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    PICNIC DEL DÍA DEL ESTUDIANTE (III)

    01 de marzo de 2009 - 03:00
    PICNIC DEL DÍA DEL ESTUDIANTE (III)

    El camión de Don Tito Bossi nos trasladó raudamente a la quinta “La Pomona” y nosotros exultantes, no como los “”alberjeros que normalmente iban al trabajo con caras de circunstancias.
    Nosotros nos augurábamos un día excepcional, extraordinario, para al día siguiente comentarlo con los compañeros de 5º 1ª, 5º 2ª y 5º 3ª, puesto que nosotros éramos los de la IMBATIBLE QUINTO AÑO CUARTA DIVISIÓN. Ya estaban en la finca los profesores con sus alumnos y nosotros desvalidos de toda supervisión que por lo visto era usual en San Pedro, aparentábamos conducta irreprochable. Bajamos moderadamente del camión, algunas chicas acudieron a recibirnos, pero no tantos chicos, algo que en principio no nos llamó la atención … en demasía.
    Prestamente se fueron formando grupos presintiendo alguna afinidad caracterizada por la jovialidad moderadamente extrovertida. Algunos de los nuestros viendo caballos en el corral, preguntaron si podrían cabalgar. Seguro que no tenían ni la más remota idea, puesto que el que más había visto en Buenos Aires el caballo del lechero o del verdulero en el reparto a domicilio. El encargado dijo que no había posibilidad porque esos caballos no eran de montar sino de tiro,
    “Ah! son de tiro …” Alguno quizá pensó … pues que los tiren. 
    Más de uno de los nuestros en el tren vino jugando a las cartas, y en “La Pomona” aparecieron varios mazos. Los sampedrinos se pronunciaron como buenos para el truco, otros para la escoba y así se fueron formando varias “timbas”. Empleo el vocablo timba porque yo, reacio al naipe por tradición paterna, advertí que algunos se habían decidido por el monte. Entiéndase que al decir monte no me refiero al espléndido frutal de naranjos, mandarinos, durazneros o ciruelos generosamente sembrados en el predio, sino al monte criollo donde se ponen cuatro cartas boca arriba mientras el que lleva la banca incita a los apostadores y va “tallando” el mazo hasta que se da la coincidencia de la carta que aparece con la apostada … o más bien la contra … Lo peor no era que lo hicieran por gusto, nada de eso, es que se estaban jugando las chirolas y más de uno era notorio que había perdido hasta las ganas de comer, y recién era mediodía.
    La mayoría disfrutábamos de la sombra de una añosa arboleda que rodeaba la casa principal, mientras que otros preferían pasear formando grupos … pero  nuestro compañero Julio César Debenedetti prefirió hacerlo en pareja con una rubia agraciada, alumna de tercer año de magisterio, de unos quince años, hija del constructor del edificio principal del Club Náutico, y que se llamaba (y quiera Dios que se siga llamando) Lita Mantovani. No tengo duda de que alguno más se habría tirado un lance, y eso ya amenazaba la primera cordialidad establecida a nuestra llegada en la escuela. Ignoro si habría escarceos en las filas sampedrinas, pero los muchachos eran celosos de las chicas ante la presencia de forasteros como nosotros, algo perfectamente natural, por más santos inocentes que pudiéramos ser … no todos.
    Los profesores un tanto ajenos a lo que pasaba, en particular en cuanto a la timba armada, dejaron transcurrir el día sin que hiciera falta ningún llamado de atención, pero como nosotros teníamos que volver en tren a Buenos Aires, a una hora prudencial nos volvieron a acomodar en sus coches, previas cordiales despedidas y un poco más intensa la de Lita y Julio César …
    En la camioneta de un  muchacho Pando con caja descubierta se ofreció llevar a varios en ella.
    Me llamó la atención la velocidad que le imprimía y con preferencia en las curvas, llegué a tener la sensación de que los quería desparramar por el camino. Y quizá era merecido…

    (continuará)

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