¡La sociedad de los poetas muertos!
Ya no nacen poetas, tal vez por eso, la vida cotidiana ha perdido su cuota de romanticismo y todo se ha vuelto duro, cruel, descreído. Se ha mercantilizado. Cada hombre tiene su precio en el mercado babilónico de la política de mercado. Y los argentinos, en su conjunto, hemos perdido valor. El valor al respeto, a los deseos más hondos, sentidos y firmes de ser mejores. El que da, se da. Uno da una idea, el otro da su entrega, y así se da el encuentro del sueño en común. Y la Argentina lo necesita, para su salud. La realidad profanó al cielo, y consagró la miseria sobre la tierra. Esa consagración cambió en su forma más intensa e inmediata, la acción política. La naturaleza humana tiene un designio con la marcha de la sociedad, se llama revolución. No la revolución demente de los que sólo conocen la bestialidad de la fuerza, de la muerte, sino la de las ideas y la razón, para desterrar tanta desigualdad que impera en el país, en una equidad de derechos, libertades y valores que distinguen al hombre, culpable del delito de nacer. Nacer para ser esclavo de un Estado soberbio e inaudito! En una sociedad sin poetas, se vive siendo lo que otros deciden que uno es. Es un drama, pero es así. Dependemos de palabras, pero cuando esa bocanada de aire sale de la boca de alguien que te dice qué lindo, qué arrugado, qué “depre”, qué grande,… pero antes estuviste mejor; extraño las palabras que encierra la poesía donde todo viene de otra dimensión. Me irrita que el otro decida mi ser. Me revela esta dependencia. Y más me atormenta necesitarla! Es la dependencia que nos quita identidad, y al no tenerla, lo aceptamos todo, resignamos todo, así estamos, así nos sentimos. Es esa dependencia a la que nos ata la política de nuestro país, sin una democracia auténtica, si no miremos lo que sigue ocurriendo en el Senado de la Nación (la más alta jerarquía de la república). ¿Yo, señor? ¡Sí, señor! ¡ No, señor!, ¿pues entonces, quién recibió la coima? ¡Fue “Palito”, entre otros!... ¿ Yo, Cafiero? ¡Si, Palito!, ¿quién lo dice? ¡Duhalde dice que usted se lo dijo! ¿ Duhalde?, ¡mejor que se calle, que si yo hablo!...Seguir con este “ Antón Pirulero” del reñidero político autóctono”, sería entrar en la “bailanta” de los creadores del “cartón prensado”… ¿Se puso a razonar qué estará pensando el mundo globalizado de nosotros?. ¿ Qué imagen de país estamos dando? ¡ Y, como ombligo del mundo al que pertenecemos, la más baja! ¿ Y nosotros, y nuestros jóvenes, y los pobres y desamparados?, ¿cómo lo sentimos, de qué manera lo asumimos? Un juicio nunca puede superar a una ilusión, pero en este país remataron hasta las ilusiones. El bastón que hundo en el agua sucia, permanece sucia aún cuando yo juzgo que está limpio. La ilusión, eso es lo que debemos recuperar. Eso es lo que nos ha de mantener vivos en el país de los poetas muertos. La ilusión nos hace inmortales, porque en la ilusión nunca imaginamos la presencia de la muerte, aunque convivamos con ella a cada instante. En tanto, ¿quién parará esta “bailanta política” del descaro y la corrupción? De algo sirvió la muerte del Dr. René Favaloro. Este escándalo fue su cortejo fúnebre, el que él no hubiera querido, el que él despreció hasta la propia inmolación, y en esa inmolación nos indicó lo que callaron sus palabras. Por eso esta carta sólo puedo terminarla con las palabras de un poeta muerto, Juan Luis de Alarcón: “Quien vive sin ser sentido, quien sólo el número cuenta, y hace lo que todos hacen, ¿en qué difiere la bestia? Dedico esta carta a un poeta: Aníbal de Antón, que sigue viviendo a través de su poesía y ésta tiene la inmortalidad de la belleza, porque la belleza es la sonrisa del alma. Nélida López