Lechiguanas en orfandad
Salvador Gualtieri, hermano de Victorio Gualtieri, conocido por su trabajo y propiedad de las Islas Lechiguanas, murió en San Pedro tras un traspié que sufrió en su propia barcaza.
Salvador Gualtieri tenía 62 años de edad y es uno de los tres hermanos de la familia que se ha hecho conocida principalmente en la década de los noventa por trabajos realizados al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires en materia de obras públicas. En el último tiempo, el nombre había resonado nuevamente en los oídos de los sampedrinos a causa de la empresa de propiedad de su hermano Victorio: DELTAGRO, que hizo firmar comodatos a los habitantes de las islas Lechiguanas para quedarse con sus tierras, alambradas más tarde.
En tanto, Salvador se encontraba en nuestra ciudad hace varias semanas, por la contratación de su empresa de dragas para poner punto final al conflicto que se dio con las diferencias en el fondo del lecho del río en el Puerto local y que no permiten la correcta operación de buques.
El empresario había estado en San Pedro (los habitantes de la zona lo conocen como “Gualtieri, el bueno”) para dialogar con las autoridades portuarias antes de su contratación. La embarcación, que se encontraba en otra ciudad, fue trasladada a San Pedro por tierra y, bajo la supervisión del empresario, comenzó la labor con sus empleados, tarea que aún no concluyó.
¿Qué pasó?
El Sábado, luego del mediodía, se organizó una tarde de pesca de la que participaron cuatro empleados y el propio Gualtieri. Una vez comenzada la actividad, y según relataron fuentes policiales, la barcaza en la que se encontraban los hombres sufrió un fuerte movimiento y el empresario cayó al agua. Inmediatamente, los empleados lo rescataron. A simple vista, y en un primer momento, no presentaba ningún tipo de inconveniente, ya que salió conciente y con vida. Sin embargo, el hombre poseía colocado un marcapasos y el temor que le generó el accidente le habría provocado una importante descompensación, por ello las personas que estaban en el lugar lo llevaron de inmediato al Hospital local en la chata de una camioneta Chevrolet plateada.
El empresario ingresó a la guardia ya fallecido a causa de un paro cardiorrespiratorio, de esta manera se lo trasladó directamente a la morgue, donde el forense de la policía determinó que se trató de una muerte natural, por lo que no se abrirá una investigación por lo sucedido.
El hecho tomó por sorpresa a sus familiares, que se trasladaron desde la ciudad de Dolores, donde residen. Al llegar al Hospital y luego de realizar los trámites pertinentes, se llevaron el cuerpo de su familiar.
Un hombre sencillo
Quienes tuvieron la oportunidad de trabajar con Salvador Gualtieri lo describen como un hombre sencillo, a punto tal, que en comparación con el conocido Victorio le dicen “el bueno”. Sin embargo, pertenece a la empresa Deltagro, que a principios de 2008 generó una verdadera catástrofe en la confianza de las familias que desde siempre habitan el territorio de Lechiguanas. En ese momento la empresa alambró los campos, incluidas varias viviendas, y colocó sus carteles de “propiedad privada”. Semanas después, un apoderado recorrió las precarias viviendas instando a los habitantes a firmar contratos de comodato que ponen en riesgo su arraigo en el lugar. En Febrero del mismo año comenzaron los incendios de pastizales y los preparativos para mejorar pasturas y llevar maquinarias para una posible siembra de soja. Uno de sus mejores colaboradores y amigos, “Don Flores”, falleció a principios de este año dejando sus anécdotas tras mucho tiempo de desempeñarse como patrón de la lancha que lleva su nombre. Lechiguanas, aquel emprendimiento de empresarios extranjeros convocados por la familia Reynal —que instalaron un verdadero polo de desarrollo agropecuario trazando canales y exclusas para riego natural—, sigue arrojando historias que hoy se escriben en los números rojos del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que prestó sin más garantías que esas abandonadas tierras un dinero que hoy pagan los ciudadanos bonaerenses. Centenares de sampedrinos trabajaron en la década del ‘70 en las modernas instalaciones que hoy se parecen a un cementerio que estalla, mostrando los vestigios de un país que apuntaba a generar fuentes de trabajo en sitios inhóspitos llevando dignidad a las familias que hoy aguardan una señal de justicia.