Esperan también que se apruebe un proyecto del senador nacional Pedro Braillard Poccard para reconocer a quienes se desempeñaron en las circunstancias en las que participó el ARA Irigoyen.
El 2 de abril de 2020 volverán a este muelle que el domingo les devolvió parte de sus historias y esperan que ese día sí los acompañe la población, sus organizaciones, los excombatientes, las familias y las autoridades.
De 1944 a 2019, el AVIR
El Aviso “Comandante General Irigoyen” fue botado en el año de 1944 en Charleston, Estados Unidos, con el nombre de “Cahuilla”. Tiempo más tarde fue derivado a la Campaña del Frente del Pacífico, sufrió ataques de unidades aéreas japonesas y formó parte de las fuerzas de ocupación de Nagasaki. En 1947 fue puesto en situación de reserva en el Puerto de San Diego. En 1961 fue adquirido por la República Argentina y bautizado en memoria de Don Matías de Irigoyen y de la Quintana, Comandante General de Marina y Secretario de Guerra y Marina.
Ha navegado 400.000 millas en aguas argentinas y en 2009 la Armada, en acuerdo con el Municipio, decidió su derivación desde Mar del Plata a San Pedro.
La historia que San Pedro se perdió
“Esperábamos que hubiera más gente, los medios”, dijo Carlos Roggero el lunes por la mañana cuando La Opinión volvió a cruzar el puente pasarela desencajado que conduce a la boletería del museo flotante al que ya habían arribado decenas de turistas. Se trata del gestor y organizador de la reunión en la que por primera vez se encontraron 37 años después.
“Perdón, me tengo que retirar”, había dicho la directora de Cultura el domingo apenas terminó de hablar el Capitán Marín. Cuando todo había terminado llegó de traje y corbata Domingo Bronce, pidiendo disculpas, enojado por el destrato que se les dispensó a quienes habían anunciado el 9 de julio que volverían con parte de la tripulación al Irigoyen. Un papelón del que nadie quería hacerse cargo.
Este medio consultó a las autoridades. En principio se respondió que Roggero había pedido discreción y reserva; era mentira. Más tarde se reconoció que no se había avisado a la prensa y que ni el Jefe Comunal que había participado del desfile de Bomberos estaba anoticiado de la dimensión histórica y el impacto que podía tener el reencuentro de esta dotación. Tampoco se vieron representantes del Concejo Deliberante ni los fotógrafos que abundan en cada acto que organiza el Municipio. Entrada la noche del lunes desde el área de prensa remitieron un comunicado que entre otras falacias relataba: “Se realizó el encuentro, luego de 37 años, de los ex tripulantes del ARA Irigoyen durante la Guerra de Malvinas en 1982. Ex soldados y personal de la Armada Argentina (sic) de distintos puntos del país, recordaron con gran emoción sus días a bordo del Buque. Su capitán, Jorge Alberto Marín, brindó unas sentidas palabras y descubrió una placa acompañado por la Directora de Cultura, María José Mora, el Delegado de Rio Tala, Domingo Bronce y el Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana, Ezequiel Furch (sic). Además, donaron al Buque Museo ARA Irigoyen, cientos de fotos y la imagen de la Virgen de Luján original, perteneciente a la embarcación”.