La Maestra
Allá por el año 1953, tomó imprevistamente (aún estábamos de vacaciones) el cargo de maestra, directora, profesora de música, de gimnasia, etc.
Es decir, se puso al hombro, más bien diría en el corazón, la vocación de maestra en la Escuela Rural número 31 de Colonia Vélaz.
Estábamos en Enero y llegó a la escuela buscando a los alumnos, para informarles que el gobernador de la provincia llegaba a Puerto Obligado en un acto al que debíamos concurrir.
Ese Domingo (el del acto) llegamos a las siete de la mañana al colegio, con la emoción de conocer a la nueva maestra y además, con la ilusión de una fiesta inolvidable (que en realidad fue un día inolvidable).
Llegamos luciendo nuestros blancos y relucientes delantales, esos que se guardaban sólo para los actos y las fiestas de fin de curso.
Un rato antes de las ocho, llegó el camión que nos iba a llevar (sí, el camión ¿pensaban que nos llevarían en un charter?) subimos y a medida que pasábamos frente de alguna escuela, se agregaban más alumnos y maestros.
Algunos tuvimos la suerte de ir acompañados por algún familiar (padre, madre, hermanos, etc.) otros iban solos a cargo de la maestra.
Nos conoció y la conocimos ese día.
¡Que joven y atractiva era! No tenía más de veinte años. El delantal blanco, impecable, almidonado. Los labios pintados de rojo y el pelo renegrido, recogido en dos rodetes uno a cada lado de la nuca. ( en ese entonces no las conocía, hoy podría decir que esos rodetes que me fascinaban, semejaban dos ensaimadas pequeñas).
Llegamos a Puerto Obligado a media mañana, no quiero imaginar como estarían para ese entonces, nuestros blancos y pulcros delantales blancos.
Nos hicieron formar bajo los rayos del sol, a esperar el discurso del señor gobernador.
Éste comenzó su alocución, a las trece y treinta horas, ya para entonces la mayoría de nosotros (los alumnos) estábamos en una carpa sanitaria, reponiéndonos de los desmayos e insolaciones provocadas por tantas horas de pie y al sol.
Doy fe de la abnegación de esa maestra por socorrer a esos alumnos, a los que recién conocía, brindándole todo lo que estaba a su alcance para mitigar en algo esa angustia, ya fuese un sorbo de agua, una caricia, o una palabra de aliento.
Recuerdo cuando yo también comencé a sentirme mal, perdí por un momento el conocimiento y al volver en mí, me encontré en sus brazos. Me llevaba corriendo hacia la carpa sanitaria, y al mirarla percibí preocupación en sus ojos, y me miró al notar mi recuperación con tanta ternura, con tanta dulzura en la mirada, que creo fue en ese instante la sentí “mi maestra” y la amé, la amo y la amaré por siempre.
Ya en el comienzo del año lectivo, se instaló con su mamá en la casa que todos los colegios de campo tienen, y comenzó una época ¡tan enriquecedora! tanto a nivel aprendizaje, como humano.
Fue una maestra muy disciplinada y rígida dentro del aula, fuera de ella, se convirtió en nuestra maestra de la vida, confidente, consejera y a pesar de la relativa diferencia de edad, fue también nuestra amiga.
Sin embargo cuando nuestro cariño estaba cada vez mas afianzado (ya estábamos en 1956 cursando el sexto grado) en Agosto nos dijo, de la forma más suave posible, que le había llegado el traslado a otra escuela.
La habían nombrado en una escuela cerca de la ciudad, lo que la beneficiaba mucho ya que podría volver todas las noches a su casa, que su mamá ya estaba grande para vivir sola en un lugar tan alejado, todo era comprensible, pero nosotras, las de sexto, no podíamos entender por qué no podía terminar el año y después irse ¿por tres meses una maestra nueva?.
Le rogamos, le hacíamos promesas, pero todo fue en vano, esas cosas no dependían de ella. Ella también lo sentía mucho, nos aseguraba que fueron años muy lindos, que se sintió acompañada y querida por la comunidad y era verdad, pero a nosotros no nos conformaba.
Y se fue y vino la nueva. Se preocupó por no cambiar las costumbres, fue muy cariñosa y pasamos esos tres meses muy bien, pero se extrañaba.
Con el correr de los años, el destino y el amor, me trajeron a vivir a esta ciudad que es la ciudad donde vive “mi maestra”, nos reencontramos y gracias a Dios nos vemos esporádicamente, sin embargo los recuerdos de ese entonces llenos de anécdotas, son un regalo para mi corazón, cada vez que estamos juntas.
Yo la veo siempre igual (¿será que la miro con el corazón?) sólo que se cortó el cabello y ya no está renegrido, está tan blanco y puro como su delantal, por lo tanto ya no luce sus dos hermosas ensaimadas en la nuca, pero sus labios siguen de ese rojo intenso y sus ojos, esos ojos pícaros, mansos, que me vuelven a abrazar cuando me dice: ¿Como te va mi AMORRRRR….?
Cuando nos vemos recuerdo aquel día, cuando la conocí y en el abrazo que me da, me siento otra vez apretada junto a su pecho, en búsqueda de un poco de sombra que me proteja del ardiente sol.
Con todo cariño, en homenaje a la señorita: Clyder Idilia Sierra.
Nilda Lenticchia de Escandón.