La venganza y el ensañamiento, detrás del robo a la familia Parra
Un matrimonio de Río Tala, que toda su vida habitó en la zona rural cercana al paraje La Serena, sufrió tres robos en menos de una semana. En el último de los hechos un grupo armado los privó de su libertad y golpeó brutalmente.
Una tradicional familia de la zona rural, que con el paso de los años fue viviendo la migración obligada de sus vecinos “del campo” no sólo como producto de planes económicos que devastaron chacras y montes, corroboró en carne propia que la sensación de inseguridad duele en los golpes que en cuerpo y en la cara que, a su edad de jubilados, le dispensan sin piedad los ladrones que en una semana visitaron tres veces su propiedad.
En este caso “Valdo” Osvaldo Parra y su esposa Susana pensaron por primera vez en el desapego de la vivienda del campo en la que formaron un hogar y labraron el futuro de sus descendientes. Los dos trabajaron a la par, los dos a la tierra o a la cocina según mande el clima. Los dos a resistir y no entregar sus hábitos de vida porque se encargan de su huerta, sus corrales o su leña. Los dos fueron víctimas de una secuencia de ilícitos de las que les cuesta recuperarse. Los dos se preguntan si hicieron bien o mal en denunciar dos días de robos consecutivos que terminaron en un asalto a mano armada y con violencia.
Los Parra son parte de la comunidad tálense. Osvaldo y Susana viven a la altura del km 160 de la Ruta 9. El lunes de la semana pasada, entrada la noche, comenzaron a ladrar los perros. Hubo ruidos y hasta estampidas que parecían disparos, pero nada advirtieron. Por la mañana del martes, cuando entraron a su galpón, faltaban varias herramientas. Entre otras una hidrolavadora, la motosierra y hasta los cerdos de uno de los corrales. Hicieron la denuncia y creyeron que “para la estadística, ya les había tocado”.
Ese mismo día pero a la noche se repitió la escena con ruidos y perros en alerta, llamaron a la policía y se quedaron despiertos hasta la una de la mañana del miércoles. Cuando amaneció y se asomaron al patio comprobaron un nuevo saqueo. Los delincuentes se llevaron cuatro corderos y otras pertenencias. Nuevamente denunciaron.
Domingo de castigo
El domingo, mientras el mondongo esperaba su preparación en la olla de la cocina y Susana aún permanecía en la cama, Osvaldo caminó hasta el galpón como todas las mañanas. No eran ni las 9.00 cuando dos personas lo sorprendieron y lo golpearon. Corrió y gritó para advertirle a su esposa que el asalto comenzaba con violencia. Ya le habían asestado algunos golpes. Encapuchados y armados, llegaron a la casa donde se sumó un tercer delincuente. Con una herida en la ceja izquierda producto de un culatazo o un objeto contundente, lo atraparon sin dejar de golpearlo mientras maniataban a la mujer y los amarraban a ambos a los sillones.
Brutalmente golpeado observó como desmantelaban su casa, insultaban a su mujer y los maltrataban verbalmente. El interrogatorio no cesaba: dónde está el dinero, quién está por venir, tenemos datos. Así se llevaron lo poco que tenían en una billetera él y en una cartera ella, mientras daban vuelta cajones, llenaban mochilas con electrodomésticos y otros objetos que encontraban a su paso. Fue más de una hora y media de tortura y tensión. La lluvia arreciaba y no tenía apuro, al punto en que cuando vieron la olla Essen con la comida en preparación, arrojaron el contenido al piso y la levantaron al son de un “me viene bien, es Essen”.
Lo último que se llevaron fue un televisor que cargaron bajo el brazo para darse a la fuga, por lo que se sabe, en moto. La orden fue que permanezcan atados por un rato. Por cierto el matrimonio obedeció porque también estaba incomunicado; lo primero que secuestraron los ladrones fueron celulares y teléfono.
Cuando Parra logró desatarse y liberar también a su mujer, montó a caballo entre el barro hasta llegar a una propiedad vecina para pedir auxilio.
Otros conocidos, también a caballo, se adelantaron a la llegada de la policía buscando huellas o lugares por los que pudieran haber huido los delincuentes. Encontraron rastros de pisadas y huellas de moto.
Con todos los efectivos policiales trabajando en el domicilio, Osvaldo fue llevado hasta la sala de primeros auxilios de la localidad. Luego vendría la apertura de la investigación y los datos que pudieron proporcionar en la fiscalía el lunes por la mañana con la certeza de haber sido vigilados desde el primer robo del lunes, incluso cuando la policía estuvo patrullando.
En la tarde del domingo, cuando la Policía Científica terminó su tarea, buscaron sus pertenencias para refugiarse en la casa de familiares que viven en San Pedro. La charla mano a mano con La Opinión tuvo lugar el lunes por la mañana, con el temor de una nueva venganza y la duda sobre volver al lugar en el que vivieron toda la vida.
Hubo allanamientos pero hasta el momento no hay datos que sirvan para arrestar a nadie. Como no los mataron pueden ser “heridas leves” y cómo no violentaron la puerta hasta puede reducirse a “robo con abuso de arma blanca”. Con ese panorama y otro cúmulo de robos denunciados, el Intendente se quejó el lunes por la inseguridad.