Papá Pelayo
Te miraba como se lo mira a un “grande”. Te respetaba como a un “grande”. Te pensaba como a un “grande”, y sí que eras un “grande”, mi viejo… un “grande”. Y a pesar de toda esa admiración me hubiese gustado disfrutarte más, compartir más, abrazarte y besarte más. Pero como todo, creés que lo tenés para siempre y te parece que no es necesario decir todo el tiempo lo mucho que lo amás porque se supone que el otro lo sabe, pero cuando ya se fue, ahí te preguntás por qué no se lo dije más veces, por qué no se lo demostré más tiempo y ya es tarde, ya no está y es irremediable. Y cuando pasa el tiempo contás los aniversarios, como escena recurrente de “ese” momento que marcó tu vida para siempre y te mata de tristeza sin fin, esa necesidad de tacto, de contacto, de abrazo, de beso, de palabras, de risas. Y cerrás los ojos para memorizar su risa, sus gestos y su voz, esa voz tan particular que con el tiempo se quiere borrar, pero con esfuerzo no la dejamos. En este instante te das cuenta que seguís viviendo con un solo pulmón y tratás de tomar fuerzas para seguir respirando, y cuando la respiración se nivela, seguís el camino siempre sabiendo que en cualquier momento cruel puede fallar la llegada de aire al cuerpo. Así vivo hace un año, desde que mi “papá, un grande” se fue a medio pulmón, sabiendo que de vez en cuando, se me corta la respiración, pero siempre sigo adelante. A la memoria de Ángel Rómulo Suárez – “Pelayo” 2/11/1951 – 23/7/2005 Te extraña y te ama siempre, tu hija: Romina Suárez.