Los videos de la panadería revelaron cómo fue el accidente que le costó la vida a Agustín Iglesias
La Opinión recorrió el local de Manuel Iglesias al 2100 junto a Federico Braendt, titular del comercio, quien accedió a mostrar las imágenes que dan cuentas de cómo sucedió el accidente. Al momento de la explosión, él y Agustín Iglesias estaban alrededor del tubo de gas que la provocó. Todo ocurrió en pocos segundos. En menos de la mitad de un minuto, Agustín y su hermano Diego salían del local mientras Braendt intentaba controlar las llamas con el matafuego de su camioneta. A poco más de dos meses, el relato de otro de los sobrevivientes de aquella mañana trágica.
El miércoles pasado, La Opinión publicó el testimonio exclusivo de Diego Iglesias, uno de los sobrevivientes del trágico accidente que provocó un incendio en una panadería ubicada el barrio El Argentino, cuya consecuencia mayor fue la muerte de su hermano Agustín, de 20 años.
El otro sobreviviente de la tragedia es Federico Braendt, dueño del comercio de Manuel Iglesias al 2100, quien estuvo 25 días internado en el Hospital tras sufrir quemaduras en la cara, los brazos y las piernas. Abrió las puertas de su casa y permtió un recorrido por el local donde se produjo la explosión.
Con los videos de las cámaras de seguridad instaladas en el edificio, La Opinión pudo reconstruir qué sucedió aquel lluvioso lunes 25 de noviembre a las 11.27 de la mañana, cuando en el barrio El Argentino se escuchó una explosión que le cambiaría la vida para siempre a tres familias.
Todo ocurrió en cuestión de segundos. Los hornos de la panadería estaban al fondo de una zona del edificio que había sido inaugurada dos semanas antes, ubicada detrás del cuarto de la hija de la famila Braendt, que dormía y se despertó con la explosión.
A la izquierda de ese espacio estaba lo que históricamente en las panaderías se denomina "la cuadra", donde se elabora la panificación, ubicado detrás del local comercial que daba a calle Manuel lglesias y que ahora oficia como living familiar.
En la mesa dispuesta allí, entre góndolas con mercadería, heladeras exhibidoras, con un mate de yerba con hierbas y un pote grande de Platsul, Federico Braendt tomó el celular de su esposa para ver por primera vez completos los videos de las cámaras de seguridad.
"No los quise ver", repetirá varias veces durante la charla que mantuvo con La Opinión, que se extendió por más de dos horas. Antes de reproducir esos videos, había guiado a este medio por las instalaciones de la panadería donde se produjo el incendio. Su relato coincidió con lo que se ve en las imágenes.
Agustín había cambiado el tubo de gas de 45 kilos. Algo pasaba en esa garrafa azul que la firma Hipergas vendió a Braendt. La rosca no cerraba. En los videos se lo ve al joven Iglesias con una herramienta en la mano. A su lado estaba Federico.
En las imágenes se observa que Braendt se agacha y se produce la explosión, que tuvo lugar en el tubo fluorescente de la instalación eléctrica. El fogonazo está a la izquierda. El plafon está vacio desde ese día. A su lado, las chapas nuevas están negras, al igual que los tirantes. En la esquina derecha la pared fue revocada. "Me hacía mal verla así", dijo el dueño de casa.
Cuando se produce la explosión la cámara que apuntaba al horno muestra una nube de fuego. Federico Braendt fue arrojado hacia la arcada que divide "la cuadra" de la zona de hornos. El matafuegos, ubicado en una pared lindera, cayó al piso. Agustín quedó encerrado entre el fuego y la pared.
La cámara que enfoca el patio, a la derecha de los hornos, muestra cómo tiembla la puerta balcón y el humo comienza a salir por el techo. La que graba la puerta del comercio permite observar que la cortina vuela hacia el exterior y la gente sale corriendo.
Siete segundos después de la explosión, Agustín sale desde detrás del tubo. Su hermano Diego se acerca. Federico Braendt, se ve en lo que registró la cámara de "la cuadra", se levanta, hace lo propio con el matafuegos y trata de accionarlo. Se había partido la manija y lo había inutilizado.
Casi 30 segundos después de la explosión, Diego Iglesias sale a la calle. Agustin llega detrás. Una chica les hace señas y según relataron testigos lo que les decía es que ella tenía un auto en el que podía llevarlos al Hospital. Era un Fiat Duna gasolero. Del apuro, la joven intenta darle marcha sin esperar que las bujías incandescentes hagan su trabajo, por lo que demora unos segundos más en salir.
Mientras eso ocurría, Claudia, esposa de Federico Braendt, había apretado todos los botones de la alarma, que emitió señales de aviso a la policía, a Bomberos y al 107 Same. Todavía estaban en la calle Agustín y Diego cuando su jefe tomó el extintor de la camioneta.
Braendt ya estaba herido por el fuego de la explosión. Corrió hacia la zona de hornos y con el matafuego de su vehículo apagó el fuego que estaba en el techo. El tubo de gas ya no estaba encendido. En medio de la nube que formaba el líquido extintor se lo observa tomar la garrafa.
La cámara del patio muestra que en ese momento, Braendt arroja el tubo azul al patio, que tras rodar vuelve a encenderse. Por eso cuando llegan los bomberos, lo que fueron a apagar era la garrafa que estaba en el patio y ardía.
El tubo todavía está en el edificio, donde se amontonan elementos de panadería en desuso, junto a bolsones de harina que Braendt espera utilizar para volver a producir cuando se recupere totalmente de las lesiones, que todavía le arden de noche y hasta le sangran cuando rozan contra las cortinas de la casa. Producir con esa harina, dice, le permitirá pagarla, porque todavía le debe al proveedor esas bolsas.
Un pastor evangélico visita con asiduidad a la familia. A Federico le cuesta dormir de noche. No para de recordar esos "dos o tres segundos fatales", como llama al momento de la tragedia. "De día andás acá, hacés una cosa u otra, pero cuando apoyás la cabeza en la almohada, te vuelve todo", aseguró.
El miércoles 4 de diciembre, a las 23.20, Agustín Iglesias falleció en el Instituto del Quemado, donde permanecía internado junto a su hermano Diego. Federico Braendt estaba en el Hospital. Al mediodía, mientras comía, llegó una psicóloga y le dijo, sin más: "Tengo una mala noticia, murió uno de los chicos".
Desde que volvió a su casa, Braendt mantuvo contactos telefónicos y personales con Javier Iglesias, el padre de Agustín, con Diego y con su padre Abel Almada. "Voy a visitarlos, los ayudamos en lo que podemos", contó Braendt.
El sábado pasado, Federico y Diego pudieron hablar por primera vez en profundidad sobre lo ocurrido. Aunque ya habían tenido contacto, siempre fue con mucha gente presente. Esta vez pudieron charlar solos, en la cancha de fútbol donde solían jugar todos juntos. Con Javier también se reunió para mostrarle los videos, aunque, al igual que Diego, prefirió no verlos.
"Diego me dijo que él sabe que lo que pasó fue un accidente", aseguró. Federico Braendt se siente responsable como titular de la panadería donde ocurrió el hecho pero no deja de repetir que "fue un accidente". También siente que es "injusto" que lo acusen en redes sociales, donde hasta hubo quien lo llamó "asesino".
"Hay gente que dice que yo los mandé a apagar el fuego y eso no es así", dijo mientras reproducía una vez más el video en el que se ven la explosión, esos siete segundos que tarda Agustín en salir del fuego y su accionar con el matafuego inutilizado primero y con el del auto después. Se le llenan los ojos de lágrimas pero no llora. Mira hacia el mate, reflexiona y repite: "Fue una tragedia".
"Cuando volví me costaba salir a la calle, porque sentía que la gente me señalaba", contó. En el living de la casa ahora está la despensa, que atienden a través de una ventana. "Si no trabajamos, no comemos", sostiene Braendt, que sigue teniendo el mismo problema que el año pasado, cuando quiso hablitar el comercio: no puede porque carece de título de propiedad.
Federico Braendt y su familia son unos de los primeros ocupantes irregulares del asentamiento precario que en 2010 se instaló en esos terrenos y que hoy, merced al proceso de urbanización impulsado por el gobierno, es un barrio más de la ciudad.
Tiene 40 años. Empleado de panaderías desde los 11, en 2015 emprendió el negocio propio. Nunca pudo habilitar y tampoco puede hacerlo ahora. A pesar de que en el Municipio le dijeron que el censo de la Oficina de Escrituraciones en barrios irregulares podría permitírselos. "Yo tengo abierto para comer y para ayudar a Diego", dice y agrega: "Yo lo único que quiero es trabajar".
En la reja del negocio una mujer cuenta sus pocos billetes para comprar tres hamburguesas y medio kilo de pan. Contra el cordón, desde un camión distribuidor un repartidor baja mercadería. La calle recientemente pavimentada arde bajo el sol de enero. Adentro de la casa, el fuego que destrozó a tres familias dejó huellas imborrables.