Mirar los orígenes para escribir el futuro
En la Argentina se ha escuchado mucho decir que al pasado no se lo deja ir, que no avanzamos, que vivimos e incluso se dice que lucramos con lo que pasó. Pero qué importante es para una Nación conocer, reconocer, aceptar, asimilar y refundar en base a los momentos más importantes, para no cometer los mismos errores, pero sobre todo, para construir sobre los aciertos. Entonces es cuando, con tantos malos momentos, dudas, violencia y crisis económica, nos preguntamos: ¿cuánto sabemos en verdad sobre la historia de San Pedro, como para festejar estos 111 años y proyectar más? En base a eso, pedimos información y hablamos con expertos que “viven” entre el pasado y nos decidimos a armar esa hoja de ruta.
Los primeros pobladores
Un exquisito artículo de Mariana Canedo, publicado en 2015, recorre toda la historia de la formación de “pueblos españoles”, centrándose en el Rincón de San Pedro –nombre original de nuestra ciudad– entre 1740 y 1860, y habla de quiénes eran los primeros pobladores y por qué se instalaron aquí. Fue clave, según comenta, el lugar articulador de los flujos comerciales interregionales orientados fundamentalmente por los metales preciosos del Alto Perú. Nuestra ciudad se fue convirtiendo en un espacio de abastecimiento de productos agrícolas y ganaderos, es decir: todo nació con la tierra.
A mediados del 1700, nuestra ciudad ya se encontraba poblada por terratenientes y con vastas tierras reales en plena producción. “En el padrón de 1744, unos ochenta pobladores del Rincón aparecen registrados en las tierras del sargento Alonso Zerrato, agrupados en 17 unidades censales con distintas relaciones laborales y con la tierra, dedicados al ‘conchabo’, a labrar o a cuidar ganado”, relata la autora, y señala que las zonas linderas de
Arroyo del Tala y Espinillo presentaban características similares: “Varias unidades censales ubicadas mayoritariamente en tierras de unos pocos propietarios con diferentes relaciones laborales”.
Es allí donde se registran los primeros pobladores. Efectivamente nuestra hoy ciudad vio sus primeros pasos como un poblado rural, de menos de cien personas, dedicadas a la ganadería, a la agricultura, y también a la pesca, actividad que será crucial en el siguiente tramo de la historia.
Es cierto también, como todos sabemos, que el presbítero Dr. Francisco Goicochea, cura rector y doctrinero de la reducción de indios de Santiago del Baradero y del curato de Arrecifes, fue quien pidió formalmente a la Corona española los permisos para la creación de un convento franciscano en nuestras tierras, que marcó sin dudas un antes y un después en la creación de la Ciudad, pero queda claro que estos lares ya tenían antes pobladores trabajando su tierra.
“Justificaba su pedido en la necesidad de ayuda para atender al crecido número de feligreses del extenso territorio a su cargo y se comprometía a aportar el terreno y diez mil pesos para la construcción del convento. Además, señalaba que los frailes que llegaran a la zona serían socorridos por el pescado que ofrecía el río Paraná”, explica Canedo y el hecho da relevancia a los recursos naturales de la zona. Así, para 1780 aparecía el curato y en 1785, el partido de San Pedro. Unos años después se creaba la parroquia.
Las primeras casas
Don Fernando Albandea, teniente general de Milicias del Rincón de San Pedro, es quien en 1802 solicita la entrega de los terrenos para él y veinticuatro vecinos que representaba, frente a las autoridades de la corona en la colonia, a fin de la creación de este poblado.
El espacio original, estimaban, tendría “como 19 a 20 mil varas de fondo” con vista a las barrancas del Paraná, naciendo en el río Arrecifes para finalizar inmediato al arroyo del Espinillo, y justificaban en el expediente de solicitud que había sido poblado por largo tiempo, inclusive por antecesores a los pobladores de esa época.
Vale decir que, hasta el momento, las tierras eran de pertenencia del rey, por lo que había que justificar por qué debían ser entregadas. Albandea aseguraba que eran simplemente ciudadanos con espíritu de formar un poblado, que ya venía siendo ocupado hace tiempo y que era usado para trabajar la tierra.
Las primeras casas de este Rincón fueron “ranchos de pajas y cercados de débiles maderas” y no “edificios subsistentes”. Junto al pedido del teniente, se solicitaba que se respetaran las salidas al gran Paraná y que se designara a un encargado de arreglar las calles, todo para este pueblo, que surgía, según esta documentación, a cuarenta leguas castellanas legales distantes de la Capital.
El documento fundacional
El Grupo Conservacionista de Fósiles es, sin dudas, un grupo con mucho contacto con nuestro pasado y no es tan sólo, como muchos piensan, un equipo de trabajo abocado a “los dinosaurios”. Entre sus investigaciones, también están aquellas destinadas a indagar en documentos antiguos, como por ejemplo, un texto que nos cuenta cómo se aprobó el primer plano y la delineación de nuestra querida Ciudad de San Pedro en 1802 y como consecuencia del pedido de Albandea.
El texto data exactamente del 5 de febrero del mencionado año y manifesta cómo debían distribuirse los primeros terrenos entre los habitantes, dónde irían los edificios importantes, y el trazado de las calles, entre otros detalles fundacionales. Vale aclarar que el documento original se extravió del Palacio Municipal en 2015 y sólo queda una copia digital, en manos del prestigioso grupo de trabajo.
“Se les concede por ahora así al dicho suplicante como a sus representados, y a todos los restantes vecinos que habitan en la expresada población la posesión y tenencia de los mismos terrenos para que en tiempo alguno puedan ser despojados de ellos, y tengan a su virtud la correspondiente facultad de vender, donar, cambiar, y disponer de ese derecho que se les dispensa en los propios términos que lo permiten las leyes respecto de los lugares señalados para ejido a las ciudades y villas de los dominios de su Majestad, a cuyo efecto, y para que pueda servirles de suficiente título la presente providencia se le darán al referido suplicante todos los testimonios que de ella pida con inserción de ese escrito”, dice un fragmento del documento histórico.
El escrito también aclara que para que “se guarde el orden correspondiente” y se mantuviera en el tiempo “la fundación de una formal villa” era de suma importancia que, según las leyes del Reino, el Sargento Mayor del Partido, con asistencia de aquel Alcalde de la Hermandad y del Cura de la parroquia –tres cargos que no podían faltar a la fundación de una ciudad bajo la mirada de la católica España– serían los encargados de proceder a la delineación del pueblo en los términos más proporcionados a su actual constitución.
Por supuesto, el documento hace referencia aquellos espacios infaltables, que son un fiel reflejo de la construcción de ciudades con impronta europea de la época: la Iglesia Parroquial y la Plaza mayor. A su vez, ordenaba que las calles se acondicionarían en la conformidad del crecimiento de la ciudad, para colocar los nuevos edificios según el tamaño de la población, la cual debía construir sus casas en los sitios y solares que quedaran libres.
Estos papeles, firmados por “Su Excelencia Don Ramón de Basavilbaso”, son el inicio formal de lo que hoy es nuestra Ciudad.
Unas notas al pasado
Esta ciudad nació de la fuerza de su gente. Sin dudas, el orden y el impulso de los franciscanos resultó crucial, pero fueron aquellas primeras familias las que realmente ocuparon, un poco por azar, otro poco por uso y funcionalidad de la tierra, este lugar. Fueron quienes lucharon contra las reglas de la época y pidieron lo que les correspondía ante la corona española, tiempo antes de que naciera la patria, el 25 de Mayo de 1810.
Esos mismos primeros pobladores, de los que se tienen algunos datos, de los que se sabe que eran casi todos extranjeros: europeos, un africano y un esclavo. Ellos son los que se unieron, se hicieron cargo de las responsabilidades de conducción del nuevo pueblo y, luego, lo construyeron junto a las autoridades eclesiásticas.
Es por eso que esta nota busca recordarnos lo importante que es, precisamente, recordar: para que recuperemos esa fuerza, esa valentía, esas ganas de aquellos primeros sampedrinos, para que la tomemos, la hagamos propia y actual, que sean esos momentos de quiebre, los que no han hecho más que unirnos, dar empuje y construir una ciudad mejor.
Muchas veces escuchamos cómo algunos vecinos recuerdan con nostalgia “cuando San Pedro era pueblo”, y nos asombran lastimosos hechos que “acá antes no pasaban”. Robos violentos, asesinatos de policías en el centro y a la luz del día, corrupción, hambre, gente durmiendo en las calles o pidiendo a los ojos de las autoridades, asentamientos, casas de chapa, crecimiento poblacional. Lo que más se anhela de ese pueblo es el coraje, la capacidad de luchar por lo propio, pero no de adaptarse a lo malo, sino de mantener la esencia de lo nuestro.
No dejemos de asombrarnos, no dejemos de reclamar, de pedir, no dejemos que las cosas se vuelvan naturales y hagamos como ese primer puñado de vecinos, que se impuso ante las autoridades y reclamó lo que le correspondía.
El pobre destino de calle
Tal vez haya escuchado nombrar alguna vez a Albandea, Basavilbaso y Goicochea, tres de las personas más importantes, por su rol, para el nacimiento del "Rincón de San Pedro". Sin embargo, no han merecido en nuestro partido grandes espacios y reconocimiento, entre los 3 casi llegan a las 20 cuadras, cortadas, lejanas y con más bache que cemento, sin cordón cuneta y los días de lluvia, varias se inundan. Ese es el lugar que le dimos a nuestra historia local, por sobre otros nombres, que "viven" en la extensión y la luz del centro.