LA ROSA Y LAS ESPIGAS
Aquí me pongo a contemplar mi tierra, heredad desolada y dolorida. Aquí en la angustia de las impotencias me duelen sus heridas, biología que viene de trasplantes, de injertos sin arraigo y sin semilla. Aquí el Gran Sembrador trazó los surcos y ayuntóse la sangre de Castilla con el humus fragante de las pampas; y nacieron la rosa y las espigas que la mano de Dios hizo fecundas, que el tigre y el zorzal llamó Argentina. En esta tierra se acunó el asombro cuando la Cruz de redención divina se irguió como testigo entre la selva de aquella fundadora gesta antigua; y en esta geografía sin distancias, —como una flor o un pájaro que liba la ambrosía triunfal de las auroras—, primogénita nació esta Patria niña. Mas no supimos conservar la herencia en que la fuente y las raíces prístinas dieron la savia y el vigor perennes a la rosa también y a las espigas. La roña de los tiempos y la bestia del mundo, apocalíptica, corroyeron la entraña y vomitaron su pócima de odio y de mentira; porque todo un turbión de segadores al filo de sus hoces y cuchillas han segado a la Patria honras y gloria para ser en mercado bien vendida, en ofrenda ritual y en holocausto de sabáticos dioses de su alquimia. Mas nunca será tarde: una corona ceñiremos de rosas y de espigas. Atada la verdad a las moharras, como en las chuzas de la Patria antigua, centauros volarán sobre su tierra y arcángeles flamígeros un día atronarán su hermosa geografía ¡restaurando las glorias de Argentina! Miguel Ángel Ferreyra Liendo