La sonrisa que se borra
Era un día nublado, pero no llovía, así que Jack iría como todos los fines de semana a su pequeño teatro.
Jack llamaba teatro a un escenario de madera que el municipio le había dejado colocar en una esquinita de la peatonal. Jack era un chico alegre, que si algo le sobraba era una sonrisa, siempre andaba sonriendo, alegremente.
Jack, que por cierto tenía veintidós años, ya era todo un actor, ir todos los fines de semana a su teatro consistía en poner una lata al borde del escenario, con un cartelito que decía ¡Si usted tiene corazón, deje su amor en esta lata! Y ponerse a actuar para hacer reír a la gente.
Lo que Jack consiguiera ese fin de semana sería el pago de la comida de toda la semana.
Una noche de sábado yo andaba caminando por la peatonal y vi a lo lejos ese pequeño escenario y me acerqué, me llamó la atención, la simpatía del muchacho y esa sonrisa que sólo transmitía paz, amor y ganas de vivir, él me vio, me saludó y me pidió que me acercara. Le hice caso y me acerqué, me preguntó: “¿Cuál es tu nombre?” Iris, le contesté con la voz baja, había mucha gente y me ponía nerviosa. “Bueno, Iris –dijo– ¿Quieres ser mi asistente para un truco de magia?”, antes de que yo contestara miró a la gente y dijo: “Ah, porque aparte de actor, soy mago”. Quedó en silencio y luego dijo: “Bueno, medio mago. Solo sé un truco que consiste en hacer desaparecer algo o alguien”. Hizo pausa, mientras la gente reía, dijo: “¿Qué creen? Lo intenté con un gato y todo salió bien, el gato desapareció, quedó en silencio”, y agregó: “Olvidé decirles que todo salió bien al principio, porque al gato todavía no sá a dónde lo mandé, ya que no puedo hacerlo aparecer de nuevo”.
Toda la gente estalló en carcajadas entre el barullo, me miró sonriendo, me alejé lentamente del escenario y él siguió haciendo reír a la gente, me quedé observándolo desde lejos, las horas transcurrieron y yo seguía observando, eran las tres de la madrugada y ya no quedaba casi gente en toda la peatonal, Jack guardaba sus pertenencias, sin querer le pegó una patada a la lata, la misma cayó escenario abajo, abriéndose por el impacto, y dejando todo su contenido, se bajó de un salto y se puso a juntar todo, me acerqué y le pregunté ¿Te puedo ayudar? Me miró sonriendo: “No veo por qué no”, me dijo. Me agaché y me puse a juntar, cuando terminamos me dijo: “¿Cómo puedo agradecértelo?” Le contesté, no me lo pediste, lo hice porque quise. “Bueno, si vos lo decís” me dijo y me invitó a sentarme al borde del escenario para charlar un rato. Después de una larga charla y de haberme hecho reír me contó parte de su vida, me dijo que él sólo había aprendido a ser feliz, a sonreír y a amar al prójimo. Me dijo: “No es mucho, pero al menos aprendí algo”. Entonces yo le dije: “No es mucho, es la verdad, pero aprendiste lo único que la gente debería aprender y algunos no aprendieron”, él me miraba mientras yo hablaba y su sonrisa nunca se borraba. “Bueno, me dijo, tal vez algún día aprenda un truco de magia para que todos sean felices y se amen entre sí”. Lo miré muy seria y le dije: “Creo que solo deberías dedicarte al teatro, así todos estamos más seguros”, largó la carcajada y me dijo: “Sos muy divertida, no deberías andar tan seria por la vida”. No le contesté nada, solo suspiré y me quedé en silencio y él acompañó mi silencio un instante y dijo: “Nunca te olvides que la mochila de la vida nunca pesa más de lo que cada uno puede cargar, solo hay que aprender a cargarla”.
Lo miré con los ojos llenos de lágrimas y le dije gracias, creo que él nunca entendió por qué se lo dije y nunca supo que había abierto algo en mí que hacía rato se había cerrado: Ganas de vivir. Nos despedimos y quedamos en vernos al siguiente fin de semana, agarramos uno para cada lado y cuando ya nos habíamos alejado me gritó: “No olvides que la vida es el mejor regalo que nos pudo haber dado Dios”, y se fue.
El sábado siguiente vuelvo a la peatonal para verlo y volver a sonreír, fue extraño: el escenario ya no estaba y a pesar de la hermosa noche, había muy poca gente, me acerqué a una señora y le pregunté por el muchacho y el teatrito, me miró con una expresión de tristeza y me dijo: “Muchachita, a ese muchacho del teatrito lo asesinaron la madrugada del domingo pasado”, quedé totalmente en silencio hasta que pude preguntar “¿Pero qué pasó?” La señora contestó: “Pero ¿dónde has estado todo este tiempo?” Fue la noticia más grande y triste de la historia, a madrugada del domingo Jack volvía a su casa, feliz como siempre, cuando unos malhechores lo asaltaron, le quitaron la lata que contenía el dinero que había recaudado esa noche y le pedían más, él les decía que no tenía y los malhechores exigentes lo apuñalaron en el pecho y escaparon dejándolo tirado, desangrándose; cuando lo encontraron llamaron a la ambulancia, pero ya era tarde, lo habían matado, al día siguiente a la tarde en el mismo lugar donde lo habían matado encontraron la lata con todo su contenido y una nota que decía: perdónenme, perdónenme yo no sabía, les juro que no sabía, pero voy a pagar por la sonrisa que borré”. Hasta hoy, dijo la señora, nadie sabe por qué lo hicieron, todavía no se hizo justicia, acá en la tierra, pero estoy segura que se hará justicia divina, siempre es así, tarde o temprano”. La señora quiso seguir hablando pero yo me alejé perpleja y pensando que lo habían matado después de estar conmigo y de pronto recordé el consejo que él me había dado, también que había abierto en mí aquella sensación, las ganas de vivir, fue ahí cuando me di cuenta de que nada era real, que en la peatonal nunca hubo un teatro, que nunca mataron a nadie y que nunca estuve hablando con ninguna señora, me di cuenta que yo estuve con un ángel, que me enseñó lo que no había aprendido, que a pesar de los obstáculos la vida es hermosa y hay que vivirla feliz, sonreír y después me alejé de la peatonal, muy feliz de estar viva.
Este cuento se los dedico a los choferes que hacen diálisis de la Clínica San Martín, a todos los pacientes de mi turno que también se realizan las diálisis y también a Daniel Porta y decirle que por ahora no tengo teléfono.
IrisVelo