Mordiendo el pasto
En el poquísimo tiempo que llevo desempeñando esta apasionante tarea de comunicar la realidad a través de un micrófono y un periódico, he tenido la fortuna de aprender de mis compañeros, varias cosas. Entre ellas, que una de las cualidades fundamentales de un cronista, es poder anticipar por donde va a pasar la noticia para poder estar allí para cubrirla. Esa “intuición” para pararse aquí en vez de hacerlo por allá, y que efectivamente eso haga la diferencia a la hora de una cobertura. Pero a quienes no poseemos esa “intuición”, a veces nos ayuda la suerte.
El viernes, mi tarea consistía en cubrir una asamblea que se realizaría supuestamente a las 11 de la mañana. El devenir del conflicto en general, y del piquete de San Pedro en particular, venía haciendo decaer el número de personas con participación activa en dichas asambleas. A la hora programada, no había en los alrededores de la casilla del kilómetro 153, más de 12 productores manifestando.
Esta situación, motivó a Raúl Victores a suspender y dilatar la asamblea. Cada vez que lo consultaba por la hora de inicio, me respondía con un escueto “en un ratito arrancamos”. Finalmente a las 14:40, logré arrancar de su boca las palabras que necesitaba para organizar mejor mi cobertura: “La asamblea la pasamos para las 18:00”. Mi sensación en ese momento, era que el piquete de San Pedro se estaba muriendo de a poco.
Decidí quedarme solo veinte minutos más, para hacer un móvil en vivo desde la ruta, en el noticiero de las 15:00 de “La Radio”. Luego de eso, iba a irme de allí, porque sentía que no había nada para cubrir en ese lugar, a esa hora.
Afortunadamente, mi total falta de intuición con respecto a “lo que se venía”, se vio remedada por, quizás, la suerte del principiante. Unos minutos antes de las tres de la tarde, Raúl Victores se me acercó y me dijo “Vení, hace mucho frío, vamos a estirar las piernas”.
“Estirar las piernas” significaba ir, junto a una veintena de productores, hasta el cantero central de la autopista, a provocar un poco a la Prefectura Naval Argentina. En verdad, la prefectura tardó un poco en reaccionar. Es que todo era demasiado “naif”: Alrededor de 25 productores que caminaban por las márgenes de uno de los carriles de la autopista, y cuando algún chofer de camión les hacía alguna seña cómplice, pedían “una mano” para cortar, sorpresiva y esporádicamente la ruta. Los cortes eran cortos. Ni siquiera llegaban a generar una congestión. Era un tiempo de demora similar al que se puede tener en una casilla de peaje en un día con mucha congestión vehicular.
Pero tanto los productores, como la prefectura, sabían lo que significaba una provocación. Era la reacción de los productores hacia la conducción de la Prefectura por no haber cumplido con la palabra empeñada, y era una grave desobediencia hacía la fuerza de seguridad en relación a la orden dada de manifestar, sin interrumpir el tránsito.
Mientras tanto, los productores seguían moviéndose. Llegaron a recorrer cerca de 3000 metros, cortando la ruta, liberándola y avanzando. Casi como una guerra de guerrillas aplicada a los cortes de ruta. Entre ellos, las risas y los gestos compinches por algo que parecía más una “travesura”, que lo que terminaría siendo uno de los hechos políticos más importantes del conflicto entre el campo y el gobierno.
Pero a la prefectura no le causó tanta gracia esta actitud desafiante de los productores. Cuando el punto de partida ya estaba lejos, y habían atravesado el puente de acceso a Río Tala orillando la ruta, comenzaron a activarse los efectivos de la fuerza.
Al principio, se movilizaron caminando. Pero la gran cantidad de pertrechos que lleva el grupo Albatros impide que los efectivos puedan avanzar si no lo hacen “marchando”. Es decir, que los productores, acelerando un poco el paso, podían evadir perfectamente a este grupo. Y así lo hicieron durante algunos minutos, divertidos por como escapaban del acecho de “Las Tortugas Ninja” como les gusta apodar al grupo especial albatros por las grandes hombreras, cascos y escudos de su uniforme. Mientras escapaban, aprovechaban para pedirle a algún que otro camionero que cortara esporádicamente el tránsito, en solidaridad con el campo.
El último corte, tuvo una particularidad: se realizó exclusivamente sobre el medio carril que se utiliza para el tránsito lento. Pero absolutamente ningún vehículo atinó a eludir el corte, durante los minutos que duró. Por el contrario, lo conductores hacían fila en el carril cortado, sin intentar siquiera avanzar por el que estaba liberado.
Fue entonces que se desplegaron alrededor de 15 vehículos de la Prefectura que llegaron con gran celeridad hasta donde estaban los manifestantes, y comenzaron a desplegarse.
En ese momento, y sin perder la sonrisa en su rostro por esta persecución a pié por la autopista, Victores ordenó ir “a tomar un café”.
Es que en ese momento se encontraban justo en frente de la estación de servicio Shell, y todos los participantes de la manifestación hubieran podido caber perfectamente en el bar de la misma.
Pero el clima humorístico no duró mucho más. Mientras relatábamos ya en vivo la desconcentración de los manifestantes, y Raúl Victores apuraba a “la tropa” para que entrara a la estación de servicio, detrás de mí comenzó un forcejeo entre un efectivo de prefectura de importante rango y uno de los más activos manifestantes durante el primer paro.
Precisamente con ese efectivo de la Prefectura, había tenido una interesante conversación 48 horas antes, cuando desplegaron el operativo sobre la balanza. En ese momento, todavía reinaba el clima de cooperación entre los manifestantes y la Prefectura, con quienes incluso se compartían los mates. Fue allí que le consulté a este prefecturiano sobre la posibilidad de disturbios. -“Quedate tranquilo, no pasa nada”- me dijo. “Salvo con uno que hay, que le tengo unas ganas bárbaras” completó.
Ese “uno” y “ese efectivo” estaban forcejeando frente a mí, y “esa” conversación de dos días antes vino a mí como en un flash. A partir de ese punto, todo fue caos. Y cambió la historia de la protesta en San Pedro y a pocas horas, en el país.
El manifestante “marcado”, lograba escapar a los embates del marinero y de los efectivos que acudieron en apoyo. Alguno por allí dijo de él, que “parecía enjabonado” por la cantidad de manos que logró evadir, aunque todavía hoy lleve marcados sobre su cuerpo algunos bastonazos disciplinadores.
En el cantero lateral quedaban pocos manifestantes. Ya la mayoría estaba “subido” al camino que rodea a la estación de servicio. Sobre esa enorme pendiente que hace de zanja, comenzó a desplegarse una pared de uniformados. Los que pudieron, evadieron la cortina de Albatros para arrojarse a la zanja y bajaron como pudieron la pendiente que los separaba del lugar de los disturbios, para intentar mediar con la Prefectura. Todos los que intentaron separar, terminaron detenidos. Mientras que algunos efectivos eran asignados especialmente para evitar que se tomaran fotografías de lo que sucedía, otros eran mandados con un dedo índice hacía Raúl Victores, y hacía el “productor resbaladizo” que nunca pudo ser atrapado.
Las imágenes de hombres de 65 años y absolutamente pacíficos, mordiendo pastos secos pero humedecidos en bronca mientras algunos prefecturianos casi adolescentes los aplastaban contra la tierra, no hizo más que generar todavía más indignación y violencia. Los insultos, las patadas y la intimidación hacia estos hombres, enmarcaban una escena muy triste y paradójica: los mismos efectivos a los que ayer se les había cebado un mate, se ocuparon al día siguiente de hacerles morder el pasto.