Los chicos aprenden
Aunque los señalados como responsables de la distribución de drogas en el barrio estaban presos, la entrega de dosis no cesó el fin de semana en los pasillos. Lo que no se vio fue la presencia del Estado.
El Hermano Indio es un barrio olvidado. Desde siempre. Desde aquellos días de la toma de los terrenos. Cada tanto, alguien aparece, claro. Dicen en el pasillo que suele suceder cada dos años y que tiene forma de bolsita de mercadería, de chapas, de facturas de electricidad pagas o garrafas llenas.
La pequeña muerte de alas gruesas que este semanario relató en septiembre del año pasado es un caso testigo. Tenía 17 años y lo encontraron colgado en un árbol en un descampado, todavía con un suspiro que se apagó en el Hospital.
“Re empastillado”, lo describieron. Se había peleado con su madre, acusada de ser “la transa del barrio” y para la que, dicen en la zona, repartía drogas. Por eso lo conocían tanto en la Comisaría, increíblemente tan poco en otros organismos del Estado que deberían haber estado cerca.
En el velatorio, del que muchos se fueron “por el olor a porro que había”, algunos repasaron su corta vida. Es, lamentablemente, la misma que la de tantos otros en el barrio.
“No iba a la escuela, vivía en un entorno violento y delictivo, donde asesinato y suicidio son las causas principales de las muertes de los jóvenes, en una zona de asentamientosprecarios donde la pobreza y la exclusión definen las trayectorias de vida y donde el Estado sólo aparece con uniforme azul para llevar a los adolescentes a la Comisaría, donde la Justicia dispone que sean devueltos a sus padres para que a los pocos días, a las pocas horas acaso, caigan de nuevo, sin que nadie más se acerque a trabajar con ellos”, describió La Opinión aquella vez y hoy, nueve meses después, puede repetirlo.
Expedientes que obran en el Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil de la Justicia, en los Servicios de Promoción y Protección de los Derechos del Niño, en armarios atestados, hay nombres que ningún funcionario recuerda con precisión.
Los que van al barrio desde afuera, desde algunas agrupaciones políticas, ONG, iglesias católica y evangélica pueden nombrar a los que están cerca de ellos y quieren salir de un entorno que los condena; también pueden decir quiénes no quieren.
El fin de semana el pasillo estaba alterado. Faltaban las caras visibles de la entrega de drogas. Pero había otras. Algunas eran rostros lampiños de chicos que apenas salieron de la pubertad.
“Tiene que caer el Municipio entero. Todos los chicos estaban en la calle el día del operativo. No se sabe quién es quién, qué hacen. Viven insertos en una lógica de violencia. Es un mundo paralelo”, dijo la Fiscala Ramos a La Opinión.
Un mundo paralelo.