La columna de Américo Piccagli: “San Martín y su relación con la masonería”
Segunda parte
Habiendo llegado a Buenos Aires y cumplido con el homenaje a su esposa San Martín viajó a Europa con su hija Mercedes alojándose en Bélgica, desde donde viajó a Londres para ubicarla en una escuela y regresar a Bélgica, donde permaneció hasta que decidió regresar al país, a mediados de 1827.
En ese ínterin intercambió cartas con el general Guillermo Miller, a quien visitó en Londres, que se interesó por algunos secretos de temas vinculados a la actividad militar de San Martín, con una carta que nadie ha publicado y que podemos imaginar su contenido por la respuesta que le escribe San Martín diciendo:
“Mí querido amigo Guillermo Miller. Voy a contestar a su estimable del 9 (abril de 1827). Después de mi última carta, mi espíritu ha sufrido infinito, pues Mercedes ha estado a las puertas del sepulcro… Esta circunstancia es la que ha impedido remitir a usted con más antelación los apuntes pedidos y que ahora adjunto.
Los detalles que usted me pide de la acción de San José no se los remito en razón de serme desconocidos, ofreciéndole en cambio sobre San Lorenzo y Chacabuco.
Sobre otro tema muy personal fue muy claro a responderle: ”No creo conveniente hable usted lo más mínimo de la Logia de Buenos Aires; éstos son asuntos enteramente privados y que, aunque han tenido y tienen una gran influencia en los acaecimientos de la Revolución, de aquella parte de América, no podrían manifestarse sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos.
Al propósito de Logias, sé, a no dudar, que estas sociedades se han multiplicado en el Perú de un modo extraordinario. Esta es una guerra de zapa, que difícilmente se podrá contener y que harán cambiar los planes más bien combinados.
Inferimos por la respuesta que le da San Martín que le debe haber preguntado si sabía lo que de él se decía, según contesta San Martín.
“Me dice usted en la suya última lo siguiente: Según algunas observaciones que he oído verter (sic) a cierto personaje, él quería dar a entender que usted quiso coronarse en el Perú, y que éste fue el principal objeto de la entrevista de Guayaquil”. Si, como no dudo (y esto. Sólo porque me lo asegura el general Miller), el cierto personaje ha vertido estas insinuaciones, digo que, lejos de ser un caballero, sólo me merece el nombre de un insigne impostor y de despreciable pillo, pudiendo asegurar a usted que si tales hubieran sido mis intenciones, no era él quien hubiera hecho cambiar mi proyecto”.
Deducimos por el contenido de la respuesta, que le debe haber preguntado sobre los motivos secretos del viaje a Guayaquil, por el contenido de la respuesta.
“En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del Perú, auxilios que una justa retribución (prescindiendo de los intereses generales de América) lo exigía por los que el Perú tan generosamente había prestado para libertar el territorio de Colombia: así es que mi resolución fue tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último sacrificio en beneficio del país”.
San Martín mismo aclara según su pregunta lo siguiente: “Al siguiente día y a presencia del vicealmirante Blanco dije al Libertador que, habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes, el día de su instalación sería el último de mi permanencia en el Perú, añadiendo: “ahora le queda a usted, general, un nuevo campo de gloria en el que va usted a poner el último sello a la libertad de la América” . (Yo autorizo y ruego a usted –le dice– escriba al general Blanco, a fin de rectificar este hecho.) A las 2 de la mañana del siguiente día me embarqué, habiéndome acompañado Bolívar hasta el bote, y entregándome su retrato como una memoria de lo sincero de su amistad. Mi estadía en Guayaquil no fue más que de 40 horas, tiempo suficiente para el objeto que me llevaba”.
Hasta aquí lo más importante, supuesto del contenido de la desconocida carta entre San Martín y el general Miller. En cuanto al contenido de la reunión, deja expresamente aclarado que después de su muerte conocerán el contenido de los papeles, porque los mismos le serán entregados a Tomás Guido, según la carta dirigida a su amigo de confianza, al que le comenta el destino de los papeles que mantenían el secreto de la reunión de Guayaquil.
Es de lamentar que después de su muerte su yerno Balcarce en lugar de cumplir con ese mandato, “no tuvo mejor idea que en vez de mandarle los papeles a Guido, mandárselos a Mitre, nada menos,” (*) porque era el historiador en ese momento 18 de mayo de 1863. Pero Mitre se ocupó de interpretar la reunión secreta de Guayaquil, de la que poco o nada se sabía de lo tratado, porque ambos se llevaron el secreto de lo hablado a la tumba y los papeles nunca se publicaron.
Aunque Mitre no lo haya dicho, seguramente San Martín lo debe haber documentado, porque tuvo una visión muy clara respecto a los destinos de los países de América; hoy diríamos una visión geopolítica, porque no podía ver con buenos ojos la política antipatriótica de Alvear que luego de la Sublevación de Fontezuela y de su renuncia el 5 de abril de 115, se embarca en una fragata inglesa, pidiendo nuevamente el alta en el Ejército Español y como si ello fuera poco remite una famosa carta solicitando al Primer Ministro Británico la dominación inglesa de las provincias para asegurar el orden en estas tierras, (**) en el momento que Inglaterra presionaba por medio de la masonería, para no perder el predominio comercial con acuerdos que no los beneficiaba. Lo importante era dejar en una nebulosa el encuentro para no perjudicar con su postura, frente sus favoritos liberales Rivadavia y los Alvear, defensores y entregadores del país a Inglaterra.
Hay que leer detenidamente toda información existente sobre la reunión en Guayaquil y la presión ejercida por la masonería sobre Bolívar, para que La Serna desistiera de lo pactado en Punchauca. Fue el toque final por el que San Martín se alejó definitivamente de la masonería inglesa.
Mitre no le hizo ningún favor a San Martín y, al escribir su obra, ocultó lo que no le convenía, al contrario lo hizo admirable como militar, pero lo degradó como persona, lo niega como político o estadista, y lo oculta en su justa grandeza; así lo afirma Castagnino en su obra, “Las invasiones inglesas”.
Mitre al igual que en todos sus trabajos de historiador, utilizó los documentos para justificar su postura política y alaba a San Martín como masón de sus primeros tiempos pero lo “hace desaparecer silenciosamente de la escena, cubriendo su retirada con palabras vacías de sentido”, como lo recuerda Felipe Pigna.
Mitre no recuerda a San Martín como católico y anti masón como lo demostró durante su actuación en Perú, donde impuso como religión del Estado a la Católica.
Por eso los masones hablan del San Martín masón de sus primeros tiempos, pero no del San Martín católico, anti-masón y anti-liberal de su tiempo posterior.
Y mal que le pese a Mitre y a los liberales, San Martín terminó apoyando desde el exilio, el catolicismo anti-masón de Rosas, que selló legando en su testamento, el 23 DE ENERO DE 1844, (***) su "Sable de la Independencia", que en vano trataron de ocultar o disimular durante muchos años los enemigos de Rosas, al punto de confundir las razones por tal donación.
(*) Fuentes Leonardo Castagnino y Alejando Rosa
(**) Vida y Obra de Fray C. Rodríguez, Américo E. Piccagli.
(** *) Fecha que aún hay quien la vincula al Combate de Obligado.