De todo lo visto, dicho, entendido y no, en las votaciones de la Cámara de Diputados y Senadores en el Congreso de la Nación me interesa un punto que centró la atención de muchos periodistas y de todos los que nos interesamos por la cosa pública. Los “votos increíbles” del Sr. Felipe Solá y del Sr. Julio Cobos. Pudimos escuchar y ver cómo eran calificados directa e indirectamente como traidores por el oficialismo, pero también, afinando las lecturas y el oído, se puede leer la sorpresa en los dichos y festejos de casi todos los que por una u otra razón no estaban del lado del Gobierno Nacional. Ambas actitudes desnudan una convicción que tiene un desagradable arraigo en la política: la obligación de “acompañar” y sino… hay que irse. Es como si la verdad no se pudiera sostener de cerca, como si para disentir fuere preciso primero estar enfrente, o quizás, que al menos no se advierta esto hacia “el afuera”. A ver: desde ya que mostrar el desagrado o la falta de consenso en un idea o acción debilita al equipo político (nótese que trato de no escribir “bando”) que sale a dar o sostener una discusión en tal o cual sentido. Para evitar esto existe la posibilidad del debate interno, de reunir primero y previo a todo, el consenso dentro del grupo, y, si no se obtiene, habrá que ver entonces el porqué y escuchar, debatir y reflexionar hasta que no queden dudas o bien éstas sean menores. Entonces sí, previamente acordada la postura, sostener lo contrario o al menos no acompañar una idea o una acción así decidida, podría interpretarse como una deslealtad o una traición, depende el grado de apartamiento y la responsabilidad en la cuestión que se trate.
En el orden nacional tanto a Solá como a Cobos, los acusaron de traidor y “Judas”, respectivamente, no obstante ambos exhibieron una cuestión común: la falta de consenso, la ausencia de un pensamiento constructivo que resuelva un problema que se hizo enorme por la obstinación de sostener una resolución malparida que, paradójicamente, costó un ministro, que para echarlo se hubo seguramente de escribir más que lo que hubiera demandado corregir su nefasta resolución.
El radicalismo abogó mucho por la independencia de pensamiento en esta coyuntura, tanto que se olvidó que hasta el voto de Julio Cobos, lo había acusado muchísimas veces de traidor, y todo porque Cobos entendió que podía y debía concertar porque su partido original, decidió llevar un candidato (el mimético Lavagna) que tampoco fue consensuado, examinado, reflexionado y apoyado, sino que sólo convino a los intereses de unos pocos radicales exánimes que “arreglaron” su segura colocación en el panorama político las elecciones generales pasadas. En pocas palabras: pensar siempre resulta peligroso para todos lo que no se toman el trabajo de consultar, comprender, escuchar, reflexionar y establecer los consensos necesarios para lograr un objetivo o encarar una tarea. El librepensamiento en política, en la mala política, en la que solo reclama soldados pero no ideas, siempre será mal vista o al menos considerada “peligrosa”. En esto no aprendimos mucho todavía desde 1983. Y es una obligación hacerlo, porque la democracia no cura todos los males, lejos de ello el sistema obliga –y así debe ser- a tolerar lo diverso, incluso lo malo, imponiendo la mayor obligación de todas y la única que sí nos puede ayudar: educarnos. Y en relación a un plexo de valores concreto donde, más allá de la diversidad, de la pluralidad, la inclusión, la distribución de la riqueza y demás cuestiones, quién robe vaya preso y quién no trabaje no cobre mejor que el que se desloma para que sus hijos puedan crecer sanos y educados. En suma, la sociedad donde la solidaridad no sea un auxilio ocasional sino un vínculo pensado y donde al fin de las cuentas, lo que está mal y lo que está bien, resulte mucho más claro que la relativa opinión particular que cualquiera pueda argumentar.
Lealtad o Traición. La famosa relación binaria y miope que tanto ha costado al mundo y en particular a este país. Ellos o Nosotros. Y todo sin pensar ni disentir. Ganadores y Perdedores. Y si perdimos: revancha seguro. “A la vuelta venden tortas”. En fin… volviendo: si el voto de Solá y Cobos concitaron tanta atención no creo que haya sido porque demostraran que no existía consenso real efectivo y oportuno para la medida tomada respecto de las retenciones. Fueron votos “increíbles”, porque rompieron la ley no escrita de la política: acompañar siempre o renunciar. El imaginario social está pleno y henchido de hipocresías, y esta es una de ellas. Es tan así que cuando alguien quebranta esa “ley” pareciera que tiene ganado un lugar enfrente (habrán escuchado al senador Sanz manifestando que en definitiva Cobos podría volver al radicalismo….). Y entonces? Creemos y nos bancamos realmente al librepensador o simplemente todos celebran la traición a la “debida lealtad”? No creo que sobre esto exista consenso, por eso estas líneas. Para pensar un poco, o para que me digan que ni un poco he pensado. Como sea que fuere, escrito está.
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