La hostilidad en la cultura
Oía con atención las notas que provocaba la antojadiza pero necesaria danza que bailaban los dedos de la pianista para reproducir la armonía imaginada por Chopin en esa ocasión. A no confundir: de oír con atención a comprender a Federico Chopin, existe un campo que no he sabido recorrer, pero para que la música lo provoque a uno sólo hace falta talento o su ausencia. Chopin va en el primer grupo sin duda. Y tampoco se dude que los dudosos conscientes propietarios, o vayamos por la afirmativa, certeros inconscientes usuarios de motovehículos con escapes libres diseñados para efectos de estridencia superlativa, de música… ni papa, aunque sí ostenten talentos master para resquebrajar esferas. Podría incluir también los vehículos con bajos graves y retumbantes que al compás de las rascas y platillos exhiben una nota vernácula, adornado el autillo, con el rostro impertérrito del conductor y pasajeros, tachados los ojos por envolventes ante, presumiendo no escuchar lo que difunden como si el volumen no representara obstáculo para emisor-receptor. Una verdadera revolución de los paradigmas comunicacionales o verdaderamente, nada, en el esquema general de las cosas. Como fuera, volviendo al polaco Fréderic, resistía éste y uno mismo en el embargo que imponía escucharlo. Laura Daián, su intérprete, pretendía no escuchar, a su vez el tránsito y devastadora impronta sonora. En medio de esa lucha, verdadera Resistencia sabatiana, se me ocurrió que más que resistir en la pacatía de la cultura, uno y probablemente muchos más, nos encontrábamos en la Biblioteca Popular, ya no reunidos “como ovejas del señor en su Iglesia”, sino hostiles hacia una realidad que no pide permiso para confundirlo todo, incluyendo la música, por supuesto. Hay realidades que pueden o deben (el énfasis es imperativo de cada cual), ser transformadas, lo cual apareja una actitud de comprensión primera para adentrarse e intentar después. Hay otras, que uno elige va de suyo, que no ameritan la lógica de la tolerancia y de la apertura. Son las que no piden permiso, las que no respetan, las invasivas. Educar? Por supuesto. Precisamente, estando en clase a orinar se va al baño, podemos decir que, no es, al menos por ahora, bien visto hacerlo en el aula. Vas al baño y ahí decide cada quién. Y de aquí que la música no se lleva con los escapes y demás. Y si la comprensión funcional al sistema, es decir, “el camino correcto” lleva su tiempo, no menos cierto que conlleva un combate, en el cual declararse (esto nunca es vano) hostil al contendiente, puede arrimar un poroto más que esperar que se cansen de golpear del otro lado (miren sino como quedó Muhammad Alí aun ganando). Chopin, agradecido. Wagner… ya es otro tema. Facundo Vellón - DNI 18.193.245