“Quiero traer a mi hijo para que no vaya a la guerra”
No es un caso desconocido para muchos sampedrinos, pero sólo algunos conocen su historia en profundidad. Svetlana Leliuk llegó a nuestro país 10 años atrás con la esperanza de encontrar aquí una vida mejor. Sin embargo, la realidad hoy la coloca en un trance difícil. Dejó a sus hijos en su país, con la idea de traerlos a los seis meses, cuando ya estuvieran instalados ella y su marido, pero hace 10 años que no los ve y no tiene dinero para pagarles los pasajes y teme que sean reclutados. En los últimos días volvió a recorrer el circuito de ayuda para traer sus hijos pero en la Embajada de Ucrania dicen que no pueden ayudarla “y que hay casos peores”.
Svetlana Leliuk es una ucraniana que vive en nuestro país desde hace casi diez años. Muchos la conocen, porque la ven recorriendo las calles sampedrinas en bicicleta y con una enorme caja en la que lleva las porciones de torta que ella misma prepara y que a diario vende por las casas.
Es imposible no reconocerla por su acento tan particular. Sin embargo, Svetlana tiene una larga y triste historia que sólo algunos conocen. Una historia que se remonta a 10 años cuando decidió, junto a su marido, buscar nuevos y mejores horizontes en nuestro país. Una historia plagada de dolor, separaciones y ausencias.
Svetlana llegó al país el 4 de Marzo de 1996, en una época en la que, por un convenio especial firmado entre Argentina y Ucrania, muchos ucranianos decidieron venirse a nuestro país donde las promesas eran muchas: un lote y alrededor de $25 mil, además de trabajo asegurado.
Los ucranianos, además, llegaban a nuestro país con una visa especial que les posibilitaba quedarse a vivir aquí sin tener que hacer ningún otro tipo de trámite para obtener la residencia. En su país natal, en el Consulado Argentino, Svetlana y su marido firmaron varios papeles en castellano, idioma que desconocían por completo. Lo que no sabían era que allí, en letra chica, se aclaraba que, una vez hubiesen ingresado a la Argentina, no podrían solicitar ayuda ni al gobierno argentino ni a la Embajada de Ucrania que se encuentra en nuestro país.
En Ucrania, les dijeron, por poco, que la Argentina era un paraíso. Y muchos, como Svetlana, lo creyeron. Realizaron todos los trámites necesarios para poder traerse a sus hijos, dos niños de 7 y 10 años. Sin embargo, a último momento decidieron que los menores permanecieran en Ucrania por seis meses más, tiempo en el que ella y su marido, según les informaron en Ucrania, ya iban a estar trabajando y con su vivienda finalizada. Ella se desempeñaba, en su país, como lo que es: Ingeniera Automotriz y él, como Ingeniero Mecánico. Tras 24 horas de vuelo, arribaron a la Argentina. No conocían a nadie, no conocían las costumbres ni el idioma de los argentinos, pero el futuro prometido era alentador. Sin embargo, fue solo eso: una promesa. Svetlana cuenta: “Por la información que nos daban en la Embajada Argentina en Ucrania en más o menos medio año, nosotros ya íbamos a estar instalados pero cuando entramos en Argentina nos dimos cuenta que todo los que nos decían era mentira”.
Sin saber muy bien qué hacer ni adónde ir, empezaron a pelearla. Consiguieron trabajos en diferentes lugares hasta que finalmente se transformaron en empleados de una de las sucursales del correo privado Andreani. Fue el propio Oscar Andreani quien, según comenta Svetlana, les comentó que poseía una quinta en Río Tala, y les ofreció instalarse en la misma, como encargados. “Mi marido pensaba que en Capital Federal es difícil para los extranjeros porque nosotros estábamos con nuestra gente y no podíamos progresar en el idioma. Acá yo estoy sola pero allá hay muchas personas. Yo sabía decir “Hola” “Qué tal”, “Ok” y “Yo castellano no entiendo”, pero nada más. Mi marido dijo que en una ciudad chica, la gente es muy unida y que eso iba a ser bueno”, relata Svetlana.
Estuvieron viviendo en Río Tala hasta que, cuando ocurrió el crimen de José Luis Cabezas, Andreani decidió vender la quinta. Ellos decidieron quedarse en San Pedro. Consiguieron trabajo en la firma Sergio Solmi, en nuestra ciudad. Con la plata ahorrada, decidieron adquirir una vivienda propia. “Queríamos criar a nuestros hijos en una casa propia”, dice hoy Svetlana. La casa en cuestión la eligieron en el conflictivo Barrio Hermano Indio. “Llegamos a San Pedro y vimos en los avisos que había tres casas en venta y la primera que fuimos a ver compramos. A mi no me importaba el color de piel de la gente o si es rica o pobre, a mí me importaba el alma de las personas. En mi país, la gente humilde es más cariñosa”. Ahora, después de algunos inconvenientes con los vecinos, la opinión de Svetlana parece algo distinta, aunque ella prefiere no tocar el tema. “Ahora tengo la casa en venta, pero no la puedo vender”.
En Octubre del 2003, Svetlana se separó de su marido. Esa es una historia que ella prefiere no recordar, pero que encierra varios episodios de violencia. Un año antes, nació su tercer hijo, la única nena, Katerina, quien hoy tiene cuatro años. El marido falleció hace poco más de un año en un accidente.
Sus hijos y la distancia
El 3 de Marzo de 1996, Svetlana abrazó a sus hijos por última vez, aunque nunca imaginó que iba a pasar tanto tiempo sin verlos. “En estos 10 años sufrí y sufro mucho”, relata con voz entrecortada y con lágrimas en los ojos. Es una mujer dura, curtida por la difícil vida que le tocó afrontar desde que llegó a Argentina. El único momento en el que se quiebra es al hablar de sus hijos. “Con mis hijos que están en Ucrania hablo por Internet, por carta o los llamo con tarjetas que salen más económicas. Pero es muy difícil con los chicos hablar por teléfono o por carta, con papeles mudos. Ahora desde Agosto que yo no recibo cartas y solo hablamos por teléfono porque no le llegan las cartas que yo mando y a mí tampoco las que ellos envían”. Katerina escucha atenta hablar de dos hermanos a los que nunca vio, salvo por fotos. “Cuando veo las fotos, no puedo creer que sean ellos mis hijos. Ya son unos señores, pero en mis sueños siguen siendo niños”, y pide perdón por estar llorando.
En Agosto, el hijo mayor de Svetlana, el que tenía 10 años, cumplirá los 21. Ella está apurada por lograr que su hijo pueda venir antes de esa fecha. Y explica sus razones. “Mi país es militar yo no quería que mis hijos fueran al servicio militar porque allá no preguntan a los chicos ni a la familia y si hay algún conflicto los mandan a todos a pelear”. Es por esa razón que Svetlana y su marido eligieron en su momento emigrar a nuestro país. “Nosotros con mi marido sabíamos que era difícil venir para acá porque no conocíamos nada, no sabíamos del idioma ni las costumbres pero pensábamos en el futuro de nuestros hijos”. Nada hacía suponer que las cosas saldrían como finalmente resultaron. Además, si su hijo viene antes de los 21, y al tener ella la ciudadanía argentina, él podría obtenerla sin problemas. Aclara que no quiere separar a los hermanos, pero que es más urgente que venga el más grande, porque el segundo, que hoy tiene 17 aún está cursando sus estudios y “no corre riesgos”. Aunque, obviamente, quisiera poder tenerlos a los dos con ella.
El problema es que no cuenta con el dinero necesario para afrontar el costo de los pasajes. Se apura en aclarar que ella no quiere pedir comida, ni ropa, sino un trabajo que le permita obtener el dinero necesario. Actualmente, además de vender tortas por la calle, limpia en casas de familia. Pero este trabajo no le permite recaudar el dinero necesario. “Yo vivo a mi manera, no paso hambre. No como lo que quiero pero no paso hambre. No me visto a la moda pero está mi nena limpita. Lo que puedo tejer tejo. Yo soy ingeniería, pero para poder vivir hago tortas y las corto en porciones. Al principio me daba vergüenza preguntar “¿Querés torta?”, pero ahora sé que es un trabajo como cualquier otro. Yo no las robo, las hago con mis manos”. Svetlana también busca trabajo como ingeniera, por lo cual manda curriculums por Internet, aunque no ha tenido respuestas por el momento.
Por ahora, sigue esperando y golpeando las puertas de todo el que le dicen que puede ayudarla, aunque la mayoría no se abren. No quiere volverse a su país: sigue eligiendo el nuestro y a su gente. Y quiere que sus hijos puedan vivir con ella. En números lo que necesita son 500 dólares ($1.500 pesos), pero es una cifra inalcanzable para ella por el momento. Y por eso sigue esperando.
Respuesta oficial
Svetlana se ha acercado en varias oportunidades a la Municipalidad para hablar con el Intendente Barbieri, sin embargo, dice, nunca obtuvo respuestas. También recurrió a la Secretaría de Desarrollo Humano donde le dijeron que tampoco podían ayudarla.
La Opinión consultó a la embajada de Ucrania en nuestro país. El primero en atendernos, un empleado del lugar, expresó: “Hay cosas muchos peores. Nosotros no podemos hacer nada.”, con una frialdad que causa impotencia y que impide seguir conversando. Luego fue el Cónsul quien respondió pero para confirmar que no pueden hacer nada. Al contrario, al escucharlo queda la sensación de que ya, por esa vía, no se podrá conseguir nada, por más argumentos que se esgriman. El Cónsul reconoció que, antes de venir, se les hacía firmar a los ucranianos, un documento donde se establecía que, una vez ingresaran a la Argentina, no podrían pedir ayuda al gobierno argentino ni a la Embajada de Ucrania en nuestro país. Sin embargo, negó que el convenio incluyera la entrega de dinero y un lote donde los inmigrantes pudieran vivir.