Desde que te fuiste, nació en mi mirada,
tristezas, angustias,
que aun con los años, no puedo borrar,
te llevo en mi mente, te veo doquier.
¡Espléndida y fuerte, andando y luchando
por vernos crecer!
No olvido jamás, madrecita mía!
La ilusión más grande que vos escondías
y no descansabas, por noches y días.
¿Cuál era el secreto que en tu alma había?
Y llegó el gran día… tu hermosa sonrisa
me hizo comprender, que habías logrado,
¡al fin tu querer!
¡vestida de blanco! Con mis ocho años,
¡blanca mi inocencia! Al mirar tu rostro
pleno de ternura, de amor y de fe.
¡Te tomé la mano, muy fuerte, muy fuerte,
como dando gracias, por lo que habías hecho
¡Sola y en silencio!
Y sin darnos cuenta, llegamos al templo
donde estaba Dios… recibí al señor!
¡Y vi en tus mejillas dos gotas de amor,
que se deslizaban hasta el corazón.
¡Qué hermoso recuerdo quedó en mí ¡Mamá!
Quisiera volver mucho tiempo atrás,
y tomar tu mano! ¡para no dejarla ya!
¡Nunca jamás!
[align=right]María Estelrrik[/align]