La Trump Tower, los parapentes y las tasas
Hace unos días visité, de puro cholulo que soy, la Trump Tower de Punta del Este. Está a medio construir, y el lujo y los amenities proyectados te sientan de culo. Frente a La Brava, en las inmediaciones del antiguo Casino San Rafael, ofrece todo lo que un tipo con mucha mosca (digamos, un José López) puede comprar. Pero, ¿saben qué? Yo ni loco viviría en un lugar así. Es un blanco perfecto para fundamentalistas y gente dispuesta a encontrar un atajo, en su viaje non stop al paraíso. Punta del Este también se puede disfrutar caminando, durmiendo en una carpa, escuchando el susurro de los pinos (los que viajan en un BMW ni se enteran) o dejándose ir, lentamente, tras el oleaje suave de La Mansa.
El lujo y la ostentación tienen su precio. Un alto precio, oculto tras bambalinas. Nadie está libre de acechanzas, y menos aún en este mundo enfermo, que no perdona el éxito. Obviamente, no es mi caso. Aunque puedo decir que, por suerte, ya le encontré la vuelta. Lo más parecido a lafelicidad no es pretender siempre un poco más, sino aprender a vivir con lo que se tiene. Sería tremendamente infeliz, por ejemplo, con un auto como el de Messi en la puerta de mi casa. ¿Y si me lo rayan? ¿Y si alguien, de puro envidioso, le hace mierda una goma? Imagínense: en vez de dar una vuelta (a paso de hombre, claro) por la congestionada calle Mitre, tengo que buscar al gomero. Que justo hoy no atiende, porque es domingo. O porque ganó River…
Con mi raquítica jubilación y una caja de ahorro cada vez más menguada, hoy salgo a caminar por San Pedro. Los chorros me ven venir, evalúan sus posibles ganancias y buscan otra víctima. Y el atardecer en el Paseo Público, junto al río con navegantes que saludan y lanchas rápidas que van hacia ninguna parte (pero eso sí, muy apuradas), no es menos hermoso que el de la Punta, o Piriápolis, o la Barra de Maldonado, con la doble ondulación de sus puentes. Y la arena y los pinos de allá nada tienenque envidiarles a los Pécans y Líquid Ámbar y Robles del Pantano y Fresnos puestos aquí por visionarios como Lobbe, Carreras, Bennazar, Suárez…
El verde de San Pedro, que alguien acertadamente definió como “más cercano”, no es menos bello que el azul del mar. Son dos cosas distintas, y no creo que se saquen ventaja. “Patada por mordiscón”, como dicen los criollos. Allá por las noches hace frío, y es sabido que el frío adormece; aquí en cambio hay mosquitos, que nos mantienen siempre activos. Allá se ven gaviotas y lobos marinos; aquí bandurrias y loros barranqueros. Y, mirando hacia arriba, allá se pueden ver los parapentes, y aquí las tasas municipales, cuya capacidad de ascenso es superior. Nada importante, en suma. Un simple cambio de figuritas. ¿Y la Trump Tower? Quédensela, con amenities y gimnasios y helipuertos y consorcistas con doble apellido y triple chequera.
Viviría más tranquilo en el Edificio Paraná, o en el Boulevard I. Y sin duda, pagaría menos expensas…