Mi vida y mi diálisis
Este cuento está dedicado a todos los doctores y doctoras del servicio de diálisis de la Clínica San Martín. Quiero agradecer su infinita paciencia por atender a todos los que necesitamos de ellos para seguir viviendo.
Gracias por ser tan incansables con nosotros, los pacientes. Gracias Dra. Silvina, Mariela, Dr. Acosta, Macheroni, Rubén, Facundo, F. Sánchez.
Y para las razones de mi vida, mis hermanos: Toto, Sole, Lucía, Lelo y Vero, a mis sobrinitos y a mi cuñado Coco, que nunca baje los brazos. Adoro a todos ellos y les dedico este cuento:
Piedad
Lean esto.
No es una justificación o una explicación porque ni yo misma puedo explicarme lo sucedido.
Ni siquiera sé cómo ni cuando comenzó. Pero no me maten antes de haberlo leído.
Sé tanto como ustedes de la mujer que apareció horriblemente mutilada a orillas del río.
Lo que dijo la televisión: que la víctima tenía la espalda desgarrada de profundos arañazos.
Nadie pudo imaginar un animal capaz de hacer algo así y yo menos.
Supuse, como el resto, que el asesino había querido hacernos creer que lo había cometido uno.
Lo que escuché me había perturbado, como a todos, cómo el asesino había usado un animal para desfigurar a sus victimas y borrar las huellas del crimen.
Después volvió a pasar y reconozco que fue una estupidez de nuestra parte haber ido al monte. Pero fue mi compañera la que me llenó la cabeza para ir a ver el lugar de los hechos de noche, con luna llena y sin linterna.
Lo que pasó después lo conté en la comisaría, luego de ser atendida por un médico: pasando por debajo de la faja de seguridad que bordeaba el sitio donde habían encontrado a la mujer.
Alguien me atacó, me dejó la ropa desgarrada y moretones por todo el cuerpo, pero no llegó a matarme.
Aunque mi amiga no regresó.
A pesar de este recuerdo volví al monte para ayudar a buscar a otra víctima.
Y aquí estoy, me parece que a este lugar llegué así:
Una de las grandulonas de mi grupo me preguntó si estaba preparada para cazar al hombre lobo y riéndose apagó la linterna, y salió corriendo con las otras y me dejaron sola en la oscuridad.
Aterrorizada me puse a correr como un animal, sin ver adónde, como si perdiera el alma; herida por los zarpazos de las ramas en el camino, hasta que un violento espasmo me volteó y rodé cuesta abajo, caí en este maldito pozo en el que me encuentro ahora sin poder salir.
Me es imposible seguir la mano, me duele como si me retorcieran los huesos.
Veo una gran multitud con antorchas y perros ladrando que se acercan a mí.
Por eso les pido que entiendan lo que intento decir, aunque sea imposible para mí misma. No creo que mis dolores sean producto de mis quebraduras.
Hasta ahora no me había dado cuenta, mis manos se están deformando.
Si es lo que supongo, cuando ustedes lleguen aquí no me darán oportunidad de explicárselos.
Lo entenderán al verme. Sólo después de saber que soy “YO” la mujer lobo.
Iris Velo