“Los políticos nunca van a llegar a la gente”
La ex empleada doméstica de un reconocido político habla sobre una experiencia desalentadora como colaboradora y puntera de barrio. Dice haber trabajado duro para las últimas elecciones sólo porque le prometían que le iban a dar un trabajo fijo. Y que la mayoría de la gente humilde lo hace con el mismo objetivo. Junto a otras cuatro mujeres, recorrían los barrios haciendo campaña pero nunca les cumplieron las promesas. “Quiero que la gente abra bien los ojos”; dice con extraña sabiduría a sus 37 años. Su historia es como la de muchas mujeres y muchos hombres, que por distintos motivos se sienten obligados a oficiar de “punteros”.
Con letra temblorosa, Mirta escribió hace varios meses una carta. En ella comentaba, una historia triste y terriblemente común: la de ella y sus seis hijos. La de una mujer que dice haber luchado mucho, pero con pocos resultados porque sigue poniendo con demasiado esfuerzo un plato de comida todos los días delante de la cara de sus hijos.
“Lucho por un trabajo digno”, decía en la carta. En ese momento, había dejado una casa de familia en la que realizaba las tareas domésticas desde hacía casi cinco años. Es una familia conocida por su vinculación con la política vernácula, pero Mirta conoce otro costado y eso todavía le llena los ojos de lágrimas.
“Quisiera hablar para que la gente se dé cuenta. Para que no la engañen”, dice ahora refiriéndose a su propia experiencia. Como adelantaba en la carta, asegura que ha colaborado, o mejor dicho trabajado, con diferentes políticos incluso de bandos bien opuestos: Peronistas y radicales. “Los conozco bien”, dice. Pero ninguno la ayudó como quería. “Desde los 13 años empecé a trabajar, y desde los 20 estoy luchando por un trabajo fijo. He trabajado cortando césped, rasqueteando sarros con espátulas en baños, junté zapallitos, naranjas, duraznos, limones, con canasta y escalera al hombro, batatas, he vendido fruta en Buenos Aires…” escribió. Efectivamente, Mirta pasó por el gremio de UATRE, donde su padre todavía trabaja porque es familiar de uno de los principales referentes de este sindicato. Pero sólo ha tenido decepciones y hasta pelea a los puños con quien estaba al frente de los trabajadores rurales en ese momento. Ella, como tantas otras mujeres, ha sido “puntera” en su barrio, en la casa número 57 de las 66 viviendas. Esa casa que dice, le costó conseguir en épocas de peronistas en el gobierno, cuando hasta la amenazaron con quitarle a sus hijos. Pero ésa es otra parte de la historia que viene a contar.
Dice que ella ha recorrido barrios, hablado con las mujeres que viven como ella, juntando un peso día a día y con la eterna esperanza de encontrar un trabajo fijo, una mensualidad que les permita proyectar, ver crecer a sus hijos sin los escollos cotidianos. Y soñar con una vida menos miserable.
Primero pregunten
“Cuando escucho a los propios políticos o a la gente, que no quieren ayudar a esta u otra persona porque dicen que no cuidan las cosas, o porque una madre no lavan la ropa que les dan para sus hijos, yo les diría: primero vayan, hablen con esas mujeres, pregúnteles que les pasó en la vida, investiguen porque ellas ya han bajado los brazos”, explica Mirta.
Es que de eso se trata. Dice que conoce a muchas mujeres que se han dado por vencidas. Que no piden, ni limpian sus casas, ni se preocupan más por sus hijos. Son las que esperaron demasiado y ahora ya saben que en realidad nadie va a hacer nada por ellas.
“Conozco a los políticos. Estos que hay ahora, nunca van a llegar a la gente. Porque la gente no les importa. Primero están ellos”, dice.
Promesas
incumplidas
Mirta cuenta que hace unos cinco años, ella trabajaba por el Plan Jefes y Jefas en el Instituto Sarmiento. “Aunque me decían que por mi familia numerosa, yo no tendría que trabajar”. Ahí conoció a una chica que la contactó con la casa de familia en la que terminó trabajando.
“Me dijeron que me iban a pagar un sueldo y a conseguir otra cosa, porque tengo seis hijos”, explica. “Pero yo le dije que no quería las cosas fáciles, que lo único que quería era trabajar para ganarme el sueldo”. Pero un día su patrona le dijo que no podía pagarle más por mes, y que le iba a abonar por día, y que fuera a trabajar tres veces por semana. Le pagaban $ 2 la hora. “Pero yo veía que se compraban cosas, que la comida se la daban al perro y no a mí para mis hijos”, cuenta.
Siempre soñando con la promesa de contar con un trabajo fijo, Mirta colaboró en la limpieza hasta del local del partido aunque nunca le pagaron por esas horas. “Yo creo que lo que me retenía era que él no hacía diferencias con la gente. Te trataba como si fueras de la casa, te presentaba a la gente como una colaboradora. Pero es que siempre te prueban hasta lo máximo, hasta donde durás, y si le sos fiel”.
El trabajo fijo o el crecimiento para Mirta nunca llegaba, porque según el político, “no dependía de él” sino de un funcionario superior.
Mirta en campaña
Cuatro meses antes de las últimas elecciones, Mirta y otras cuatro chicas comenzaron a trabajar para la política. “Le hice reuniones en el barrio, habló con la gente, porque él me pidió que lo ayudara. Pero las cinco chicas lo hacíamos por la promesa de que íbamos a conseguir un trabajo digno. Un día se lo dije, él se rió y me dijo que me iba a poner de secretaria. Yo no lo tomé como una burla, pero quizá lo era”. En las visitas al barrio, Mirta registraba necesidades puntuales pero tampoco tenía respuestas. “Había gente que le faltaba una frazada, algo tan simple como eso para sus hijos, pero igual me decían que no había”, recuerda. En el local del partido, tenían que hacer turnos desde las 9 de la mañana hasta el mediodía, y después a la tarde. “Una de las chicas tenía que dejar a sus tres hijos solos en la casa para ir”; dice confirmando que ninguna consiguió lo que buscaba: un trabajo. Algunas, asegura, terminaron con una aguda depresión y hasta internadas en el Hospital.
Pero también había varones colaborando por la misma promesa de trabajo. “Uno le dijo que se iba a atrincherar a la municipalidad si no le conseguían”, recuerda. “Pero ellos te conversan bien, te hacen como una terapia y te convencen. Te dicen que tenés que ser solidario con la gente, que por la política hay que trabajar sin cobrar nada…” “Por eso yo le quiero decir a la gente que no sirven los políticos. Ellos nunca van a llegar ni cerca, porque no piensan en nosotros”.
Mientras tanto, en la casa de familia le prometían un aumento, siempre y cuando si la mujer del político conseguía un puesto político al que aspiraba. El cargo llegó pero el aumento, no.
Un día, después de faltar a su trabajo por cuestiones personales, llegó y encontró que habían tomado a otra empleada. Aunque no la echaron, se sintió herida. “Después del tiempo que hacía que yo trabajaba con ellos, a la otra chica la tomaron con un sueldo por mes y para hacer un trabajo mucho más liviano”, explicó.
Se fue por sus propios medios, totalmente vencida.
La vida le dio al menos una luz de esperanza porque al otro día, una señora de una buena familia la llamó para ofrecerle algunas horas de trabajo, los martes y viernes.
Con eso, los $ 150 del plan y otras “changas” sigue tirando. Pero en su casa hay más necesidades que certezas. Hay ventanas sin vidrio que no se pueden reponer porque nunca hay resto para eso. Hay una cocina cuyo horno es el único elemento para calentar los ambientes, porque no existen estufas ni calefactores. Hay una pieza que un día empezó a construir pero no llegó a terminar porque siempre la ayuda es parcial y el único hombre de su casa todavía va a la escuela.
Hay seis hijos, una mujer de 37 años con la mirada desafiante y triste, y un pasado que la acompaña adonde quiera que vaya.