Nelson Lillo: “Si me voy en servicio para no volver, quiero que sepan que me voy con orgullo”
Nació el 21 de julio de 1990. Es el hijo de María Cristina Corvalán y Jorge “Liyo” o “Liyín” Lillo, hermano de Verónica y de Omar, fallecido tras protagonizar un accidente de tránsito en 2015. Su nombre, Nelson, forma parte, desde el jueves 25 de enero de 2018, de la historia de los efectivos que ofrecen su vida en el combate contra la delincuencia. En su caso, era un agente de la Policía Local, de la primera promoción en formarse para control y prevención de delitos.
Aquella mañana, sin intención de usar su arma reglamentaria, quiso disuadir a uno de los más famosos criminales de la Argentina y, por ello, perdió la vida. Una lucha dispar entre un joven que quiso hacer cumplir la ley y un recluso condenado a prisión hasta el 2027 –no reintegrado al penal desde hace cuatro meses, cuando salió a gozar del beneficio de las salidas transitorias– con vasta experiencia en apretar el gatillo sin piedad.
“El Negro”, así lo llaman aún sus amigos, terminó la secundaria en el Instituto Figueroa Salas de la ciudad de Baradero, un establecimiento educativo cuya modalidad de albergar a jornada completa a sus alumnos en períodos de 15 días que se alternaba con la pasantía que le otorgó la empresa Agrón, donde desempeñó tareas aún cuando ya había finalizado de cursar.
A principios de 2015 la vida le asestó un duro golpe. En un accidente de tránsito, su hermano Omar sufrió graves lesiones y falleció a los pocos días, tras ser trasladado a un centro asistencial en Buenos Aires.
“Él quería ser policía”
A poco de empezar el 2016 y con el anuncio de la conformación de la Policía Local, confió en su capacidad para ingresar a la fuerza. Centenares de jóvenes se presentaron al llamado a inscripción, algunos por la posibilidad de encontrar un trabajo, otros por vocación y muchos pensando en el principio de una carrera que les permitiría profesionalizarse y alcanzar nuevos rangos.
“El día en que se dieron los nombres de los que entraban, se puso de rodillas para esperar que digan su apellido. Decía que estaba rezando y le dijimos que no sabíamos si había entrado; pero cuando dije ‘Lillo’, empezó a agradecer y dijo que ahora sí, le cumplía la promesa a su hermano, y que lo hacía por él”, dijo una de las empleadas municipales que trabajó en la selección de los aspirantes.
De allí en más, tanto en los talleres como en la academia, su desempeño fue destacado varias veces. “Él estaba por vocación, quería ser policía, un buen compañero y excelente agente”, indicó uno de los profesores que lo capacitó durante los seis meses de evaluaciones constantes. Recordó además que hizo un gran esfuerzo físico para adaptarse, porque “le sobraban algunos kilos”.
Amante de las motos y afecto a las competencias, logró hace poco tiempo comprar un auto para viajar con amigos a distintos encuentros.
Nelson llegó en la mañana del jueves a su trabajo, charló como siempre de “cosas de la vida”. Compartió con su jefa y compañera Laura Lencina el recorrido en el móvil que supervisa la presencia de agentes en el organigrama que cada noche diseñaba para distribuir al personal.
“Esa mañana debíamos ir a San Nicolás. Me pasó a buscar como todas las mañanas, pero hubo cambio de planes y nos quedamos. Así que, como decimos nosotros, bajamos a sede y coordinamos el servicio. Siempre éramos los primeros en llegar y los últimos en irnos”, relató Laura Lencina a La Opinión.
“Charlamos con el jefe y con la oficial Machado unos 20 minutos, mientras nos pasábamos novedades. Después salimos, participamos de dos procedimientos entre las charlas de siempre, tratando de convencerlo de que debía tomarse las vacaciones y disfrutar de unos días para desconectarse. A lo que me responde: ‘Señora, no la puedo dejar sola; quién le va a armar los QTH, quién va a ser su chofer, con quién va a renegar’”, recordó la jefa de la unidad San Pedro. “Seguimos la charla y me dice: ‘Me voy a llevar a la abuela Blanqui a conocer el mar con mi mamá y mi papá’”.
Lencina dijo que la última pregunta que le hizo fue para pedirle si le iba a cebar unos matecitos. No sabía que le quedaban pocos minutos de vida. Cuando fueron a retirar la correspondencia y llegaron a la esquina de Rivadavia y Oliveira Cézar. Todo terminó con la estampida del disparo asesino. Laura preguntó: “¿Estás bien?” y él respondió: “Sí, jefa”, y cayó.
Viernes de luto
El viernes por la mañana, el Salón Dorado de la Municipalidad fue habilitado para brindar el último adiós al agente caído en el cumplimiento de su deber. El intendente Cecilio Salazar había dispuesto dos días de duelo para la administración y el Concejo Deliberante pospuso una sesión extraordinaria que tenía prevista para ese día.
En el cementerio, los empleados municipales ultimaban detalles para la sepultura en la misma parcela en la que descansan los restos de Omar Lillo, el hermano de Nelson. Muy temprano en la mañana había llegado el personal de Ceremonial de la Policía de la Provincia de Buenos Aires para ultimar detalles de la ceremonia que en horas del mediodía oficiaría el capellán Hernán Ramondini, tras el mensaje que brindó quien coordinó a los grupos de efectivos de distintas reparticiones y de la Guardia de Honor, Comisario Esteban Machado.
Entre una cruz, retratos y flores cuya sencillez abrumaba, familiares, amigos y compañeros despidieron a Nelson Lillo. El momento más emotivo se vivió cuando uno de los agentes arrancó su propia charretera para depositarla entre la tierra de la sepultura y desde ese momento, uno a uno, desfilaron repitiendo el gesto cada uno de los integrantes de la fuerza que participó de la ceremonia. El otro gesto fue protagonizado por una de sus compañeras cuando entregó la bandera con la que abrazaron el féretro.
“Si me voy en servicio para no volver, quiero que sepan que me voy con orgullo, peleando contra la realidad que muchos temen y otros ignoran. Para los que me aman, el sacrificio resonará por siempre”, escribió Nelson el 17 de febrero de 2017. Ese mensaje fue el que se resonó entre todos los que lo acompañaron hasta su última morada.