No va masss… Pero vamos a menos
No es novedad que en San Pedro haya timba, como en cualquier lugar del mundo, dependiendo de la ludopatía dominante o la necesidad de dar con un golpe de suerte, o que no sea la suerte la que te da el golpe… que a veces tarda en curar, siempre que tenga cura… y no lo digo por el Padre Torcelli Massa, titular de Nuestra Sra. del Socorro, a principios del siglo XX, antiguo propietario de una casa sobre el Boulevard Paraná, a espaldas de Fray Cayetano, en cuyo frente campeaba una chapa que rezaba (no en gregoriano) Villa Full. La conocí bien porque en mis tiempos de rector del Colegio Parroquial San Luis Gonzaga, allí instalamos provisoriamente el Bachillerato Comercial, con anuencia del Padre Arturo V. Celeste, puesto que era propiedad de la parroquia. Cuenta la leyenda oral que el nombre de Villa Full se debió a que en una mesa de poker Don Torcelli Massa arreó hasta con el paño verde de la mesa de juego, con un full como jamás se dio en la vida. Pero así como la suerte es una dama casquivana, en otra oportunidad falleció un señor de apellido Alonso, vecino caracterizado de San Pedro, cuyo nombre de pila no menciono por respeto al finado y descendientes… Se celebró el funeral y Don Torcelli acomodó por la hendija de la sotana en su bolsillo, la suma de 500 pesos (que entonces eran algo respetable pues el INDEC aún no existía…) Salió el cura párroco transitando por la Mitre y al llegar a la altura del 600 entró en la sede del entonces Club Unido (hoy edificio del Centro de Comercio e Industria). Como habitualmente había allí una mesa de monte criollo, los quinientos quizá abultaban mucho en el bolsillo, y como para aliviarlo el curita se los puso al rey de bastos seguro de que la salvación estaba “en puerta”. No hizo falta que dijeran “Tenga mano, tallador”… salió la sota de copas.
Bien dicen que la felicidad no es de este mundo, ni se alcanza la gloria, aún rezando. Habrá quien como yo (de oídas) recuerde la exclamación del cura “¡Cagó el funeral de Alonso!.”
Muchos años más tarde del suceso, quizá fines de los 50, recién llegado yo de Bs. As. y designado profesor de la Escuela de Comercio, me propuso Romano Cucit desempeñarme como secretario del Centro de Comercio, (que ya no era el Club Unido, pero igual …), acompañando al presidente Don Francisco Colicignio, una bellísima persona, daba gusto trabajar junto a él en las reuniones de comisión directiva los Lunes por la noche, con un tesorero y vocales no menos buena gente, y un gerente como Egidio Bernasconi, que por cualquier inconveniente había sido boxeador. Pero una madrugada, Don Francisco Colicignio apareció frente a casa golpeando la ventana del cuarto en que dormía “Bordoy, por favor levántese que nos han allanado el Centro”. Sobresaltado me vestí rápidamente y lo acompañé hasta la comisaría. Había allí un montón de gente conocida “detenidos por estar jugando a los dados sobre la mesa de billar, con anuencia del conserje” cuyo nombre omitiré también piadosamente, que al ser interrogado mencionó su nombre y apellido (de ascendencia catalana) y preguntado si tenía sobrenombre dijo “Sí, me llaman el Peola” así con E donde el argentino pone I. El comisario Don Benito González, otro funcionario policial de los de antes, sentido común y práctica, creo que se mordía para no largar la carcajada, hasta que le tocó el turno al “Canario” Mórtola… Es probable que estuviera prendido con los dados, no lo puedo asegurar, pero el oficial instructor le preguntó “¿Y usted por qué huyó ? – No señor, yo no he huído, lo que pasa es que viendo tantas gorras pensé que se trataba de una reunión de carteros… y como yo no soy cartero me mandé a mudar.” Ahí el comisario creo que se dio por vencido y como que también había caído en la redada un jovenzuelo profesor de la Normal (que quizá lea estas líneas) dio la diligencia por concluida, pero creo que ninguno, vuelto a casa, pudo conciliar el sueño.
Y para concluir va el broche de oro del “Canario” Mórtola, campechano y bueno como pocos, frecuentador del Tuni Bar, en cuyo frente se había caído el caballo de un lechero, quien por más empeño que ponía no conseguía que aquel pingo ni levantara la cabeza. Hombre de recursos, salió el “Canario” con un naipe, el seis de copas en la mano, se dirigió al lechero y le dijo “Tomá levantalo con ésta y te hacés una escoba”, en clara alusión al juego de la “escoba de quince” donde la figura del caballo vale nueve puntos, más la baraja del seis y suman quince.
Si es jugar a juegos de azar, juro que ni la lotería casera me sedujo, y la baraja hasta me impacienta ver a otros jugando.
Lejos de San Pedro como estoy desde hace años, se me ocurre una pregunta ¿“El Club de Pelota, funciona todavía?”, porque ahí sí que muchas herencias cambiaron de heredero. Y que Dios nos perdone por hablar como a otros perdona por jugar…
Miguel A. Bordoy