“Mejor que tener un buen barco, es tener un amigo con un buen barco”
Horacio “Corcho” Domenicone es una leyenda viviente de la náutica sampedrina. Es además, un ciudadano ejemplar. El Náutico y “la náutica” están cumpliendo 100 años, es un buen momento para recordar.
Un 26 de septiembre, hace exactamente 76 años, nacía un hombre que por casualidad descubrió una actividad que se convirtió en su pasión. “Me hice socio del Náutico en 1950, porque me gustaba ir y ver como andaban los barquitos, además, también me sentía cómodo con la actividad social del club en general”, de este modo comienza la charla con “Corcho” en su casa, un hombre sereno, con una sonrisa constante y con la calma de mar planchado que paradójicamente transmiten su ojos color turquesa. Franco y sencillo cuenta su historia con humildad, como si hablara de hechos naturalmente obvios, sin dar a entender lo que su experiencia significa para cualquier navegante y para la historia náutica en nuestra ciudad.
“Me encantaba ir a mirar como armaban los barquitos, realmente en esa época no tenía ni idea de cómo se navegaba un barco a vela, y mucho menos que algún día iba a pisar un aparato de esos para competir, jamás se me habría ocurrido que navegar sería mi gran pasión”. Palabras como estas son las que se escuchan todo el tiempo a lo largo de la charla.
San Pedro y su Yachting
Así se titulaba un artículo de El Gráfico, escrito por J. Martínez Vázquez, publicado el 30 de Octubre de 1953, que describe la actividad de la época y donde se podía leer algo como esto “Qué yachtman rioplatense no habló, habla o hablará de San Pedro y su laguna? Por feliz destino siempre ha sido San Pedro interesante centro de nuestro yachting. A poco de fundarse su club Náutico instituyó, en 1906, un magnífico trofeo, donado por la Municipalidad de la localidad. Trofeo que ha pasado a la historia del yachting argentino entre los más importantes. No sólo por su valor intrínseco, una grandiosa copa de plata maciza, sino también por llevar inscripto el nombre de nuestros mas famosos campeones de entonces…”. Allí cuenta en detalle, cómo luego de 20 años, se retomó la práctica, y la publicación está ilustrada con una foto donde además de navegantes de ciudades destacadas de la actividad como Olivos o Mar del Plata, comparten cartel sampedrinos como Horacio Domenicone, Farré y Cejudo, compañeros inseparables de la laguna.
Era su destino
Horacio Domenicone comenzó a tabajar de muy joven, en la pujante carpintería de Eisenman que estaba ubicada en Bv. Moreno e Ituzaingó.
Un día, Eduardo Farré, que ya participaba de competencias, invitó a Corcho a subir a un velero. “Un día me dijo: ¿Querés correr de tripulante?, ¿tripulante de qué? le respondí, -de un velero me contestó él-, pero yo no sé absolutamente nada!, le dije sorprendido.
-No te hagas problemas, andá al Náutico a tal hora, armamos el barco, salimos a navegar y te explico” y con una sonrisa enorme y ojos brillantes Corcho concluye, “desde ese día nunca más me bajé, hace unos 56 años”. En ese momento Horacio descubrió que su pasión por la navegación no terminaría nunca y que crecería junto a él.
Pero, como todo navegante y amante del río no pudo negarse a la pesca y durante mucho tiempo también complementó la navegación con este deporte.
“Mi fuerte siempre fue el yachting, practiqué todas las variantes, y la verdad que siempre tuve suerte”. El Club Náutico, por aquel entonces, organizaba un campeonato todos los años dentro del mismo Club, había seis veleros, los famosos Paulinos, y competían entre sí, acumulaban puntaje y el que más sumaba, a fin de año era el que representaba al Club en las regatas Interclubes,
“A veces éramos más de 25 timoneles, entonces nos dividíamos en categorías, así que los campeonatos se volvían interminables, eran todo el fin de semana, pero tuve la suerte de ganar algunos años” dice modestamente Horacio.
En su casa se puede observar una vitrina con aproximadamente 140 copas, de todos los tamaños.
Puerto Belgrano
Una experiencia destacable, que Domenicone recuerda con mucho agrado, fueron los campeonatos en la Base Naval de Puerto Belgrano. El yachtman relata al respecto ”este campeonato lo organizaba la marina y participaban clubes de todo el país, como Olivos, San Isidro, Bahía Blanca y por supuesto, San Pedro estaba presente. Nos llevaban en avión y corríamos un triángulo. Allí, estábamos todo el fin de semana, fue una experiencia que repetimos varias veces y la mejor de todas, fue la vez que ganamos, ese día tuvimos una satisfacción enorme, todos los sampedrinos porque era un campeonato muy importante para todos y además ya éramos grandes, yo tenía treinta y pico”, cuenta emocionado Corcho.
La gran copa
El navegante sampedrino conserva una copa fabulosa por su tamaño y valor histórico que rescató en el club, cuenta la anécdota de este modo “ un día entro en la herrería en el galpón del Náutico y veo que los muchachos enfriaban las herramientas en una copa toda abollada que me resultaba conocida, cuando me acerco era un premio que habíamos ganado en 1961 con Roberto Betti y Eduardo Farré y que había sido construida en los talleres de la marina argentina. Para mí fue terrible, me la llevé, la arreglé y la tengo en casa, para mí tiene un valor muy especial”.
Una pasión demasiado costosa
Los barcos de alta competencia tienen costos muy altos y no son accesibles al común de la gente. Los precios varían bastante, pero un gasto mínimo sería de unos 25 mil dólares para arriba. Un buen barco, de alta competencia, ronda los 50 mil dólares, a esto se le debe agregar el mantenimiento constante que requiere, más los gastos de papeles y permisos. De aquí es donde se desprende un refrán en la náutica que dice que “mejor que tener un buen barco, es tener un amigo con un buen barco”. El dueño debe armar una tripulación para competencia, tarea que no es simple. Para un barco de 30 pies se necesita, además del timonel que por lo general es el dueño, unos siete tripulantes que deben saber y tener experiencia según la competencia, porque correr una regata importante, implica algunos días de viaje.
Como anécdota Horacio cuenta “con Carlitos Oulé, corrimos la regata Rosario Buenos Aires, a bordo del “Catango”, tardamos 27 horas, fue fabuloso, pero éramos un equipo con experiencia, además nos conocíamos bien todos porque comés, dormís, todo arriba del barco y sumado a la tensión de la competencia no es fácil convivir”. En todos estos casos los dueños corren con todos los gastos excepto los particulares de la tripulación y la comida.
Otros tiempos
Al ver a los chicos de hoy en el club que practican este deporte, desde su experiencia dice; “ahora todo es más fácil, antes nosotros sin un peso en el bolsillo, podíamos practicar esta disciplina, porque el Náutico nos daba todo, en este momento a un chico el padre lo tiene que bancar, porque el Náutico tiene los barquitos, pero ya no son de alta competencia.
Yo me admiro que niños de 6 años tienen su trajecito de agua, sus botitas, sus salvavidas, nosotros no teníamos nada”, y recuerda una anécdota “En un campeonato de Snipes que corrimos con Solana en San Isidro, estuvimos mojados dos días, corríamos dos regatas seguidas en el Río de la Plata y dormíamos en el Club, en un cuartito que nos prestaban al lado de la caldera. Estábamos todo el día desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde en el río, salíamos empapados porque el Río de la Plata te moja hasta el alma, así que a la noche secábamos las pilchas, pero al día siguiente subías al barco, salías y a los diez minutos estabas todo mojado otra vez”.
Recuerdos, homenajes e historias
Horacio Domenicone recorrió todas las costas de la zona, como algo particular cuenta “la única vez que me asusté en el agua, fue una vez en el barco de Diamante. Nos fuimos por unos canales hasta Victoria y vimos uno de los espejos de agua dulce más importantes de la Argentina, tiene 60 Km. por 60 Km., todo agua, pero te da miedo, te sentís muy solo en el medio de la nada, es demasiado grande, estás lejos de todo”, concluye Corcho. Sin dudas el agua y los barcos son su pasión, él mismo dice “si pudiera hacerlo viviría arriba del barco” sus palabras se traducen en la realidad cuando se lo visita en su casa, las fotos del Paraná abundan por las paredes, las copas y trofeos, producto de las competencias ganadas a lo largo de tantos años, son orgullo familiar. El Club Náutico, también tiene especial aprecio por este gran hombre, ya que hace poco tiempo intentó homenajearlo bautizando a un barco Laser con su nombre. Su último gran triunfo fue junto a Federico Moretti en la regata Olivos Quilmes y concluye diciendo “ahora la juventud me invita a correr, yo tuve la suerte que cuando me inicié, mis amigos, mis compañeros, fueron gente más grande que yo, eso me ayudó muchísimo a trazar mi camino en la vida y a ser el hombre que todos ven hoy, agradezco a Farré la oportunidad que me dio de descubrir esta pasión y agradezco a todos después de tantos años poder seguir participando y disfrutando con mis compañeros de aventuras. Algunos que ya no están, otros que siguen conmigo y los jóvenes que me participan como uno más” cuenta, emocionado Corcho, una leyenda viviente de la Náutica sampedrina