Para SADIV, no hizo falta ver
La clínica de la entidad que dirige Noemí Girard estará terminada para el segundo semestre de 2016. Son más de 6000 metros cuadrados en tres pisos dedicados a la salud, la atención y rehabilitación de pacientes. Con equipamiento de última tecnología, cubrirán todas las obras sociales en todas las prestaciones y en todas las especialidades.
Para Noemí, el único obstáculo era un escalón de 15 centímetros. La desesperación y la angustia de perder la posibilidad de ver la cara de sus hijos la ahogaban frente a esa pequeña escalera que la separaba de la esperanza de una operación en Cuba cuando corría el año 1991.
Más de veinte años después el escalón se transformó en despreciable, ya no necesitaba guía y visión para subirlo porque voló mucho más allá de aquello que los ojos devuelven envuelto bajo el rótulo de “realidad”. Para ella no hubo imposibles. Primero fundó Sadiv, la Sociedad de Amigos del Disminuido Visual que albergaría a quienes como ella necesitaban más que ver, mirar todo lo que se puede hacer cuando la imaginación no tiene el límite de lo que se presenta delante de las narices.
Así llegaron a establecer el centro de rehabilitación y cuidado de discapacitados más importante y profesional de la zona norte de la provincia de Buenos Aires, con todas las comodidades y el respeto que merecen los pacientes que asisten. El complejo instalado en el Camino a Vuelta de Obligado creció y seguirá creciendo en prestaciones. Hoy dependen de manera directa 160 empleados, una de las mayores generadoras de mano de obra del sector privado a la que no suelen visitar quienes deberían al menos conocerla para sumar a la estadística económica de la ciudad.
Aunque a la mentora de tamaña obra le disguste hablar de política, este medio sabe que la mayoría de los dirigentes políticos no han pisado el lugar ni siquiera para aprender a administrar y organizar.
En el año 2010, Noemí y sus allegados comenzaron a evaluar un paso más en la carrera por brindar más posibilidades a sus pacientes y a los que necesiten sistemas de salud profesionalizados. Comenzó el sueño de la “clínica modelo”.
Un monumento de tres pisos
Desde hace cinco años, medio centenar de obreros trabajan en la construcción del más moderno centro asistencial privado con el que pueda haber contado la ciudad. Cuesta creer que esa mole de hormigón que se erige sobre la avenida Sarmiento será en pocos meses la mejor clínica de la zona norte de la Provincia de Buenos Aires.
Tres naves de tres pisos se conectan con la lógica precisa de la medicina actual, la última y mejor tecnología y todos los servicios que hacen falta para la atención de cualquier tipo de pacientes, especialmente los discapacitados. La Opinión recorrió centímetro a centímetro el edificio donde tendrán trabajo como mínimo doscientas personas, contando el personal administrativo, médico, de limpieza, cocina, enfermería, de mantenimiento y técnicos, además de los proveedores de servicios e insumos.
Si este proyecto que comenzó hace cinco años hubiese estado en la agenda local de noticias, muchos jóvenes podrían haber aprovechado para capacitarse y especializarse con tiempo para las tareas que demandará el nuevo prestador de salud que cambiara sin dudas el mapa de la salud en el partido y ciudades vecinas.
Puede parecer exagerado pero… pasen y vean.
No hace falta ir al Austral
Cuando la periodista se para sobre el acceso principal de la clínica cuyo nombre aún está en estudio, entiende que está ante un gigantesco portal vidriado que conduce a la amplia sala de espera y la administración. Quien acompaña el recorrido ya ve montadas las oficinas y describe las computadoras que se conectarán a la sala principal con equipamiento digital que conducirá todos los recorridos. Desde la admisión en adelante, un paciente registrado comenzará a recorrer cualquier sector no solo registrado en las computadoras sino monitoreado por cámaras que le permitirán al personal orientarlo ante cualquier dificultad.
La entrada que mira hacia Goicochea da cuentas de la necesidad de la apertura de calles que se necesitará para que puedan aproximarse y estacionar los vehículos.
Al comenzar el recorrido por la planta baja y la primera nave se llegará a los consultorios médicos. Uno a uno, con anchas puertas de acceso y doble circulación para los profesionales; hay quince habitaciones en las que rotarán profesionales durante las 24 horas del día y los 365 días del año.
Las cañerías del aire acondicionado central que recorren las tres plantas ya están siendo colocadas y las temperaturas se regulan en cada ambiente.
Al llegar al final de la nave, el impacto es para la emergencia. Hay dos sectores de guardia a los que podrán llegar las dos ambulancias, una de alta complejidad que llegó en la jornada de ayer y otra que aún no ha sido adquirida. Por ese acceso de Uruguay puede ingresar de urgencia quien requiera de atención tanto pediátrica, en la sala de la derecha pensada para niños como a la general, a la izquierda con precauciones hasta para los traumatizados graves. También allí están los ascensores especiales para llegar de manera ágil a cualquiera de los tres quirófanos del primer piso.
Por las dudas, en ese sector hay aparatología de todo tipo y un shock room que permite la reanimación en caso de pacientes de extrema gravedad. Todo el recorrido está acompañado de ductos especiales con todos los líquidos y gases necesarios para abastecer las salas de oxígeno, suero y medicación endovenosa. Sólo falta colocar los grifos de presión porque hay una sala especial donde se regulan los insumos para no correr el riesgo de tener garrafas o envases peligrosos tanto para la circulación como para el suministro.
En otro sector, la conexión a la energía eléctrica también cuenta con comando especial y equipo de emergencia para abastecer de energía a los sectores más sensibles en casos de cortes de electricidad.
Ya en la nave central está el “hospital de día”, para aquellos pacientes que asisten a prácticas ambulatorias o de menor complejidad que solo exigen internación por unas horas. Un ejemplo puede ser quimioterapia o pequeñas cirugías. El paciente permanece en una habitación pequeña pero cómoda, con baño privado y posibilidad de estar en compañía de un familiar. A ello se le agrega en cada servicio una sala especial para quienes necesiten estar aislados de acuerdo a su cuadro de salud.
Además en esa planta baja hay dos salas de rayos, sector de diagnóstico por imágenes y hasta un seriógrafo que se utiliza para video degluciones (seguimiento por imágenes del recorrido de alimentación), el imprescindible tomógrafo también forma parte del equipamiento, al igual que un resonador que también han comprado y llegará del exterior en tres meses. Hay más: en un sector especialmente acondicionado y con boxes para cambiar de ropa de manera privada se puede acceder a mamografías, densitometrías y otros estudios especiales.
El laboratorio no es un cubículo sino una amplia sala rodeada de pequeños cuartos donde los pacientes podrán hacerse incluso aquellos análisis que hoy deben ser derivados fuera de San Pedro, como tiroides y de líquido prostático.
Allí La Opinión hizo un punto para preguntar de dónde sacarán semejante cantidad de profesionales. La respuesta llegó pacientemente: “Vendrán a trabajar y pueden quedarse porque en el segundo piso tenemos tres departamentos para que puedan dormir y tener una sala de descanso y además queremos hacer un centro de capacitación con universidad”.
A la repregunta “¿No será demasiado?”, la respuesta puede adivinarse: “Ya tenemos hechas las salas de conferencias y prácticas y en el futuro queremos construir un geriátrico como si fueran departamentitos individuales, en otros terrenos, para que los abuelos sanos o enfermos tengan asistencia médica, cuidados especiales y la puedan pasar bien con una pileta, juegos, entretenimientos y lugares para compartir en familia”. Punto y aparte, vamos al segundo piso.
Verde, sin ruidos y con un bar
Entre nave y nave hay un amplio parque que hace que las tres plantas cuenten con luz natural. Ventanales de doble vidrio y aislación especial rodean todo el edificio. Por escalera o ascensor se llega a los quirófanos. Son tres y muy amplios en el centro del segundo piso.
Hay una sala de interconsulta para los profesionales y un sector interdisciplinario que permite por ejemplo que en una operación en la que se presenta un imprevisto pueda participar otro profesional de manera inmediata. La sala de instrumentistas y enfermería recorre las tres salas de operaciones con sus respectivos baños y salas de esterilización.
En ese piso también está la farmacia, de proporciones más que generosas, la cocina donde se elaborará la comida tanto para los pacientes como para el personal, la sala para nutricionistas y un sector especial donde pueden estar las cocineras y ayudantes. Un sector de acceso para proveedores, el bar para los familiares de los pacientes que aguardan frente a una sala de informes “preliminares”, es decir apenas transcurre la intervención. Hay un lugar especial para las demandas de salud mental de urgencia y, para sorpresa de La Opinión, una pileta climatizada de rehabilitación y un salón donde trabajarán kinesiólogos, fisioterapeutas y todas las especialidades que requiera no solo un discapacitado sino un paciente con distintos tipos de lesiones.
Quien necesite quedar internado se encontrará con habitaciones individuales con baño privado, ventanales, duchas para bañarse parado o sentado sobre una silla y bacha de acero inoxidable, grifería especial, con revestimientos en mármol, pisos de porcelanato, placares y espacio para un acompañante. Hay pocas habitaciones compartidas para dos personas y muchas de las individuales son divisibles.
El sector de terapia intensiva también contempla que la persona internada de gravedad pueda ver desde su cama el transcurso del día y la noche, no sólo por orientación mental sino por estímulo especial. Las salas son un poco más pequeñas pero tienen baño privado y placard.
Las prestaciones comprenden también a los pacientes que deben dializarse. Hay cinco boxes para diálisis y un sexto que permanece aislado ante cualquier proceso infeccioso. Allí habrá distinto tipo de entretenimiento para facilitar la estadía de quienes deben acceder a esa práctica de manera cotidiana. Todo el líquido será procesado con ozono en una planta especialmente construida para abastecer todo el centro médico.
Para seguridad ya está previsto el acceso con tarjetas magnéticas para todo el personal por el acceso reservado para tránsito constante.
Para dar a luz sin riesgos
El tercer y último piso, salvo que programen seguir construyendo, está casi reservado a los recién nacidos. Hay cinco cunas de neonatología y una sexta aislada. Todas cuentan con el espacio para las enfermeras, que estarán de guardia constante, y para las mamás que ingresen al sector. La aparatología para asistirlos está pronta a ser instalada.
Hay dos salas de parto de amplias dimensiones y habitaciones especiales para que quienes dan a luz tengan todas las comodidades. Dos de ellas son prácticamente departamentos con lugar para visitas.
En esa planta también está la sala de esterilización de todo tipo de accesorio o elemento que se utilice dentro de la clínica.
En otra habitación está diseñado un ambicioso data center donde se procesará de manera digital toda la información tanto del sistema de facturación como de las historias clínicas de los pacientes.
Un salón de conferencias que piensan utilizar para charlas y entrenamientos en prevención y concientización, se impone en el extremo izquierdo del tercer piso.
Hay mucho más por relatar tras esta visita, pero la descripción anima a pensar en un centro de salud que por su tecnología, aparatología y convocatoria profesional cambiará el mapa de la salud en una ciudad que ha comenzado a acostumbrarse a la mala atención privada y a los escasos recursos con los que cuenta la pública.
Todo está previsto a quince o veinte años según cuenta la gente de Sadiv, que al ser preguntada por las estadísticas de pacientes a los que piensan atender dicen “no sabemos, no hay números, pero si hace falta pensaremos como hacer más”. En tiempos de tantas malas, conviene cerrar los ojos e imaginar lo que debe sentir alguien que ha quedado ciego y puede seguir atravesando obstáculos mucho más grandes que el cordón de la vereda.
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