“Los soldados no sabíamos lo que ocurría”
Ángel Oscar Cortés hizo el servicio militar en la Base Aérea El Palomar, desde donde se produjeron parte de los famosos “vuelos de la muerte”. Fue citado a declarar como testigo en la causa que busca pruebas del horror perpetrado por los jerarcas de esa base, cuyo jefe, el Brigadier Mariani, ya fue condenado a 25 años de prisión por otra causa ligada a los centros clandestinos de detención.
Eran las tres y media de la tarde en la siesta sampedrina del jueves 9 de octubre. Ángel Oscar Cortés festejaba su cumpleaños número 49. En su casa, sintonizaba La Radio, estaba al aire Bravo.Continental y el periodista Omar Lavieri pronunciaba un nombre familiar para Cortés: Hipólito Mariani, Jefe de la Brigada Aérea de El Palomar, donde hizo el servicio militar en los años 1977/78.
Le llamó la atención. En pocos días, a Mariani lo condenarían a prisión perpetua por hallarlo culpable de privación ilegítima de la libertad y tormentos a quince prisioneros de la Mansión Seré, cuyos hechos fueron narrados en la película “Crónica de una fuga”, que cuenta la historia del arquero de Almagro Claudio Tamburrini, quien junto a tres presos más logró sobrevivir del horror de la detención ilegal y la tortura de uno de los principales centros de detención clandestina de la Fuerza Aérea durante la última dictadura militar.
Una hora y media después de escuchar el nombre de Mariani, quien “ya era Brigadier General en el ‘77, cuando estábamos nosotros ahí, y debe tener más de 80 años”, Cortés recibió una citación del Fiscal Federal Juan Patricio Murray. “Tenía que ir a San Nicolás a declarar, ni sabía por qué; me asusté, me agarré una amargura”, relató. A la semana, estaba en la Fiscalía, respondiendo las preguntas de Murray.
“Me hicieron declarar bajo juramento, que por falso testimonio podían darme de 8 a 25 años. Era por el tema de que hice el servicio militar en la Base Aérea de El Palomar. Yo estuve en el año ‘77/78, me preguntaron si había visto algo raro, me preguntaron por un modelo de avión que creo que no hay, qué hacía adentro, qué relación tenía con aviones”, detalló el sampedrino.
“Yo lavaba, cargaba y descargaba esos aviones, pero no los lavábamos adentro, porque me preguntaron si vi sangre; la verdad, nosotros nunca vimos nada que nos llamara la atención”, explicó y agregó: “Me preguntaron por helicópteros, pero no se veían muchos. Más que nada había aviones de vuelo civil, de LADE (Líneas Aéreas del Estado). Había aviones Hércules, Fokker F-27 y F-28, y aviones Guaraní”.
Ángel Oscar Cortés es mecánico, pero en los años de servicio militar hacía otras tareas: “Pertenecía a una compañía de servicio, hacíamos tareas de mantenimiento adentro de la Base. También tocaba el tambor en la banda de música. Siempre fui boy scout y seguí cumpliendo funciones y por saber tocar el tambor toqué en la Brigada. Ibamos cuando venían autoridades de otros países, desfiles, etc., cosas como rendición de honores”, narró.
Sobre los años de plomo, en los que le tocó cumplir el servicio militar obligatorio, Cortés recordó: “Yo nunca vi nada, y no sabíamos lo que ocurría. Los soldados no andábamos en operativos, sino en compañías que resguardaban el predio y había otras que hacían control de documentos afuera, pero nunca los soldados acompañaban al personal jerárquico, sólo hacían controles de rutina, no es que andaban con un arma, a los tiros”.
La causa por la que el sampedrino fue citado a declarar como testigo está relacionada con los conocidos “Vuelos de la Muerte”, que consistían en arrojar al mar prisioneros vivos y drogados desde aviones, cuyo conocimiento público se logró tras la confesión que el Capitán de Corbeta Alfredo Scilingo le hiciera en un tren subterráneo al periodista Horacio Verbitsky, que daría lugar a su libro “El Vuelo, una forma cristiana de muerte”, que permitió la apertura de muchos juicios por los crímenes cometidos durante la última dictadura militar.
“En 1977, siendo Teniente de Navío, destinado en la ESMA, participé de dos traslados aéreos, el primero con 13 subversivos y el segundo con 17 terroristas. Se les dijo que serían evacuados a un penal del sur y que por ello debían ser vacunados. Recibieron una primera dosis de anestesia, la que sería reforzada por otra mayor en vuelo. En ambos casos fueron arrojados desnudos a aguas del Atlántico Sur desde los aviones en vuelo”, dice el escalofriante relato de Scilingo.
A raíz de estas confesiones se abrieron múltiples causas por los “vuelos de la muerte”. Una de ellas es la que ordenó a Murray tomar declaración a todos aquellos que hayan pasado por la base aérea de El Palomar en 1977, año en que se sospecha salieron la mayoría de los vuelos desde esa base y la de Morón, en aviones Fokker F-27.
Ángel Oscar Cortés, un simple conscripto en esa época, es uno de los tantos citados a declarar por el sencillo hecho de haber pasado por El Palomar en esos años. El Fiscal Murray aseguró que “hay muchos en el Departamento Judicial San Nicolás –el suyo– y se los irá citando a medida que se requiera su testimonio”. La mayoría son ex conscriptos que pueden haber sido testigos de movimientos irregulares y cuya declaración puede contribuir a desenmarañar una compleja trama de encubrimientos que la Justicia procura develar.
“Tal vez alguien me nombró, me dijo el Fiscal, por eso me interrogaron. Algún involucrado o alguien me habrá nombrado, no sé. Yo nunca tuve más trato con nadie de ahí adentro. Eramos aproximadamente 1.500 en las tres secciones de la Brigada de El Palomar. Tal vez me vuelvan a citar en San Nicolás o en Buenos Aires”, relató el sorprendido Cortés. El Fiscal aseguró que hay varios domiciliados en San Pedro que serán citados a declarar como testigos de la causa.
La base de El Palomar donde el sampedrino hizo su servicio militar en los años de dictadura es la misma que Rodolfo Walsh vinculó a los vuelos en su Carta Abierta a la Junta Militar. “Entre mil quinientas y tres mil personas han sido masacradas en secreto”, calculó en marzo de 1977. Detalló el hallazgo de cuerpos mutilados en costas uruguayas y acusó a las tres Fuerzas Armadas “de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera Brigada Aérea”.
Scilingo confesó porque “nunca pude superar el shock que me produjo el cumplimiento de esta orden, pues pese a estar en plena guerra sucia, el método de ejecución del enemigo me pareció poco ético para ser empleado por militares”. En su confesión a Verbitsky dijo: “La Escuela Naval me educó para ser Oficial de Marina, pero en la ESMA me ordenaron actuar al margen de la ley y me transformaron en delincuente. La actitud de mis superiores ante el indulto me hace cómplice de encubrimiento”. Su decisión de hacer públicos los “vuelos de la muerte” obedecía a la necesidad de que los jerarcas militares dejaran de hablar de “excesos” y detallaran el plan sistemático que desarrollaron y del que estaban convencidos. “Creía que mis superiores y yo éramos los salvadores de la patria”, dijo Scilingo, que aseguró presentarse ante la Justicia “a fin de que se determine si en el cumplimiento de órdenes he cometido algún ilícito”. Fue condenado en España a 640 (sí, seiscientos cuarenta) años de cárcel. Ninguno de sus compañeros de tareas confesó como él. La Justicia continúa la búsqueda de los culpables de los “vuelos de la muerte”, treinta y tres años después.