Recuperaron el taller de cerámica que igualó a varias generaciones
El histórico centro cultural que fundó Edgardo Casella para la promoción del arte ceramista y que tuvo a Concepción Gibert como su alma máter tenía su comisión directiva disuelta y a una tallerista que se había apropiado del lugar. Ahora, volvió a manos municipales y retoma su actividad.
El edificio de avenida Sarmiento 815 donde funcionó el Centro Cultural Casella retomará su actividad original gracias a gestiones de la Dirección de Cultura municipal, que logró recuperar para el patrimonio sampedrino ese espacio, creado para la promoción del arte.
Fue un camino difícil, porque el lugar estaba ocupado por una profesora que quedó a cargo cuando Concepión Gibert, alma máter del proyecto, se retiró. Esa docente y su familia se negaban a entregar la llave, aunque finalmente cedieron.
Ahora, el Centro Casella tendrá renovada actividad. Con una comisión directiva, que ya está conformada y el impulso municipal. Elizabeth de Antón, que integró la última comisión activa, hace alrededor de 15 años, preside el nuevo grupo que conducirá el espacio. La acompañan Cecilia Capelletti, Joaquín Berola, Mirian Buzzoni, Ezequiel Fuchs, Alicia Dellagiovana, Alicia López, Carla Zenoni, Marisa Corvalán, Ivana Krausse, Guillermina Berola y colaboran Ana María Bustamante, Jorge “Coqui” López, Juan José Destéfano y Ana Uriarte.
Quienes conocen los nombres sabrán que hay dos generaciones de artistas y entusiastas promotores del arte en la comisión directiva, en la que hay, por supuesto, personas que pasaron por el Centro Casella, en diferentes décadas.
El Centro Cultural nació, impulsado por el doctor Edgardo Casella, para promover la cultura barrial. En 1959 una biblioteca infantil y la comisión para crear el centro cultural, comenzaron en el caserío de Depietri.
En un edificio ubicado en Miguel Porta casi Saavedra, tuvo su primera sede "céntrica" de actividades. Concepción Gibert fue su primera profesora de cerámica y el ícono del lugar. Los talleres pasaron luego al edificio de avenida Sarmiento, cuando el gobierno municipal, en 1979, cedió para ese fin la propiedad que le había traspasado a su patrimonio Aguas Argentinas.
“Íbamos muchos chicos, de todos los barrios”, recordó el escultor Juan José D’Estéfano, que pasó por el Centro Cultural hace alrededor de 50 años, en la sede de Miguel Porta, donde iban, en su mayoría, los chicos “del zanjón de Mora”. En Depietri, en tanto, estaban los que vivían cerca de esa zona.
Cristina, la madre de Nelson Lillo, también recordó su paso por la sede cercana al puerto. “No veíamos la hora de que llegara el día para ir, todos los chicos del barrio íbamos. Concepción nos enseñaba de todo. Hacíamos las piezas, las lijábamos, ella las llevaba a la sede de Sarmiento para pintarlas y esmaltarlas, era hermoso. Pasábamos unas horas maravillosas”, contó el sábado en Sin Galera.
Recordado como un espacio de creatividad, de convivencia barrial y de amistad, en su interior nacían floreros, ceniceros, vasijas con arcilla que provenía de la barranca y que se moldeaban con las técnicas de los antiguos alfareros que, alrededor del mundo, pasaron de generación en generación.
María Laura Montero es una de las profesoras de cerámica que se sumó a la reactivación. En el año 1989 entró al Centro Casella, despertó su vocación, con “Conce”, como llamaban todos a Concepción Gibert.
“Hacíamos muñequitas, vasijas, de todo. Era un lugar abierto. Yo iba sola, en bicicleta, vi la puerta abierta y entré. Ella nos aceptaba, era un lugar mágico. A mí me dio la posibilidad de encontrar mi pasión”, recordó la artista, que cuando regresó a San Pedro tras estudiar la carrera de ceramista, presentó un proyecto para recuperar ese espacio.
En 2005, Concepción Gibert dejó la actividad en manos de una de sus alumnas, que continuó con los talleres y convirtió al edificio en su vivienda. Más tarde, esa alumna de “Conce” se mudó a La Plata y dejó a cargo a otra ceramista, que estuvo siete años dando clases en el lugar, hasta que tuvo que devolver la llave.
El taller estuvo cerrado cuatro años. Los vecinos veían luz y reconocieron a una mujer, madre de la tallerista a la que Concepción le legó la tarea.
El centro cultural se disolvió. La biblioteca desapareció y hay versiones que señalan que los librosfueron regalados a una familia. Se llevaron todo lo que había adentro de la casa: las mesas de trabajo, los moldes, las herramientas. “Quedaron los hornos, que no se los podían llevar porque son muy pesados. No dejaron ni una silla”, graficaron quienes trabajan en la recuperación.
Ahora, tras varios años de puertas cerradas, el Casella vuelve a funcionar por iniciativa de un grupo que no quería ver ese candado en el acceso.