Nuestro amado club en grave peligro
Por Benito Aldazabal
Soy un septuagenario que alguna vez fue adolescente y transgresor, como muchos compañeros de mi época, pero guardando una actitud permanente de respeto hacia los mayores al igual que a esa Institución que era nuestro segundo hogar en el que vivimos momentos inolvidables de nuestras vidas, y hoy me angustio ante la realidad de adolescentes, igualmente transgresores, que han perdido el respeto a los mayores y la propia Institución. He sido Comodoro del Club Náutico San Pedro y miembro de subcomisiones y pude aprender allí diversas disciplinas deportivas. Y comencé a amar ese Club entrañablemente, y fue un faro de formación humana, a la vez que de educación social y deportiva para los de mi generación, también anteriores y otras posteriores.
Hoy he conocido que se ha convocado a una reunión de asociados para tratar y analizar esta problemática para el día sábado 6 de septiembre a las 17 horas y ello me anima a escribir esta nota.
Estamos enfrentados a una realidad que ha sido quizás, imprevisible, y hay que enfrentarla con decisión y valentía porque de lo contrario vamos camino a perder nuestro amado Club.
Hechos lamentables indican que se ha desmadrado el uso del Club violentando a diario los estatutos que obran como la ley sagrada aplicable a la convivencia de los socios.
El alcohol está ganando la partida con los adolescentes y lo lamentable es que no se le ponga debido freno. Existen las herramientas para hacerlo y la esencial es la aplicación simple y llana de los estatutos sociales. El Club Náutico no se ha fundado para que funcione como un boliche bailable. Y la razón es muy simple, porque a ese lugar concurren niños, adolescentes, jóvenes, mayores y personas de avanzada edad que tienen el mismo derecho a su uso como los adolescentes y no quieren compartir borracheras ni ser bastardeados e irrespetuosamente tratados. Es cierto que la adolescencia es una enfermedad que se pasa pronto, pero en ese tránsito no podemos permitir que se arruine a la Institución.
Y no es mi intención pontificar. No estoy para eso, sufro como toda persona las preocupaciones, sobresaltos y desvelos de la vida cotidiana. Mi propósito estriba en llamar la atención de los mayores y especialmente Directivos y también de los padres, que no deben desinteresarse de sus hijos.
Sé que vivimos épocas distintas, con 47 años de profesión de abogado algo he aprendido de la vida, de los sueños de las personas, de sus angustias y sufrimientos, de sus dificultades de integración, de sus ideales marchitos, de sus broncas y también de la miseria y ferocidad que anida en cada ser humano. Advierto que la realidad actual es distinta a la que hemos transitado los de mi generación y otras anteriores. Pero ello no justifica que se haya perdido el respeto y hayan desparecido los códigos de conducta. A mi edad quinceañera, el que se negaba a fumar tabaco era mirado con desdén y se sufrían burlas y al igual que otros amigos, quienes nos negábamos a fumar debimos padecerlo por no habernos puesto un cigarrillo en la boca. Pero nos sentíamos fuertes adoptando esa actitud de rebeldía. Entendíamos que la moda no debía doblegar nuestros sentimientos y principios. En aquella época no había droga, al menos no en San Pedro. Hoy es diferente y ello, al parecer, cambia las cosas. Sin embargo hay muchos chicos que se niegan al consumo de estupefacientes y seguramente se sentirán tan fuertes como nosotros antaño y se los debe alentar y felicitar por ello. Sus vidas futuras se lo agradecerán. Pero la realidad los sacude y mal. Hay otros chicos que carecen de objetivos claros, no estudian, no trabajan y padecen graves problemas económicos y de integración social. No podemos ignorarlo. Sin embargo en esta vida misteriosa e incomprensible y a la vez dolorosa, muy poco se consigue sin luchar. Ante este pantallazo de lo que creo ver como realidad, no sólo los padres, sino los Directivos de la Institución deben tomar clara conciencia de sus enormes responsabilidades puestos a manejarse con nuestros adolescentes. Y la reunión convocada es una oportunidad única para ejercer ese derecho.
Ante esta realidad, la reunión convocada por la C.D. del Club adquiere relieve de crucial, siendo sus resultados de una trascendencia inigualable, y de lo que seguro se vislumbrará si deseamos o no preservar nuestra querida institución. Los convocados seremos los responsables de su futuro.